CRONICAS IBARGÜEIGOITIANAS DESDE EL EXILIO
SERES DE AVATARES
Mis vecinos.
De mis vecinos poco puedo decir y es bueno. Son discretos, amables, nunca se quejan por los gritos que produce mi progenie en esta difícil empresa de educar y sacar a la familia adelante. Todos ellos (entre tres y cinco nunca he sabido de bien a bien cuantos) son de una edad madura, solteros a fuerza de dejar atrás matrimonios mal avenidos y poco provechosos. Mis vecinos son sencillos a fuerza de economizar, me atrevo a conjeturar que por que no les ha quedado de otra después de las obligaciones que les impone el child support. Puedo decir de ellos (según puedo deducir de sus rostros y el lenguaje no explícito de su ropa, sus autos, su manera de saludar y despedirse); que son felices, que han sabido balancear una vida poco prometedora y halagüeña con los estándares harto demandantes de la sociedad americana y que viven sin mayores sobresaltos ni exigencias y pueden incluso cortar de vez en vez una flor del turbulento y conflictivo jardín del amor.
Tienen tres perros, que hacen las veces de hijos o compañía, perros que implican un desgaste considerable en su ya de por sí desgastada economía; sus trabajos son un enigma y parecen sobrevivir haciendo poco o nada, en asuntos amorosos son visitados regularmente por féminas que al parecer quieren reincorporarlos nuevamente a la vida de familia, puedo deducirlo porque la frecuencia e intensidad de las visitas me deja vislumbrar que el horno se está poniendo para bollos. Creo que son buenos muchachos más allá del bien y el mal, lejos de los avatares del amor de familia y de sus trampas. No molestan ni se dejan ver demasiado, son respetuosos y discretos, bueno excepto en esas ocasiones en las que son visitados, entonces y gracias a la infame costumbre de los americanos de construir casas de papel, se escucha la trifulca con cada una de sus notas y los noventa y dos diferentes tonos de ¡yess! y son tan sonoros que es fácil imaginar a que corresponden los rechinidos, frases entrecortadas, palabras de aliento y pujiditos, entonces, es el momento de prender la televisión, el estéreo, o ponerse los audífonos del ipod, porque después de todo y aunque no hay mayor evidencia gráfica, solo me queda preguntar ¿ Y yo en que libro leo?
De mis vecinos poco puedo decir y es bueno. Son discretos, amables, nunca se quejan por los gritos que produce mi progenie en esta difícil empresa de educar y sacar a la familia adelante. Todos ellos (entre tres y cinco nunca he sabido de bien a bien cuantos) son de una edad madura, solteros a fuerza de dejar atrás matrimonios mal avenidos y poco provechosos. Mis vecinos son sencillos a fuerza de economizar, me atrevo a conjeturar que por que no les ha quedado de otra después de las obligaciones que les impone el child support. Puedo decir de ellos (según puedo deducir de sus rostros y el lenguaje no explícito de su ropa, sus autos, su manera de saludar y despedirse); que son felices, que han sabido balancear una vida poco prometedora y halagüeña con los estándares harto demandantes de la sociedad americana y que viven sin mayores sobresaltos ni exigencias y pueden incluso cortar de vez en vez una flor del turbulento y conflictivo jardín del amor.
Tienen tres perros, que hacen las veces de hijos o compañía, perros que implican un desgaste considerable en su ya de por sí desgastada economía; sus trabajos son un enigma y parecen sobrevivir haciendo poco o nada, en asuntos amorosos son visitados regularmente por féminas que al parecer quieren reincorporarlos nuevamente a la vida de familia, puedo deducirlo porque la frecuencia e intensidad de las visitas me deja vislumbrar que el horno se está poniendo para bollos. Creo que son buenos muchachos más allá del bien y el mal, lejos de los avatares del amor de familia y de sus trampas. No molestan ni se dejan ver demasiado, son respetuosos y discretos, bueno excepto en esas ocasiones en las que son visitados, entonces y gracias a la infame costumbre de los americanos de construir casas de papel, se escucha la trifulca con cada una de sus notas y los noventa y dos diferentes tonos de ¡yess! y son tan sonoros que es fácil imaginar a que corresponden los rechinidos, frases entrecortadas, palabras de aliento y pujiditos, entonces, es el momento de prender la televisión, el estéreo, o ponerse los audífonos del ipod, porque después de todo y aunque no hay mayor evidencia gráfica, solo me queda preguntar ¿ Y yo en que libro leo?
HAWKMOON