Colotlán en el año de 1912 era un lugar lucido, por aquel entonces en la sociedad se distinguían las siguientes familias: los Zulueta, los Barragán, los Aparicio, las señoritas Escobedo, que fueron las dueñas de la Casa de Romualdo Ortega. Toda esta gente refinada le daba importancia al pueblo, y no salían a la calle sin sombrero y guantes. La familia Ruiz que era poseedora de uno de los capitales más importantes de aquella época, usaban este tipo de ropa, que es muy distinta a la utilizada ahora.
En aquel entonces había grandes y lujosas casas tales como la de los Aparicio, donde es la terminal, la de los Zulueta, que fue después de Toña Macías. La de las del Muro, que después fue de Eliseo Navarro, así como también grandes comercios tales como “el Banco” que fue la tienda de don Pascual Rodríguez, enfrente del jardín. Por aquel entonces había fuentes de trabajo, aun cuando en pequeño: se tejía bastante la palma y muchas familias vivían de esta actividad, incluso hasta los niños la tejían y fabrican bonitos sombreros. Entre los sombreros más destacados se encontraban: Don Jacinto Vázquez, Don Isabel Orozco y Don Anselmo Orozco. Entre las costureras más reconocidas se hallaban las hermanas Lupe y Juanita Covarrubias, en la esquina de independencia y centenario y don Gumersindo Briones. La mejor sastrería era la de Don Silvestre Pinedo, quien era también integrante de la Banda Municipal. El pan de Santa María lo hacían señoras profesionales como Francisca Alejo, Félix Márquez, Victoriana Andrade que también hacía muy buen pulque en Soyatitlán; Don Bartolo Huerta también tenía fama por su pulque. En aquellos tiempos también había muchas zapaterías y la tenería de don Petronilo Frausto tenía mucho movimiento curtiendo las pieles necesarias para diferentes actividades productivas. También se sembraban muchas hortalizas en las huertas y los planos de las Canoas y de Santiago se cultivaban con trigo, que era molido en el molino de Santa Isabel, que era propiedad de don José Zulueta y don Juan Martínez. En ese mismo lugar estaba también la planta de luz, que era privilegio de los ricos, no de los humildes. El agua se vendía por las calles en cántaros cargados por burros, que la traían de los manantiales de la Tierra Blanca, los Salazares y el callejón del camino viejo a Santiago, de donde brotaba una agua azul o blanca, menos gruesa que la de la Tierra Blanca. Las canoas se distinguían por su buena repostería, Don Adolfo Huízar hacía deliciosos polvorones, gaznates y mueganos que en nada se les comparan los de hoy. Pero todo eso se terminó. Las personas aquellas por ningún motivo existen más, las famosas guerras destruyeron todo; mucha de esa gente salió del pueblo y jamás volvieron. La primera guerra fue la que empezó en 1910, antes de ella apreció un cometa, se vio al norte del pueblo, que salía al meterse el sol; esto fue antes de que estallara la revolución. Creo que el primero que entró al pueblo fue Madero, porque yo oí un soldado que decía:
-¡GRITEN QUE VIVA MADERO!
Y una señora gritaba: -¡VIVA PANCHO VILLA Y TAMBIÉN ESE SIÑOR!
Enseguida fue Pascual Orozco, los maderistas estaban en el pueblo. En ese pueblo el triunfo es de los que están fuera, entran los orozquistas, quedan en la torre algunos, no alcanzaron a bajarse, entonces los de Orozco pensaron en quemar el templo, pero no lograron nada ni se bajan, ni se quema, la puerta y la tarima sólo quedó manchada por mucho tiempo, llega el padre capellán de san Nicolás y les habla:
-Miren, si me permiten los bajo, pero ¿me prometen no perjudicarlos?
-Lo prometemos.
Sube el padre Ortiz a la torre, los baja y se los lleva a su casa, la que fue de las señoritas Basurto. Claro que algo necesitaban a cambio, tuvieron que entrar a las tiendas. Creo que la guerra de los orozquistas fue más fuerte que la de Madero. Entonces salieron don J. José Zulueta, don Emilio Bermúdez y don Juan Martínez con bandera blanca en forma de paz; y así, paso algún tiempo, ni se quedaba nadie nomás daban el mal rato, hasta que Zapata entró a dar una reconocida, al fin no supe como estuvo la llegada de Natera y la de Félix Bañuelos, pero si disfrutaron algo: quemaron la presidencia municipal, quemaron los portales, igual se llevaron lo que necesitaban. Cuando estaban los revolucionarios en el pueblo las familias se escondían de una casa a otra; unos esposos que vivían por la calle Guerrero, frente a la casa del Dr. Saucedo (o sea, don Agustín de Ávila) se fueron a refugiar a la vuelta por la calle Juárez, con una familia humilde, estaban en una pieza y había varias familias cuando llegaron unos soldados a pedir tortillas y comida, la señora les dio la que había preparado para todas las familias que estaban allí refugiadas, pero cuando se asomo a la calle, se dio cuenta que en los corrales otros soldados se llevaban su vaca, ella les suplicó con buenas palabras que era viuda y que la vaca era el principal sostén de su familia, hasta que consiguió el indulto, pero tuvo que darles toda la leche de ese día y toda la comida. Los revolucionarios y los del gobierno hacían lo que querían, así lo hacían todos.
Cuando quemaron el portal, salió de entre las llamas don Merce Santoyo con su esposa, tenían ocho días de casados y su casa estaba arriba, eran también dueños de la tienda que tenía una puerta para el portal y otra para el mercado. Los revolucionarios se metían a las casas y sacaban maíz, pastura y buscaban los caballos para llevárselos. Unos de ellos tocaron a la casa de Don Agustín de Ávila, y estaba entonces una señora de mucha confianza para esa casa, doña Fabiana Ortiz, el caso es que Don Agustín no tuvo tiempo de salir y esconderse en otro lugar, y a doña Fabiana se le ocurrió esconderlo en el caño de desagüe, que pasaba por el corredor y que en esa casa era de gran tamaño y con una gruesa tarima de madera como tapa; ahí se metió de lado don Agustín que era muy delgado, y después de abrir la puerta a los soldados la señora Ortiz se colocó encima de la tarima. Se metieron varios viejos y le exigían les dijera que en donde estaban los dueños de la casa. A lo que doña Fabiana les contestó:
-No, señor, sólo me pidieron de favor que me quedara aquí que iban a los baños de Santa María.
Le dijeron que se moviera para enseñarles la casa. Y ella les dijo sacándose las llaves de entre sus ropas:
-Miren, no me quiebren nada, aquí están las llaves, llévense lo que quieran, está la pieza del maíz abierta, ahí hacen lo que les guste para que vean que yo no escondo nada, entren a donde quieran, yo no me muevo de aquí, son libres de hacer lo que quieran.
Pero uno de ellos insistiendo que le dijera del dueño le dio cintarazos, y otros entrando en el corral vieron el caballo y trataron de agarrarlo, el caballo les tira de patadas no dejándose agarrar, entonces doña Fabiana se retira de la tarima y va y les dice que ella lo aplaca. Los soldados lo quieren matar, pero con esto desisten momentáneamente de sus intenciones, mientras que ella entre súplicas se los ensilla, en eso estaban cuando llegó un oficial, y le dice a doña Fabiana:
-¿Qué pasa señora?
-Pos que van a matar el caballo, porque no lo pueden agarrar.
Y que saca el oficial el cinturón y no los dejo que agarraran nada. Y les dice:
-¿Pos cómo quieren que una gata sepa de la gente?
Y se salvaron el dueño y el caballo. A la esposa del señor la tenían escondida en su casa del Barrio Alto, creo que la guerra era contra el capital.
Después se vino otra, y entonces si había federales en el pueblo, y el que los encabezaba se llamaba Natividad del Toro. El tiroteo comenzó un lunes santo al amanecer, y así se pasaron el día. En el potero de Don Bartolo Gaeta había un campamento, los agarraron dormidos, ahí estaban sus familias, cuando comenzaron los balazos, las mujeres aquellas con sus hijos se metieron a las casas vecinas, dejaron todo lo que tenían de provisiones, de esa gente no quedó vivo más que el Clarín, se bajó como a las cuatro de la tarde, pudo escaparse de entre los magueyes pero lo mataron llegando a la esquina de Centenario con la calle Morelos; sólo les dejaron salida por el Cerro de la Cruz, cuando fueron las once de la noche dijeron las personas que estaban en la casa (yo oí todo lo que decían y casi nada se me olvido). Quemaron lo que quedó de los portales y toda la cuadra que es ahora de Don Alberto Macías, ahí estaba el banco, quemaron la cuadra donde era la tienda de Carlos de León, parece que allí era de doña Leopoldina Felguerez, pero primero sacaron lo más que pudieron. Llegó uno a la esquina de las señoritas Covarrubias y trata de llevarse a Lupe, la levanta y la sube al caballo y ella se baja por el otro lado y así estuvieron forcejeando cuando paso por allí un joven de nombre Nicolás Medrano y se atrevió a defenderla y el viejo se va a golpear al muchacho y él corre y se mete a una casa y el viejo con la distracción no supo por donde se fue, ni tampoco donde quedó la muchacha.
Un soldado se mete a una casa a exigir unas gallinas cocidas en manteca y tortillas calientes, mientras le hacían lo que pedía, se sale a la calle, divisa una mujer en una casa y va y se mete en ella, en la casa no estaba más que ella y su papá, un hombre de bastante edad; ahí fue más decente, se mete a una pieza donde ella trataba de librarse, y se sienta en una silla. Ella le dice que tiene esposo y le ofrece dinero porque se vaya. Entretanto Salvador Medrano que se enteró de la situación va junto con francisca Huízar prima hermana de la muchacha en peligro a buscar a don Salvador Montoya. Cuando lo encuentran le dicen la situación y el los acompaña con Romana Huízar, que es el nombre de la muchacha, y se lleva al fulano y deja el dinero. Como a las tres o cuatro de la tarde, se ve que va por la calle Morelos, una gran cantidad de gente, y entre estos los sacerdotes y religiosas que había en el templo de san Nicolás. La gente se salía de sus casas por que andaban los soldados gritando que iban a quemar el pueblo. Para esto, ya Francisco Ávila había sacado de una casa al Lic. Baeza que era muy conocido y había ordenado:
-Se lo lleva hasta el frente del portal y lo mata.
Luego manda pedir a su casa una cantidad de dinero y doce cobijas nuevas. No las tienen y de con las señoritas Ruiz le ayudan a completarlas. El cuerpo del licenciado quedó frente a los portales en donde toda la gente que andaba en la calle lo veía, y no sabían que hacer con él, por fin van a la casa del licenciado, donde ya había llegado la noticia. Los señores Daniel Ortiz y Antonio Medrano le ayudan a su esposa, Doña Damianita a levantar el cadáver de su esposo y lo llevan a sepultar. Ese mismo día se llevaron a las religiosas y a los padres a Aguascalientes a lomo de burro, con esto el pueblo quedó más destrozado.
Después se posesionaron del pueblo los carrancistas, entre 1913 y 1914 y con ellos un general que apellidaba de Santiago, entonces si que murió mucha gente. A uno que le decían “la Gaviota”, que era de los Hernández, que por acusación de la suegra se lo llevaron. Don Antonio Medrano que se lo encontró cuando lo llevaba la escolta a pasar junto a él le dijo:
-Adiós hermano. Nos vemos en el cielo.
Lo fusilaron en la esquina del panteón del Barrio Alto, y así fusilaron y colgaron a muchos, nada más por venganzas, de tal suerte que no quedó un solo árbol de los alrededores del pueblo, por Acaponeta o los Salazares, que no tuviera dos o tres colgados. Los soldados se apoderaron del hospital y ahí pusieron el cuartel, el altar lo convirtieron en el banco de armas y de un clavo del que colgaba un santo, colgaron la carne. El templo ese quedó violado y muchos soldados murieron de epidemia. Cuando quedo sólo tiempo después, allí vivió don Josecito, su esposa Juana Ortiz y don Paulino Miramontes.
A un coronel carrancista que se acuartelaba en la casa de los Aparicio, se le vino la buena idea de crear un mercado de gran lujo y aprovechó las canteras de la lápidas del panteón del Barrio Alto y de los que había en el atrio de San Lorenzo para hacer los arcos de lo que fue el mercado. Ya después que no hubo muertos a cuales despojar de sus lápidas se detuvo el trabajo. Se le ocurrió también cuando fue tiempo de llevar a la virgen al pueblo de Santiago, que la llevasen en cajón y a los comerciantes y danzantes les dijo que no repicaran las campanas, y que no hubiera música, ni luces. Un grupo de mujeres armadas de piedras y palos y encabezadas por Pepa Ruíz de Ortega fue a verlo y Lola le pide que les permita realizar la fiesta como es costumbre en el pueblo a lo que el le dice:
-No, porque ahí hay muertos y borrachera.
Lola airada le contesta:
-Pues más muertos habrá y la llevaremos como es costumbre.
Pues, no. Responde él molesto.
El asistente del militar le murmura:
-Mi coronel la gente es mucha...
A lo cuál más molestó por la intromisión de su lugarteniente agrega:
-Ya dije que no.
Lola le dice:
-Bueno, pues no pocas serán las piedras para usted, y la llevaremos. Volteando para con sus seguidoras les dice: -¡Vamonos, mujeres! Cuando salieron de la entrevista ya estaba Salvador Montoya con su gente esperando la resolución. Cuando iba la multitud de gente llevando la virgen por dentro de los potreros, de un lado había carrancista y del otro villistas; por fin en Santiago se juntaron y comieron como hermanos.
Antes de que estallara la guerra de la persecución religiosa, ya se hablaba de unos guerrilleros Huerta. Pero fue el dos de agosto que estalló la guerra.
Un buen día por la mañana llegaron tres sujetos, armados nada más de pistola al cinto al mesón de san Luis, que en ese tiempo lo atendía ya la Sra. Atanacia Ortiz, y le preguntaron a ella:
-¿Quién se entiende con este local?
Ella contesta:
-Yo, ¿qué se le ofrece?
-¿Sabe usted donde vive Don Herminio Sánchez?
-No se el número de su casa.
-¿Con quién podríamos informarnos?
Enfrente vivía Don Cesáreo Pérez. A el le preguntaron y les dijo la calle pero no el número. Después le pidieron a un miembro de la orquesta de Don Cesáreo que le llevará un recado. Fue enseguida y al poco rato llegó Don Herminio. La Sra. Atanacia Ortiz ni una silla les ofreció. No les conoció. Ellos le dijeron su asunto, y sin más palabras, don Herminio les contestó:
-Mientras yo sea árabe ustedes no venden aquí su mercancía.
Da la vuelta para la calle y los deja plantados. La señora Atanacia escucho que de Aguascalientes un General Huerta pedía la plaza para el día siguiente. Pero no paso nada.
En el mes de diciembre, desde el día doce comenzó la lluvia, no fueron tormentas estragosas, pero no dejo de llover un solo día, y el río comenzó a crecer incontenible, hasta que arrastro con el calicanto y después subió hasta la calle de la Alameda y llegó hasta el edificio de Santa Isabel donde estaba la planta de luz. La huerta que había enfrente del callejón de Quiteria (conocido así por que allí el esposo dicen que mato a su mujer), esa huerta que estaba donde termina la Alameda, era de Pepa Ruiz, esposa de Don Julián Ortega. De la casa de Don Pablo Márquez, el dueño del volantín, y de Chilo Ramos solo quedo un montón de escombro. Lo cierto es que la lluvia no ceso hasta principios de enero, y que la gente encabezada por el Sr. Cura José Martínez y su capellán Don Mateo Correa hicieron muchos sacrificios espirituales, entre ellos sacamos a nuestro señor Jesucristo en andas por todo el pueblo y al llegar a la calle del Centenario dijo el Sr. Cura:
-Las personas que tienen algunos disgustos es hora de reconciliarse. Antes había pedido tres niñitos, lo más recientes. Los puso enfrente del sagrario todo el día para que ayunaran, pues dizque pagan justos por pecadores.
Unas señoritas de la clase más que media, pidieron limosna. Otras descalzas al estar en la calle alta, se empieza a ver donde el sol se mete, el cielo rojo da un pequeño vislumbre y la gente grita:
-¡VIVA CRISTO REY!
Ya fue menos la lluvia, pero seguía la noche oscura. La gente de la calle de la Concordia se refugiaron en el Portal, en la Capilla de San Lorenzo y en el mesón. La señora del mesón les cobró pero les ayudaba con lo que podía: alimentos y algo más. Las casas no se cayeron con el agua pero si se llenaron de goteras parejas. El templo de San Nicolás sirvió como dique de contención de las aguas, por la calle del frente no se podía pasar. Como a las dos de la mañana entró el agua al templo. La creciente subía por la calle de Nicolás Bravo, por la Primavera, por Guillermo Prieto, la huerta de las Brujas se llenó hasta la calle Sánchez Román, con la intención de entrar a las casas. Estábamos en misa cuando el agua ya estaba subiendo al portal.
El día dos de agosto, día en que la iglesia celebra el jubileo de Porciúncula, ese día se le ocurre al Sr. Placido P. Vázquez cerrar los templos. Tal vez fue mandato superior, pero pudo hacerlo con modos más decentes. Don Plácido va primero al templo de San Lorenzo, ya con el arma en la mano le pide la llave del templo al encargado del aseo del templo a lo que éste le dice:
-Pos el barrio es el que se entiende, hable con alguien de ellos, yo sólo barro y doy las llamadas. Algunos de los vecinos al darse cuenta de que algo pasaba se acercaron y en eso don Plácido se fue. Lo vieron que llegó a la Alameda y después con su hijo por la calle que va para Santiago bordeando el cerro. La noticia cundió entre la gente del pueblo y se formó una comisión de mujeres que encabezaban la señorita Lala de la Isla, Cuca del Real y una señora que fue esposa de don Pedro Díaz y las señoritas Ortiz. Alguien les dijo que no estaba el presidente, el Sr. Jorge E. Preciado, y se dirigieron con el interino, el Dr. Pascual Cumplido, persona de atenciones y muy sociable. La comisión le trato el asunto en su casa, con mucho respeto y sin desordenes y su contestación fue:
-Yo no tengo nada que ver en este asunto, yo estoy para ayudar al pueblo conforme con la comisión que ejerzo, hablen con los munícipes, ellos decidirán todo.
Sale la comisión y en el Portal se encuentran con Domingo Ruvalcaba y él dijo:
-Yo soy católico
-Pues si así es, grite ¡VIVA CRISTO REY!
-No puedo hacer otra cosa.
A don Francisco Ortega que tiene su tienda en la esquina del Portal no lo encuentran y se pasa la gente de la comisión a la calle Morelos y hablan con Chito Rosales, el dijo:
-Yo fui de la iglesia cuando tenía novia, yo desconozco esto.
Se pasan de allí con el Sr. Enrique Basurto Aviña, que les dice:
-A las cuatro de la tarde nos vemos en la oficina, yo estoy con el pueblo.
Finalmente la comisión se dirige a la casa del Sr. Plácido, y algunas de las señoritas educadas preguntan por el Sr. de la casa a lo que les contestan:
-No esta el Sr. pero están las hijas y con palabras más corrientes les dicen que ellas resuelven el asunto. Pero otra de las hijas les tira con una maceta a las de la comisión y enseguida va con los pájaros, y se arma un zafarrancho que termina con el destrozo de la casa, al que se suma mucha gente del pueblo, sobre todo la gente que vive en la calle Zaragoza. La bola se mete a los corrales y las piezas a buscar a don Plácido. Luego llega un pretendiente de una de ellas, vestido de traje y una carabina en la mano para imponer autoridad, pero más le valiera no haberse metido, porque la gente arremetió contra él y le quitaron el arma, lo pisotearon y lo aventaron a la calle, con los pantalones, cuellos del traje y la camisa rotos, asimismo como la carabina que se la quebraron. Excúseme decirles como las dejaron a ellas.
En el curato, enfrente de la sacristía, se encontraba en aquellos días un sacerdote de nombre Alfredo Espinoza, quien mandó a dos seminaristas a que se retiren los de la comisión y cuando todo terminó las hijas de don Placido se fueron a quejar con el presidente interino.
Se quejaban de que les habían destrozado su casa, sus plantas finas y la loza importada.
El presidente les contesta:
-Escoja de las plantas de mi casa una que igualen a las suyas. Puede llevárselas. Aquí entraron bastantes gentes y como ve, ni una hoja cayó. Pásese al juzgado.
No arreglaron nada.
En la esquina de Don Manuel de León estaba el comandante de la policía y alguien le dijo:
-¿Qué pasa con la policía?
-No, quien se mete, que gocen.
Entretanto en la parroquia, había mucha gente entrando hasta el Baptisterio, corría la noticia de que iban a cerrar y toda la gente estaba atemorizada. A un lado de, la puerta donde esta el cepo de las limosnas, estaban las señoras Margarita, Cuca y su hija Auxilio rezando, cuando ven a un hombre de sombrero grande que le cubre hasta los hombros, que con un cuchillo amenaza al sacerdote, y se van encima de él las tres. Logran hacerlo huir, y corren detrás de él, en el camino se les junta otra señora con una llave en la mano. El hombre se esconde en un puesto, y allí lo alcanzan y la que lleva la llave le da con ella en la frente, las demás encuentran unos palos en el puesto y con ellos lo sacan a piquetes y lo llevan a la cárcel. Le piden a don Pilar Huízar, que es el alcalde las llaves, y como se niega se las quitan de la bolsa y los meten a los dos a la celda. Así fue como empezó más o menos esta guerra, después siguió el temor y el templo se cerró. Los primeros que llegaron fueron los ejidatarios. Apresaron a Don Pedro Díaz y a Don Jesús María Navarro, porque querían los fondos de la Adoración Nocturna. Eso paso en el mesón. Casi todas esas cosas pasaron ahí.
Tiempo después llegó la federación y a la cabeza el general Crisanto Quintero, quien no se hospedo en el mesón, sino en la casa anexa al mismo, la puerta de la calle estaba abierta y entró como a la propia, habló para que saliera alguien y la Señora Atanacia Ortiz, la dueña de la casa sale a ver quien habla y le dice Quintero:
-Una pieza que necesito.
Con toda energía le dijo ella.
-Mire señor, enseguida esta el Mesón.
-Necesito una pieza, he dicho.
Pues en esos tiempo, esas gentes, donde a ellos les gustaba o donde les parecía y nada más.
-Esta es de mi familia.
-Estaré más seguro. Y agrega -Supongo que son cristeritas, ¿No?...
En esta casa permaneció hasta que se calmó la guerra, cuando ya no hubo balazos. Después llevó a su familia, que vivieron en la casa que después fue de don Isabel Cameros. El General Quintero era buen hombre, no perjudicó al pueblo. Aprehendió a algunas personas, sobre todo delincuentes, y a uno porque le encontraron correspondencia de los cristeros. Los castigaba y los dejaba libres, que no volvieran al pueblo. Uno de ellos fue Daniel Huízar y una señora Petra Villalobos.
Un primero de mayo, en donde fue el teatro, los soldados celebraron una hora de silencio por aquellos del ejército que habían muerto en combate; pusieron dos banderas, una la nacional, en el foro y la rojo negra en la parte de abajo. Al evento fueron puros soldados, pero no podía faltar la señora Atanacia, que llegó hasta la puerta del teatro y les dice a los dos centinelas:
-¿Qué hay aquí?
-No hable fuerte, Nachita.
-¿Porqué? ¿Qué hay muerto o enfermo?
-Aquí nomás es para los soldados. (Ella hace a un lado las carabinas y se pasa)
-No, aquí esta muy feo, ni música, ni hablan. (Se sale)
Al poco rato llegan los oficiales a comer y con ellos Don Agustín Rivera que era el presidente municipal, todos comentan y él le dice.
-Nachita, ¿por qué no fue a la fiesta?
-¿Pos cuando me invitó? Y hubiera querido ser de las preferidas. Bueno me atreví y ahí pase y me metí, pero pos estaba tan silencio y ¿la música? Pero lo que deveras se vio simpático fue su bandera negra. Yo he oído que dicen que“las de arriba... tiran a las de abajo” ¿La va a seguir poniendo?
-Si, de aquí en adelante esa será la nacional.
-Pos será en su rancho.
-Pos yo no respondo, hay algunas mujeres avisadas.
La familia de las señoritas Ortiz y varias amigas, entre ellas Cuca de León estaban en contacto con un grupo de Guadalajara y ellas celebraban las fiestas de devoción entre los católicos, la fiesta del sagrado corazón, las fiestas mayores, las posaditas y el nacimiento. El día 12 de diciembre lo celebran con rosarios, sin temor alguno, cantos a voz en cuello frente al Mesón de San Luis que era cuartel, a un lado de la Plaza de Toros, que era también cuartel y en la casa de Don Manuel Valdez, donde era el cuartel general. En donde eran las procesiones y en una pieza el Oratorio. En un día doce al mediodía estaban ellas y la señorita Clotilde García rezando, cuando se dieron cuenta que en la puerta estaban unos soldados y un policía llamado Enrique, cantaron varios cantos que a ellos los ofendía y por último el himno nacional y la señorita que dirigía les dice:
-Señores su asunto, ¿Puede decirme como entraron aquí?
Contesta el policía.-Es que venimos a buscar a don Cesáreo.
-Pero si usted sabe que él se fue del pueblo. ¿No vive usted aquí en la esquina?
¿Cómo pudieron entrar?
-Abrimos.
-Qué bien se conoce la clase de gente. Si esta la puerta cerrada se entiende que es para llamar, que no se repita porque los voy a acusar y a darles el título merecido.
Esto se hizo durante los tres años de privación de nuestros templos
Uno de los días del novenario, antes del nacimiento del Niño Dios, llegan los de la defensa de la V., entre ellos algunos del ejército, cuando pasaban frente a la casa donde se celebraban dichas fiestas, le dicen algunos a la señorita que estaba en la puerta:
-Ya volvimos (dizque habían ido al combate).
-¿No falto ni uno?
-No señorita, bueno, vamos a cumplir un compromiso con el chiquitín que esta acostadito, -¡Lo cumplimos muchachos!. –Lleven los caballos al corral y vénganse todos.
Todos entraron de rodillas, depositaron un donativo al Niño Jesús, llevaron velas. Con lo del donativo se les hizo una cena el día 24.
La familia del Mesón de San Luis tuvo mucha suerte, en aquel entonces tener una imagen religiosa era el mayor crimen, algunas personas hicieron subterráneos para esconder sus santos. Nadie podía traer un crucifijo al cuello y en esa casa ni los santos se quitaron de sus lugares. En un hotel que había por la calle Morelos, esquina con Guerrero les quemaron todos lo santos y les destrozaron bastante la casa; tal vez quisieron hacer lo mismo que hacía la Señora Atanacia y les falto táctica para defender su causa y contestar a las palabras ofensivas con que les provocaban, principalmente los campesinos.
En una ocasión un ejidatario del rumbo del Sauz de los Márquez quiso acusar a la señora Atanacia enfrente del general Montalvo diciéndole:
-Ahora si vas a vender, no como cuando vinieron los robabueyes que no te pagaron.
Ella le contestó: -Pues mira José, como dueña de lo mío lo que regalo a ti no te hace falta. A ti también te he regalado cuando no traes dinero. Ustedes lo que hacen es llegar provocando cuando no con lo que doy de mi comida, con que el cura o la monja, cosa que a ustedes no les importa. ¿No eres tú uno de los que cuando salen dizque a campaña te vas al templo y cuando llegas vas a llevar las velas? Tú lo que tratas es de ganarte el pedazo de tierra que no es tuyo, si cuando vinieron los cristeros, destruyeron el jardín porque iban a misa, ¿Pues no supiste que tu mujer vino a bautizar?
-Yo voy y los desbautizo.
-Pues ya recibiste el ascenso con el poder para desbautizar.
Interviene el Sr. Montalvo. –Mire señor, usted no tiene derecho a molestar tanto a la señora, ella sabrá qué es lo que hace con lo que es de ella.
Doña Atanacia agrega- Y en los mismos plato, porque no tengo otros.
Le pregunta el general Montalvo a doña Atanacia: -¿Así que es usted cristera?
-¿Porqué niego lo que soy? Ni trató de ganarme a unos ni a otros.
Después del combate del 22 de abril ocurrió lo siguiente:
Una noche se oyeron unos gritos por la calle Morelos: ¡VIVA CRISTO REY! Pasaron frente al portal y luego frente al cuartel vuelven a repetir lo mismo, hasta llegar a la calle Obregón y como todavía estaba tapada la esquina Ramón Corona se regresan y se detienen frente al Mesón y no hubo quien hiciera un disparo, hasta que unas mujeres de los soldados les gritan:
-¿Qué esperan que se los lleven entre las patas?
Luego de la casa que esta enseguida del Mesón sale Uriel Rosales con la carabina colgada, el de a caballo se detiene y lo que él hace es darle una palmada en la enanca al caballo, éste corre y luego los que están arriba de la casa de frente, hacen un disparo le pegan en una pata y gritan: -Ya cayó.
Se van unos tras de él y encontrando el rastro de sangre lo siguen hasta donde comienza el empedrado y allí se les pierde. Este era Pablo González que mucha lata les dio, que más de una vez lo llevaron preso los federales, amarrado, el general Quintero lo conocía perfectamente, en una ocasión lo llevaron al Mesón de san Luis pero como se lo entregaron al general le dice éste a la señora Atanacia:
-Ahí esta uno de tus hermanos.
-También suyo, ¿no?
-No, yo no.
-¡Ah! ¿Usted no viene de Adán? –Viene del chango. ¿Y ahora que le va a hacer?
-Lo voy a fusilar
-Pero primero dele de comer, mire nomás pobre hombre, todos a caballo y él a pie y amarrado. Tiene sed.
-No, “ay” que se muera.
-Y si usted fuera como él y yo le diera agua ¿No se sentiría bien?
-Pues dale pues, pero le pones veneno.
-¡Ah! Pues ya sé lo que haré con usted.
-Dele
-Si, le doy. (le da agua)
-Oiga, suéltele una mano pa darle una tortilla y así se lo llevo, hasta que lo soltó y le dice:
-Si él se va, a ti te voy a fusilar.
Luego nadie se dio cuenta cuando se fue, y así pasaba con los que le entregaban, le entregaron prisionero al señor cura de Bolaños, Juan García y a las religiosas que estaban con él.
En las fiestas del general, primero se repartían unos tacos a los que pedían por las puertas y después a los invitados, en Colotlán, no mató a nadie. Zapata, uno de los capitanes, colgó a Pablo Valdovinos al pie de la Sierra de San Nicolás, pero cuando llegó el general y que le rindieron el parte, hirió al capitán a golpes de espadín y lo despidió de su ejército. Se cree que por todo lo que vieron que hacía, lo acusaron con bastantes firmas de los municipios de Colotlán. Pero todo era una mentira, llegó un general de división de México, según eso con la orden de colgar al general Quintero, precisamente el día de su santo, en que se le hacía una gran fiesta. Este señor llegó por la mañana y lo recibieron con grandes atenciones, le ofrecieron desayuno y no lo aceptó, con nadie hablaba, no obstante que estaban las mejores invitaciones, destacaban las señoritas Márquez Medina, Argüelles Aldana y las Flores., pero a este señor no se le oía una palabra de conversación. Llegaron los generales Félix Bañuelos y Pánfilo Natera y se los presentaron, después empezaron a llegar los grandes regalos de todos los municipios: de Tlaltenango, un becerro con un collar de tarjetas y monedas, de Huejuquilla, un caballo, y así de todos los alrededores del pueblo, regalos como ningún año. Al mediodía el general Márquez Medina, les saluda y el que venia a colgar al general Quintero se dio cuenta de que todo era una mentira, una falsa acusación, dio lectura al escrito que llevaba y dijo los nombres de los acusadores, pidió todas las disculpas y salió de aquel rincón, entonces solicitó un brindis: “a salud de mi general Quintero”.