A partir de la constitución de la radio privada de Tlaltenango muchos colotlenses nos dimos cuenta de la necesidad de tener nuestra propia estación en nuestra comunidad, como un invaluable medio de potenciar el trabajo cultural y educativo de nuestra población y esta demanda se convirtió en una reiterada solicitud de apoyo al gobierno estatal de Cárdenas Jiménez y después de Ramírez Acuna, que no se dieron ni por enterados; afortunadamente otro de los invaluables beneficios del Campus Universitario del Norte lo constituyó su estación de radio inaugurada en los últimos días del reinado del rector Candido González Pérez, y que a partir de entonces ha tenido una certera, ascendente y grata evolución. Los directivos han tenido el acierto de formar personal nativo de nuestro Colotlán en la dirección de este importante medio y la orientación informativa y cultural del programa es otro de sus grandes logros, esto conjugado con los benditos adelantos técnicos de la WEB que ha potencializado su importancia, cobertura y trascendencia. Para todos aquellos que jamás hemos podido cortarnos el cordón umbilical con nuestra tierra, pese a haber vivido la mayor de nuestra vida fuera de ella, esta ha sido una increíble medio para seguir inmersos en lo que sucede en nuestra comunidad cotidianamente. Y desde luego que celebro con entusiasmo las importantes propuestas de la radio: Viajando por las ondas radiales, fue mi primer programa favorito al que se han ido sumando, medios UdeG noticias, punto UdeG, y el sin par Canto Vernáculo, tan bien conducido por dos picaros y divertidos amigos, el Dr. Carmen y el contador Poncho, quienes gracias a esa carisma y esa química tan agradable que despliegan juntos han logrado interesar a mucha gente en el conocimiento y disfrute de nuestras raíces musicales. Los felicito de todo corazón por ese desinteresado y excelente trabajo que están haciendo en beneficio de nuestro pueblo.
Y desde luego el programa Ecos de la Región que da pie a este articulo y que se define asimismo de la siguiente manera:
“es un programa de revista que ofrece información sobre cada uno de los municipios de la Zona Norte de Jalisco y los del estado de Zacatecas colindantes; lo anterior porque los límites geográficos no evitan que compartamos un pasado común y un sinfín de costumbres y tradiciones. Se busca mostrar lo mejor de cada municipio en cuanto a sus riquezas naturales y culturales que suelen ser poco conocidas. Se agrega información inédita y anecdótica”
Otra de las ventajas del bendito Internet y de los aciertos de la radio, es que puedes ingresar a dichos programas posterior a su fecha de emisión al aire, lo que te da mayores posibilidades de disfrutar de ellos y con la tecnología actual lo puedes integrar a tu audioteca personal en tu computadora o en uno de las decenas de novedosos artefactos que existen hoy en día. Gracias a ello es que yo en lo particular me he acompañado de estos programas en mi trabajo, mientras conduzco e incluso cuando voy a los centros comerciales, en donde he tenido la oportunidad de escuchar varias de las emisiones del programa Ecos de la Región que hoy ocupan de mi interés. Y bueno hay que admitir que para todos aquellos interesados en los aspectos históricos y culturales de nuestro municipio y región, este programa es oro molido, pues aborda temas muy ricos e interesantes, y a los cuales no deja uno de querer meterles su propia cuchara, que es el pretexto del día de hoy. Y de pasada señalar la necesidad de que dicho programa abra un espacio en donde sus escuchas podamos retroalimentar el programa con nuestros comentarios, aun cuando no sean al aire, en el momento de la emisión y a los cuales podamos acceder el resto de los interesados.
En el ultimo programa que tuvo como invitada a la sin par Lucia Vázquez, se hablo de la oferta turística municipal y de los festejos del aniversario de Colotlán.
Y bueno yo estoy de acuerdo en que en Colotlán existe una muy rica y singular oferta de entretenimiento en sus particularidades físicas, pero que con todo no muy fácilmente podrían catalogarse de oferta turística, o por lo menos no para todos los grupos de población. Es verdad que existen paisajes y cascadas increíbles, entre las cuales nos desarrollamos muchos de los jóvenes de las generaciones de Parchis y anteriores, cuando la televisión publica apenas comenzaba hacer los estragos que hoy tienen en la inopia cultural y la obesidad a nuestra población a lo largo y ancho del país.
“La Pila del Muerto” (tenebroso nombre para un lugar tan bello), “el Salto”, “la Pila de la Trinidad” la Pila de Luís Humberto” “San Pedro o la Aguazarca” “El Agua Caliente” etc. Tienen todo excepto: accesibilidad, llegar a ellos requiere de una buena condición física, habilidades para trepar, brincar, agacharse y sobre todo de conocimiento de la naturaleza y orientación en el campo, o un excelente guía que conozca al dedillo las mejores y más transitables brechas para llegar a ellos. Lo que quiere decir que los turistas interesados en conocer esos sitios deberán ser osados y en plenitud física. Además deberán sujetarse a los dictados de la naturaleza, porque para disfrutar de esas bellezas físicas hay que esperar que venga el temporal de lluvias y corran los arroyos lo suficiente para que se limpien y haya un buen caudal de agua. Podría con verdad decirse, que el único arroyo verdaderamente accesible, turístico y popular es “Pacheco”, pero no cuenta con la belleza, glamour y temeridad de los otros sitios.
Las tardes de junio, julio y agosto eran quizás las más propicias para un buen chapuzón, justo cuando apenas comenzaba a bajar el sol, enfilábamos cruzando el puente colgante de Tochopa, hacia la pila del Salto. No hacían falta muchos preparativos, si acaso un short y un poco de ganas. Caminábamos aun aflojerados entre las gallinas, los cerdos y los perros de los patios traseros de Soyatitlan, cruzábamos hacia el poniente siguiendo el curso de una de las bajadas naturales de agua del cerro. Debíamos subir y bajar dos pequeños cerros hasta encontrar un tercero más empinado en cuya cima se encontraba la hermosa pila con su breve cascada. No había que decir mucho, era ya un ritual anidado de verano en verano. Justo cuando habíamos dejado los caseríos y nos introducíamos en el bosque, comenzaba el trote, muy ligero, apenas para acelerar un poco la respiración, pero a medida que llegábamos a las partes intricadas del primer cerro, se convertía en carrera abierta, evadiendo obstáculos, árboles y piedras, hasta llegar a la cima y pasando por debajo de una cerca de alambre, atravesar una pequeña mesa, en la que anónimo labriego tenia siempre una muy hermosa y ordenada milpa, la cual cuidadosamente bordeamos con respeto y cruzando la segunda cerca de alambre de púas bajábamos desenfrenados el cerro, procurando no caer o impactarnos con los árboles. De pronto saliendo de la espesura del monte, podíamos ver la cascada allá en lo alto del cerro y bordeando por el poniente finalmente llegábamos a nuestro destino. Una pila de agua fría, de regular tamaño, asentada al filo del cerro y protegido por mezquites y otros árboles de los rigores del sol. Había que atravesar la pila para poder acceder a la pequeña playita donde nos sentábamos a descansar y agarrar sol. Para los que no sabían nadar era un suplicio tener que permanecer en lo bajito, casi al pie de la cascada. Y era muy raro encontrar alguien bañándose allí, lo que era magnifico, la pila para nosotros solos. Media hora a todo galope nos costaba regresar al pueblo, justo cuando se comenzaba a poner la noche. En la semioscuridad cruzábamos como una exhalación por Soyotitlan, para desembocar por el callejón anexo al templo de san Nicolás. El Salto fue siempre la respuesta rápida a una tarde calurosa o sin expectativas, baste decir que regresábamos agitados y sudorosos, pero con un tremendo desgaste de adrenalina. Correr entre la espesura del cerro era siempre excitante, amen de la nadada y la frescura del baño.
Acudir a “la Trinidad” era cuestión de agarrar un día soleado y todavía muy nuevo, y no olvidarse de llevar aunque fuera unas galletas saladas, porque estando tan lejos y con la asoleada y lo cansado del agua, “da un friego de hambre”. Cruzábamos el puente mas allá de con Loreto y comenzábamos a hacer camino y a rezar por que el aventón llegara pronto. Si había suerte y rápido conseguíamos un “raid” nos bajábamos justo a la entrada del rancho y entonces si a caminar otro buen tramo hasta el arroyo. Recuerdo varias pilas pequeñas y una sobre todo muy honda y peligrosa, se hablaba de un remolino en mitad de ella.
Para acudir al Salto, no había que pedirle permiso a nadie, ni sentirse culpable de “trespassing” (allanamiento) excepto cuando cruzábamos por la parcela de maíz, donde sentíamos que en cualquier momento nos disparaban un escopetazo. La sensación de incomodidad en la Trinidad y sobre todo en la pila de Luís Humberto era abrumadora. Pesaba sobre uno la sensación de que en cualquier momento podía llegar el dueño y mandarlo a uno en calzoncitos a su casa. La incomodidad que les causaba a los propietarios la incursión de extraños en su propiedad era evidente, tanto que cerraban las puertas de acceso de vehículos y si uno quería entrar era evidente que era bajo su propio riesgo y el estado de ánimo del día del dueño. En la pila de Luís Humberto había que descender del cerro para llegar hasta la pila, más bien grande y no recuerdo mucho espacio donde descansar, además siempre había “los asiduos” que te miraban recriminándote de advenedizo.
Para los amantes de verdaderamente caminar, sin duda la barranca del Epazote en el mes de mayo, cuando el calor esta insoportable y los gigantescos pitayos se cargan de frutos. Allá metidos en la profundidad de la barranca se encuentran las mas increíbles pilas, recuerdo especialmente una de poco mas de dos metros de ancho, excavada en piedra volcánica y con el agua dulce y transparente. Después de andar bajo el sol abrasador de pitayo en pitayo, sumergirse en un baño de agua fría en paradisíaco paisaje es la gloria. Solo cuando baja uno a esas barrancas y después de caminar entre peñascos todo el día, bajo ese calor insoportable, es que entiende el valor intrínseco que conlleva cada una de esas pitayas que con tanto deleite compramos el domingo en la plaza, y que indolentes regateamos su precio.
En realidad hablar de todas esas bellezas naturales y pretender que están al alcance de un turista promedio, es engañarnos. Un buen número de los mismos colotlenses aun cuando han oído hablar de ellas no las conocen y jamás podrán un pie en ellas, porque no están precisamente a la vuelta de la esquina. Ni que decir de otros sitios tan remotos como el Cerro de la Campana, en Mesa de Flores, ubicado en una de las regiones más interesantes y misteriosas de Colotlán. Entre cañones con diversos microclimas y registros de inundaciones, de bosques completos fosilizados, canteras de piedras sorprendentes, fósiles de conchas y yacimientos de cal, entre los otros muchos atractivos, como lo son la flora y fauna increíble del lugar. O la cueva del Meco, de la Novia, y la de Petra armada.
El cerro de Santiago, tiene también un lugar aparte, el cual pese al sentido común, lo trepamos temerariamente por la parte de enfrente a la carretera, los riscos que están justo detrás de los baños del Agua caliente de Santa Maria. No fue fácil y un par de veces estuvimos a punto de renunciar y otras varias de desbarrancarnos, pero finalmente lo escalamos para desmentir los mitos. En la cima no hay casi nada de nada, no árboles, pocos arbustos y en la parte mas elevada no hay ningún volcán de viento. O por lo menos ese día no trabajo. Sin embargo en una de las hondonadas a mitad del cerro si se deja sentir una ligera corriente de aire y bien tampoco encontramos ningunos restos arqueológicos, figuras u objetos que dicen están desparramos por allí. Sin embargo reconozco que enfrente del cerro de la cantera, a las faldas del mismo cerro de Santiago existen evidencias irrefutables del asentamiento de los indígenas colotlenses cuando la llegada de los españoles. Pese a la brutalidad e indolencia de nuestras gentes, aun hay remanentes de esos asentamientos, cuyos moradores construyeron terrazas probablemente defensivas y en donde aun quedan pedazos de los instrumentos que utilizaron para confeccionar sus comidas y sobrevivir. Fragmentos de metates, ollas, puntas de lanza e incluso cabezas de hachas y puntas de pedernal presumiblemente siguen allí.
Dolorosamente las primeras gentes sin cultura y sensibilidad que subieron hasta allá, se dedicaron a destrozar todos esos restos, estrellándolos contra las piedras o lanzándolos por el despeñadero hasta el arroyo de la cantera. Quedan fragmentos de ellos y aun para la primavera de 2003 aun sobrevivía uno de los restos más importantes de nuestro legado arqueológico: la tumba presumiblemente de alguno de nuestros antecedentes indígenas, que se había erigido en la punta del cerro en lo que parece fue una de las habitaciones más importantes del refugio. Construida aprovechando las barreras naturales de la piedra y con una especie de entrada a manera de semitunel, que conduce hasta un patio amplio y a una especie de habitación pegada al voladero y resguardada por el cerro y a cuyo pie se excavó esta tumba y se cubrió con una pesada loza de piedra, protegiéndola con una trampa de varias toneladas de rocas sobrepuestas a manera de domino, y cuya base central estaba justamente sostenida en la colosal piedra. Quienes construyeron la tumba pensaron que cualquier interesado en saquear la tumba tendría que enfrentarse con la pesada tarea de desmontar las varias toneladas de piedras de la trampa o arriesgarse a ser aplastado por ellas. En algún momento del tiempo, un curioso le hizo un agujero a la loza con una especie de barbiquejo para intentar descubrir lo que albergaba la tumba. Pero algunos vivos en 2003, se dieron cuenta que no había necesidad de tanto esfuerzo ni arriesgue. Probablemente la cantidad de anos transcurridos habían desactivado la trampa, pegando las rocas unas con las otras y con solo quitar unas pocas sueltas y más peligrosas se dieron a la tarea de con un pico partir en dos la pesada loza. Lo que encontraron allí solo ellos lo saben, pero en esos días a nosotros nos toco subir hasta el lugar para encontrarnos que habían asaltado la tumba y un pico y una pala viejas, aun con barro fresco no indicaron que no se habían ido con las manos vacías. Gente mayor de la que probablemente no quede ninguna hablaban hace años, de una especie de sociedad secreta de guardianes del cerro, que quizás expliquen la sobrevivencia de dichos vestigios hasta el ano 2003. Pero el nuevo siglo también trajo la desaparición de los mismos y la vulnerabilidad del sitio. Y bien ya que hablamos de esa parte del municipio, la famosa mesa de Silva, paraje donde probablemente los colotlecos le aplicaron garrote al famoso capitán español que inmisericorde abusaba de ellos. Pues hay que decir que todo ese paraje cuenta con misteriosas sorpresas para los ojos atentos, como montones de tierra endurecida cuajada de especie de huevos fosilizados y rocas del tamaño de un balón de básquetbol que al partirse revelan en su interior restos orgánicos. Muestras de estos objetos los concentro Ricardo Urista en casa de la cultura, para el museo municipal que aun duerme el sueño de los justos.
Intermedio ( porque muy largos despues tampoco los leen)