Sunday, April 29, 2012

Bolaños, Bibanco y los colotlecos

Situado en la sierra del norte de Jalisco y aproximadamente equidistante entre Zacatecas y Guadalajara, Bolaños era un lugar remoto porque la provincia de Nayarit apenas poco antes había sido sometida por los españoles. La fuente de mano de obra más cercana era la antigua colonia tlaxcalteca de Colotlán. Descubierto en 1736 por un indígena, Bolaños atrajo pronto a mineros más experimentados, pero la verdadera bonanza minera no comenzó sino hasta 1747. Entonces, en los años subsiguientes, hasta 1761, Bolaños produjo casi dos millones de peso al año, cantidad que durante aquel periodo ascendió al 15% del total de toda la producción de plata en México. Esta es una estimación mínima, porque según Francisco Javier de Gamboa, Bolaños, en su primer época producía entre tres y cuatro millones de pesos, o sea casi la tercera parte de toda la plata acuñada. La importancia de este campo fue señalada por el hecho de que el virrey, primer conde de Revillagigedo, estableció en Bolaños en 1752 una caja real. Dos años más tarde también se designo a un corregidor independiente para el pueblo, para que se encargara de imponer un cierto grado de orden público. Para entonces Bolaños contaba con 12 000 personas, que después aumento a 16 000, lo cual es prueba clara de la movilidad de la mano de obra minera en el norte. Después de 1760, sin embargo la minería de aquel lugar tuvo que enfrentarse a una crisis. Sus minas principales, La conquista, La castellana, La perla, La montañesa y Zapopan, estaban situadas a lo largo de la misma veta, por lo que requerían las mismas obras para su desagüe; sin embargo, cada mina era propiedad de un grupo distinto de personas, muchas de las cuales vivían en México o en Guadalajara, y la participación de uno de los mineros más importantes, Juan de Echazaureta había sido dividida entre sus hijos y era administrada por un tutor. En 1775 comenzó una serie de disputas sobre los límites de cada una de las minas, y en ese momento, después de catorce años de producción continua, las minas de Bolaños sufrieron grandes inundaciones que requerían una fuerte inversión para perforar un nuevo tiro central de suficiente profundidad que permitiera el desagüe efectivo. Ya las cuatro minas principales estaban perdiendo 500 pesos a la semana porque habían duplicado el número de malacates en operación. Ante esta situación, los propietarios de Bolaños acordaron colectivamente abandonar sus propiedades; ya que habían hecho una cierta fortuna que prefirieron no arriesgar en un intento, quizá inútil de desaguar las minas. En los dos años que siguieron la producción declinó tanto que para 1762, ascendía a la mitad de la cifra anterior, y en el curso de la siguiente década, hacia 1775, se redujo hasta un nivel que apenas alcanzaba la cuarta parte de lo que producía poco después de 1750. La población del lugar, que tan rápidamente había crecido, huyó con la misma rapidez, y en poco tiempo no ascendía más que a la cuarta parte del total anterior, lo cual significaba que para reactivar las minas en el futuro sería necesario resolver el problema de una grave escasez de mano de obra. Igualmente alarmante para el futuro era el descenso de la calidad del mineral extraído en Bolaños, que resulto cada vez más impropio para el proceso de amalagamación porque consumía más mercurio del que era corriente. El superintendente del monopolio del mercurio reconoció oficialmente en 1772 el empeoramiento de la calidad, ya que en la mayoría de los campos mineros la real hacienda exigía 100 marcos de plata por quintal de mercurio, mientras que en Bolaños se conformaba con 75. Antonio de Bibanco fue quien devolvió la prosperidad a Bolaños. Era natural de Villalasara, distrito de Montija, en castilla, y probablemente de familia de origen vasco. No sabemos porqué Bibanco se dedicó a la minería, ni cuando llegó a Bolaños, ni cual fue su anterior ocupación, pero el hecho es que ya en 1771 estaba registrado como propietario de dos pequeñas minas, la Cocina y el Espíritu Santo. Evidentemente era hábil minero, y pronto llamó la atención al emprender la perforación de su tiro principal hasta un nivel suficientemente profundo para permitir el desagüe de toda la veta. Fue entonces en 1773, cuando obtuvo el apoyo financiero de Juan de la Sierra Uruñuela, comerciante de México que tenía tiendas en Bolaños. Sierra le prestó 25000 pesos a Bibanco, el cual entro entonces en posesión de la Conquista, La perla, La Castellana y la Montañesa, que eran minas inundadas e inexploradas Además recibió un fuerte apoyo de los oficiales de Real Hacienda de la localidad, que con anterioridad habían sugerido al virrey que buscara un comerciante rico en la capital que quisiera rehabilitar las minas de aquel lugar, de cuya producción dependía toda la provincia circundante. Se concedió a Bibanco un precio del mercurio reducido en una tercera parte, en relación al que era oficial en 1775. Además se prohibió al corregidor de Bolaños que se inmiscuyera en asuntos mineros, de manera que Bibanco quedó sujeto únicamente a la caja real del lugar, en su calidad de representante del virrey. Con la ayuda de esta conbinación de apoyo financiero y benevolencia oficial, Bibanco hizo más profundo su tiro principal hasta llegar a las 250 varas que eran necesarias para el desagüe efectivo. Más tarde afirmó haber invertido en ese trabajo la suma de 300 000 pesos, cantidad que reunió principalmente mediante la reinversión de las utilidades, ya que a partir de 1775 sus minas empezaron a producir grandes cantidades de plata. A pesar de esto declaró en su testamento que todavía en febrero de 1780, fecha en que murió su esposa, únicamente poseí un capital de 40,000 pesos y que tenía deudas con Sierra, su socio, y con la caja real por la cantidad de 160 000 pesos aproximadamente. Además en julio de 1781 sufrió un gran perjuicio al desbordarse el río, inundándole el tiro central hasta una profundidad de 150 varas. Cierto es que Bibanco solicitó y obtuvo una exención total del diezmo para reparar los daños, pero Gálvez le retiró esa concesión, de manera que tuvo que restituir a la Real Hacienda unos 25 000 pesos. Para resolver el problema causado por el anegamiento, Bibanco excavó un nuevo tiro de 257 varas de profundidad, en el que invirtió más de 400 000 pesos. Sin embargo, es indudable que este segundo tiro fue parte esencial de la rehabilitación general de las minas. Por otra parte, es seguro que la inundación de 1781 no hizo disminuir mucho la producción, la cual se conservo a un alto nivel desde 1776 hasta 1783, cuando decayó abruptamente. Posiblemente la gran hambre de 1785-86, que afectó todos los campos mineros, privó a Bolaños de mano de obra. De cualquier forma Bibanco que estaba en ese momento envuelto en una serie de diputas con la diputación local y con la Audiencia de Guadalajara, decidió abandonar sus minas. Cedió la propiedad a su aviador o socio capitalista Sierra Uruñuela en la exigua suma de 73 000 pesos, por lo que es claro que estaba seguro de que una mayor inversión no era costeable. Bibanco, aunque menos conocido que José de la Borda y que el conde de regla, debe figurar entre el selecto grupo de hombres de empresa a cuyos méritos debe atribuirse directamente el gran florecimiento de la minería en el decenio de 17760 a 1780. También el aprendió la lección de que el éxito minero, sin tomar en cuenta la suerte en el descubrimiento inicial, dependía de una fuerte y continua inversión de capital. Los cimientos de su éxito fueron la perforación de los tiros profundos de desagüe. Su talento fue reconocido por los oficiales de Hacienda del lugar, que desde 1772 habían escrito al virrey que “Don Antonio de Bibanco puede decirse sin agravio de los demás, que es el único y principal minero que hoy puebla el Real por su infatigable actividad, pericia en el arte”. El mismo Bibanco escribió que el costo del desagüe de las minas anegadas había ahuyentado a sus competidores anteriores. “Entonces(1773) fue cuando movido a impulso de mi espíritu y confiado en mi pericia, denuncié las expresadas minas, sin lograr el menor auxilio aún exigiéndolos las grandes obras que era preciso construir a costa de un caudal inmenso, cuya consideración pudiera acobardar al más animoso” La rehabilitación de Bolaños provocó una cierta escasez de mano de obra porque la población residente no podía suministrar suficiente fuerza de trabajo. Bibanco recurrió a la colonia tlaxcalteca de Colotlán y aumento los salarios a sus trabajadores indígenas de cuatro a cinco y hasta seis reales diarios. Apelo al alcalde para que se encargara de despachar contingentes de trabajadores, pero parece que los de aquella fuente le causaron dificultades, ya que se trataba de indígenas indisciplinados y con tendencia al motín. Para afrontar este problema Bibanco sugirió el reclutamiento de una numerosa milicia que él, por supuesto, debía encabezar con el grado de coronel, cargo que prácticamente le habría dado el control de Colotlán. En 1781 el virrey otorgó su conformidad, y Bibanco procedió a reunir a unas catorce compañías de dragones y diez de infantería, reclutadas en una extensa región que incluía Bolaños, Colotlán y las alcaldías mayores de fresnillo, Aguascalientes y Jerez. Inmediatamente comenzaron las dificultades, porque todas las autoridades locales los alcaldes mayores, los ayuntamientos y la audiencia de Guadalajara se opusieron al establecimiento de dicha milicia. Bibanco mismo provocó una fuerte reacción cuando sofocó enérgicamente un motín en Colotlán, capturando a los cinco jefes del alborotó enviándolos a México para que se les juzgara. En la diligencia que tuvo lugar subsecuentemente, el abogado de Bibanco tuvo dificultades para refutar la acusación que estaba en boca de todos: “Dícese que mi parte solicitó y obtuvo el corenelato a fuerza de pesos para tener el arbitrario de sujetar los indios colotecos al trabajo de sus minas” También señaló que desde 1783 Bibanco pagaba hasta seis reales diarios a los trabajadores no calificados, en comparación con el salario normal de cuatro reales que prevalecía en los demás campos. Además había financiado la construcción tanto de una escuela como de una iglesia, pagando los sueldos de dos sacerdotes y un maestro. Cualquiera que haya sido la verdad en las acusaciones y refutaciones, el hecho es de que perdieron su interés la retirarse Bibanco de la región. Francisco Martínez Cabezón, agente de la compañía minera en 1792 se lamentaba que los indígenas de Colotlán no estaban dispuestos a trabajar en las minas. Solicitando al presidente de la Audiencia de Guadalajara que se obligará a todos los pueblos indígenas situados dentro de un radio de 40 leguas, a que enviarán contingentes de trabajadores a Bolaños. Pero la corona ratificó la ordenanza establecida que disponía que la mano de obra indígena solo podía forzarse a una distancia de diez leguas, y que no debía ascender a más del 4% de los tributarios varones de cada pueblo. D. A. Brading. Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810) Fondo de Cultura Económica. P. 256-265

Saturday, April 7, 2012

Patrimonio de los Pueblos

Parte I. De los recuerdos de mi infancia.

Por allí por agosto de 1826, un ingles perspicaz, camino de Bolaños paso por Colotlán, y nos lego un fragmento de la vida en aquellos años, una breve y vivida descripción de la rivera del río Colotlán:
“Viéndome imposibilitado de conseguir alimento para mi hambriento ganado hasta esta mañana, me vi obligado a renunciar a la idea de continuar mi viaje hasta que se refrescaran las mulas de carga. Por lo tanto, ocupe la mañana vagando por las riveras bañándome en el pequeño y turbio río que fluye a través del valle de Colotlán, y que ofrece con sus huertos y árboles frutales que lo acompañan una escena deliciosa. El maíz se cultiva en abundancia, y el maguey crece de modo considerable”

Tal y como lo describe George G Lyon, ese fue nuestro Colotlán por centenares de años; un lugar apacible, de vida tranquila y disfrutable. Jamás hubo abundancia exagerada y los años difíciles lo fueron en extremo, pero en lo general la gente vivió tranquila y feliz, y parte de esa armonía nacía de la confianza que les prodigaba su río, curso que envolvía suave y precautoriamente el poblado para garantizarle cierta sensación de seguridad. Sus pedazos de huerta aledaños al río les garantizaba dos cosechas al año de maíz, hortalizas, leguminosas y sin faltar los frutales, y en sus cobertizos no faltaba las gallinas, el puerquito y la vaquita. Hubo tiempos en que el exceso de lluvias, trocó al río en peligroso y amenazante para la gente y su poblado, no pocas veces inundo impetuoso las principales calles, trastocando la estabilidad y seguridad de sus habitantes y para ello los grandes hombres de la comunidad, organizaron a los pobladores, para ahondar el cauce del río, construir terraplenes y defensas. Así surgió el famoso calicanto, que por muchos tiempo contuvo las crecientes de la aguas, dando sitio a una geografía harta conocida para diferentes parvadas de inquietos niños y adolescentes, en busca de diversión. La mezquitera, el raicero, el calicanto, las huertas y el campo deportivo, fueron lugares comunes de nuestra infancia, todos ellos junto con la alameda y el parque, así a secas, pues no le recuerdo ningún otro apelativo.

Las tardes de mi infancia las viví casi indefectiblemente en esa hemisferio norte del poblado, excluyendo los domingos y alguno que otro jueves, de tiendas cerradas y funciones vespertinas del cine colonial. El futbol fue mi gran pasión infantil y fue en el campo deportivo donde disfrute de cada una de esas tardes, jugando futbol. La parte norte de la cancha de futbol fue mi favorita, por la capa de arena fina que había dejado la ultima inundación y sobre la cual el balón corría con la suavidad de una mesa de billar, facilitando las gambetas, fintas paradas en seco y cambios de dirección y velocidad. Sobre ese terreno me convertía todas las tardes en un Pele cualquiera. Apenas comía y ya estaba en camino del campo deportivo, con mi balón, mis tenis y el calzoncillo corto debajo del pantalón, pues entonces era aun mal visto andar en Short y ya oscurecido regresaba a casa, cansado, empapado en sudor pero soñando con el partido del día siguiente y en concretar los goles que había fallado esa tarde. Ya desde entonces el béisbol era un deporte en ataúd, anos atrás había sido efectivamente el rey de los deportes, y me recordaba vestido de beisbolista y un bat en la mano. Pero entre el futbol y el basquetbol, lo borraron del mapa deportivo, dejándole tan solo un puñado de aficionados, que hasta la fecha le siguen fieles, beisbolistas que ya desde entonces se sentían los dueños del campo deportivo, y nos amenazaban con golpearnos la cabeza con sus jonrrones y continuos pelotazos. Dos bardas completas publicitaban los comercios del pueblo y un rechoncho Jaime Haro, en calzoncillo y tachones, echaba los bofes mientras intentaba alcanzar infructuosamente alguna pelota, una de las secciones de la barda mejor pintadas era la suya.

A las huertas no era común que acudiéramos, estaban muy lejos y no tenían penado ir mas allá del parque, pero de vez en vez, íbamos por la vara de membrillo que nos pedía el profesor al comienzo del curso o por el pedazo de naranja con chile o el pico de gallo, que sin duda alguna es el mejor que he probado en mi vida. Sin embargo recuerdo con nitidez por lo menos una de esas antiguas huertas. Casi lindando con el río, al final de Chihuahua, había sido la herencia de los tres hijos de mi bisabuelo, y con toda la autoridad que le confería a mi abuela su parte de la herencia, alguna vez nos pidió que fuéramos a recolectar algo de fruta. El hortelano que la cuidaba, con crecida desconfianza nos dejo trasponer la puerta de mezquite y la bolsa de mandado que llevábamos fue insuficiente para contener la abundancia de frutas que en ese edén encontramos: en distintos momentos la huerta producía: perones, chabacanos, manzanas, naranjas, duraznos, limas, naranjalimas, membrillos, nueces, higos, ciruelas y alguna otra fruta que ya he olvidado. Emocionados con el exito de la empresa, el siguiente sabado volvimos a acudir con un par de costales, para llevar mas fruta y como el hortelano fingió que no nos escucho tocar a la puerta, nos brincamos la cerca de piedras y procedimos a ejecutar las ordenes de la abuela. Éxito total. Así que de plano el tercer sábado nos preparamos a conciencia y cargamos con la carretilla, pero esta vez terminantemente nos prohibieron la entrada. Aduciendo que la parte de la cosecha que le tocaba a la abuela ya se la harían llegar. Como era de esperarse en la repartición a la abuela le tocaron un par de costales de fruta de la mas común y corriente, abuso que nos hizo montar en cólera, pero ella siempre pacifista, refreno nuestros impulsos, aclarando que ya tomaría cartas en el asunto, y les haría saber cuantas eran tres, al trío de sinvergüenzas que usufructuaban tan inequitativamente su herencia.

En ese tiempo el río ya estaba contaminado por los drenajes vertidos en su curso por la distintas poblaciones río arriba y los colotlenses hacían también lo propio, no obstante y desobedeciendo, las explicitas ordenes de mi papá, de no bañarnos en el río, un par de veces retozamos en la hermosa playita que se formaba en la Mezquitera y por lo menos otra en el Calicanto que estaba mas bajito, pero al Raicero jamás nos atrevimos a entrar. Toda esa parte del río era en verdad preciosa con todo y que los montones de basura que la gente y el ayuntamiento dieron por tirar en las orillas del pueblo y del río, eran ya parte del paisaje. Por ese entonces era común ver a los areneros meterse a mitad del río a palear arena, cargando los cajones de madera que llevaban trenzados en las sillas las bestias de carga. Nos gustaba caminar el curso del río, tirar piedras, juntar con una rama la lama verde que se formaba entre las piedras y charcos de agua estancada y jugar a ensuciar con ella al compañero; descubrir los mas increíbles animales, plantas y tesoros que salían a nuestro paso, en ese paradisiaco lugar. Yo no se si todos los niños lo harían, pero nosotros disfrutamos a plenitud y con total libertad de esa extraordinaria y sorprendente parte del poblado y debo decir que la seguridad jamás fue una preocupación.

Nuestras correrías muchas veces terminaban descansando a la sombra de los viejos y pesados árboles de la Alameda, cuyos troncos, huecos y raíces estimulaban nuestra ardorosa imaginación infantil, encontrando tenebrosas figuras o imaginando cuentos e historias, e irremediablemente abrían paso a interminables persecuciones en derredor de ellos. Por lo menos hasta que la llamada del parque, nos hacia correr hasta sus puertas y en donde como una exhalación nos encaramábamos inquietos en columpios, volatines, sube y bajas y resbaladillas, atractivos estrellas del lugar. En tres secciones se dividía el parque, siendo la más grande la del acceso que contenía casi todos los juegos, desperdigados armónicamente en un amplio espacio de terreno. Y hacia el sur un seto dividía un pequeño corredor en el que había dos columpios encarados de este a oeste y en donde el mayor atractivo lo constituía el precioso prado de verde y grueso pasto. Curiosamente en Colotlán en aquella época no había jardines, los dos únicos lugares donde los mortales podían darse el lujo de poder retozar a voluntad, era el jardín de la plaza y ese pedazo del parque, y bueno eso siempre y cuando el jardinero o los cuicos no se dieran cuenta, porque los cuidaban mas que a la niña de sus ojos. La franja de jardín del parque era el preferido por las parejas de novios que solían buscar en la belleza del paisaje, el embeleso para sus mejores declaraciones amatorias y desde luego uno que otro beso furtivo, que con toda mala leche les echábamos a perder. A espaldas de esta parte del parque se ubicaba un pequeño patio trasero del hospital municipal y con frecuencia se podía ver a enfermeras y doctores que salían a fumarse un cigarrillo. Mas al sur y colindando con el entronque de las calles Paseo y Guerrero, se encontraba un precioso bosque de álamos y pinos, en el que solíamos jugar futbol, esquivando árboles y haciendo rebotar en ellos el balón, lo mismo que el eco de nuestro gritos y carreras.

Cruzar el río por el puente de cables era otra de las diversiones favoritas de los vagos e inquietos de nuestra época, claro que siempre existía temor y sobre todo porque no faltaban los abusones que hacían balancearse el Puente, amenazando con darle la vuelta y hacernos caer de cabeza en el río mas allá de esté, estaban la ignotas e inexploradas tierras de los Olleros: gentes que sabían el milenario oficio de elaborar con sus manos llamativas macetas vidriadas, que adornaban los patios de nuestras casas, preciosos objetos que con mas frecuencia de lo deseado, teníamos que ir a comprar, obligados por una intransigente madre, que no aceptaba otra forma de pago que: maceta por maceta, victimas colaterales de nuestros entusiastas juegos infantiles, en los patios de nuestras casas.


PARTE II. De los ataques contra el patrimonio de los pueblos.

Hace algunas semanas se suscitaron algunos comentarios de molestia en la radio local, por parte de algunos colotlenses que no estuvieron muy contentos con la tala que la jurisdicción sanitaria realizó en los añejos álamos que se ubicaban en lo que hoy es su patio de resguardo de vehículos, pero que hace quince años, era todavía un pequeño y hermoso bosque parte del único parque infantil publico de Colotlán. Las reporteras del noticiero Medios Ude G, Noticias Colotlán, se dieron a la tarea de investigar la nota obteniendo de los responsables las respuestas consabidas para estos casos:
1) los árboles por su antigüedad representaban un peligro para los servidores públicos, la población en general y sobre todo los vehículos allí custodiados, sobre todo un autobús nuevo y muy caro.
2) Efectivamente, necesitaban mas espacio para estacionar su parque vehicular (la verite de la verite)

Al cuestionar las reporteras al responsable de Ecología del municipio sobre lo ocurrido, este manifestó estar al tanto de la situación y en contacto con los de la jurisdicción y hasta se alcanzo la puntada de que tenían un proyecto de reforestación para esa área.

La verdad es que esta acción perpetrada por nuestras autoridades municipales y aquellos responsables de la salud publica regional, no es ni única, ni nueva, ni tampoco aislada. Como diría el famoso “Peje” Es parte de un “complo” y un desatino largamente gestado y puesto en acción por nuestros distintos niveles de gobiernos en contra del PATRIMONIO DE LOS PUEBLOS, en este caso el pueblo del Colotlán. Acciones que realizan con todo cinismo, negligencia, desfachatez, ignorancia y hasta mala fe. Y que la sociedad civil no hemos sabido detener, no nos ha interesado o en el mejor de los casos, ni siquiera nos hemos enterado que para el caso da lo mismo. Y de esta manera se ha venido disminuyendo, demeritando, degradando, desapareciendo, privatizando, destruyendo un importante patrimonio y legado cultural, arquitectónico, material, social y artístico inherente a nuestros pueblos y parte de su bienestar comunitario.

Comencemos por el parque actualmente denominado “El Papalote”, y que le conocimos simplemente como el “Parque”, y que sin poder precisar su antigüedad, fue uno de los grandes aciertos de las grises administraciones priistas; constituido por un espacio amplio, algunos juegos, muchos árboles y algunos tramos de pasto, fue por muchos años el único y exclusivo sitio de diversión de los niños y no pocos adultos, acierto que en los últimos cincuenta años, a ningún presidente, de los muchos fanáticos del progreso y visionarios se les ha ocurrido emular, de tal suerte, que en Colotlán seguimos contando con ese sólo, único y exclusivo parque, para atender a una población infantil que en ese mismo periodo de tiempo ha venido a incrementarse en un trescientos o cuatrocientos por ciento. Y que sin embargo nuestros brillantes presidentes no han sido capaces de visualizar y en lugar de incrementar la infraestructura en parques, jardines y áreas de recreación destinada a atender a ese segmento de la población, solo han atinado a descuartizar brutalmente el citado parque, amputándole más de la mitad de su extensión original para hacer una calle y dotarle de estacionamiento al hospital y hoy Jurisdicción Sanitaria, institución que con los millionarios recursos que manejan no han sido capaces de construir su propio inmueble, adecuado a sus necesidades y sobreviven de rentado u ocupando los espacios creados por el municipio. La respuesta a las necesidades de diversión y recreación infantil de nuestro gobierno, ha sido disminuir lo poco con lo que se contaba en este rubro.


Las administraciones municipales de Colotlán se han caracterizado por una perjudicial miopía en aquel importante aspecto de la planeación, de tal suerte que han buscado escatimar algunos pesos en la compra y construcción de los inmuebles necesarios para las instituciones que se han venido agregando al desarrollo municipal.

Así el inmueble herencia municipal de de la reforma Juarista y que perteneciera a la iglesia católica, conocido actualmente como Casa Hidalgo y anteriormente como cunorte, prepa, normal, escuela de niñas y seminario, es un ejemplo de cómo la falta de visión gubernamental a llevado a enajenar importantes edificios públicos en beneficio de otras instituciones. El campo deportivo Cuauhtémoc, es otro ejemplo de cómo otro importante espacio público se encuentra bajo el control de otros grupos sociales, imponiéndole condiciones al ayuntamiento sobre su utilización.
La unidad deportiva sobre la carretera federal, fue también cercenada en la mitad de su extensión en beneficio de la preparatoria regional de Colotlán y posteriormente la brillante inspiración modernizadora de Pepe Carrillo lo llevo a secuestrar el campo de futbol en beneficio exclusivo de los deportistas de la liga municipal y en perjuicio del resto de la ciudadanía que no puede hacer libre uso de la cancha que ahora esta empastada y enrejada. Lo que fuera una unidad deportiva amplia y de gran utilidad para la población hoy se ha reducido a dos canchas de basquetbol, otras dos inutilizadas de voleibol y una muy modesta de frontón, que han sido dejadas al olvido y muy disminuidas.

El lote urbano en el cual se construyo en los ochentas la biblioteca municipal Benito Juárez (y dicho sea de paso la única y anticuada biblioteca municipal de Colotlán) debido a la falta de interés, planeación y vergüenza de las administraciones municipales, ha tenido también que hacerle un espacio al DIF municipal para que desde allí realice sus operaciones, en vista de que en la presidencia municipal, no hay espacio para esta secretaria, ni tampoco le han construido su sede en otro lugar. Con tan mala fortuna que de las dos instituciones allí cobijadas no se hace una sola y el edifico es una vergüenza de lo feo y totalmente inapropiado, tanto para ser biblioteca, lo mismo que DIF.
Recientemente se ha constituido en el Epazote una preparatoria por Internet, pero como en muchos otros casos, la autoridad no se ha preocupado de construir los espacios propios y adecuados y para poder encontrarle un espacio, han tenido que coaccionar a la maestra y directora del kinder de la localidad para que les preste un local.

A finales del año pasado nuestro alcalde se quejaba amargamente de la falta de interés y compromiso de la población de Lomas de la Cruz por cuidar la cancha de juegos extremos de los efectos devastadores del vandalismo juvenil, que unos pocos años habían destrozado la magna obra construida por Carrillo Sandoval en su primera administración. Para ponerla de nuevo en condiciones de uso debió de invertirle otra buena cantidad. Sin embargo el máximo responsable de lo sucedido podría ser el mismo presidente, pues contra todo sentido común solo a él se le ocurre construir un espacio, que por su ubicación y naturaleza, va atraer ese tipo de población a una área de la ciudad de por si conflictiva y poco vigilada por la policía municipal. Como padre de familia, la brillante idea del presidente me pareció poco oportuna, en un lugar donde seria más adecuado una biblioteca o un pequeño parque para niños, en lugar de un sitio de reunión de delincuentes y desadaptados sociales. Así que no es de sorprender que la población del lugar no defienda una obra que solo acarrea vagos y gente problemática. Además quién se atreve decirles que no a eso jóvenes.

Otro gran crimen de omisión, ignorancia o pusilanimidad al patrimonio de nuestros pueblos, ha sido el brutal y salvaje ataque que han permitido en contra de nuestro patrimonio arquitectónico, dejando que los particulares, destruyan a placer la arquitectura colotlenses, borrando casi totalmente del mapa las hermosas y antiguas casas de estilo colonial, para substituirlas con el ecléctico y ranchero estilo colotlense. Esto es se han derribado las amplias y tradicionales casas de adobe y cantera, para subdividir los predios y suplantarlas con horrendas periqueras, un ataque frontal a la estética, la utilidad e incluso el buen gusto, y todo ello ante la mirada complaciente y la obsequiosidad de los ayuntamientos. Y a últimas horas, quieren inventar una ciudad colonial donde han destruido todo, y se afanan por cambiar pisos de la plaza, como si con eso restañaran las heridas. Y en esta terrible transformación urbana a nadie se le ha ocurrido crear espacios de recreación para la población.

Parte III. De los presidentes viajeros e ilustrados.

Los últimos presidentes colotlenses por motivo de su cargo político, han tenido la necesidad de realizar repetidos viajes al extranjero en estricta misión oficial, y de entre ellos el viajero por antonomasia lo ha sido Pepe Carrillo que en múltiples ocasiones ha visitado los Estados Unidos, sobre todo por aquello de la formación de los clubes colotlenses.

Se dice popularmente que: “los viajes ilustran” lo que no en todos los casos es exacto, porque nuestros gobernantes con toda su buena voluntad, capacidad de observación y predisposición fanática al progreso, no se han podido percatar en sus viajes al vecino país, que si hay algo que distinga a los gobernantes gringos en su voluntad de servir a sus ciudadanos, son sus buenas escuelas (primarias y secundarias),bibliotecas y sus jardines, canchas deportivas, parques y áreas de diversión y recreación, que por lo demás en lo general son gratuitas. De esta forma los gobernantes gabachos se aseguran de garantizar las condiciones básicas para hacer realidad la famosa frase griega: “mente sana en cuerpo sano”. Con toda esa infraestructura garantizan que toda su población tenga acceso a la educación básica, los parques donde hacer deporte y las bibliotecas que ayudan a formar culturalmente a sus niños y jóvenes, especialmente. Para todo aquel que recién llega a los estados unidos, el primer choque es encontrar todos esos espacios abiertos de bosques y naturaleza directamente en contacto con las ciudades, así como descubrir la enorme cantidad de parques, jardines y áreas para practicar deportes, Y sin duda la gran bendición que es tener una biblioteca cerca de tu casa, con miles de libros, películas, juegos, discos e Internet. Pero a nuestros gobernantes este encuentro con la cultura del primer mundo, no les ha despertado la minima inquietud, ni deseo de emular a sus contrapartes norteamericanos, replicando estos servicios en sus comunidades.

Pues bien, a los gobernantes colotlenses tanta ilustración no les ha dado ni para traer un par de libros a su biblioteca y mucho menos para pensar en construir un jardín, donde puedan salir a jugar los niños. Eso si, han venido enjundiosos a tentar a la posteridad con monumentales arcos y esculturas que aseguraran su trascendencia histórica.

Son tiempos de elecciones y también de reflexión, de pensar en todo lo que nuestra comunidad ha venido perdiendo en su patrimonio histórico -cultural, en sus tradiciones, costumbres, usos, formas, ideas y arte. En ,lo que somos, hemos dejado de ser y nos gustaría ser como colotlenses.. Entender en donde han quedado nuestras huertas, parques, edificios públicos, e incluso valores y formas de respeto.

RD