Federico Gutiérrez
Mi nombre completo es, Federico Gutiérrez Robles, originario de Casallanta, mi padre era del Rancho de Guadalupe, de allí nos cambiamos para ese rancho, por ahí en 1935. En ese tiempo nadie quería tierras, yo estaba chico, tendría unos cinco años... nos cambiamos para allá porque hubo una ampliación del terreno del ejido, y sí nos tocó; mi papá agarró suficiente terreno, tanto de sembradío como de agostadero. En ese entonces nos hizo la invitación de ir para Casallanta, un señor que se llamaba Basilio Torres, y ya le dijo a mi papá:
-Mira, agarra el terreno que quieras, nadie quiere tierras.
Pero el problema de ahora; es que ahora sí queremos tierras, pero ahora ya no hay porque las tierras ya están apartadas. En un principio éramos muy pocos en el ejido, pero poco empezaron a llegar más gente, al siguiente año entro mi compadre Cruz Medina, un hermano de él y muchos más. Se pobló y ahora esta tupido, pero ya no hay tierra. A mi me siembra un hermano mío, que es mi mediero, el hace y deshace con la parcela.
Las propiedades del ejido de Casallanta, eran de un señor llamado Ignacio Tejeda, ese señor tenía propiedades en el Zapote, la Hacienda y Casallanta. Ese hombre tuvo mal fin. Hay dos lienzos que separan al Zapote de Casallanta, ese viejo venía entre los lienzos con dirección al Zapote. Estaba una serrana entre las piedras, y el Sr. Ignacio saco la navaja y quiso ensartarla, la víbora le pico en el brazo, y se vino para Colotlán y ya para las once de la noche estaba tendido con sus cuatro cirios. Esos terrenos quedaron como intestados cuando Ignacio Tejeda faltó mi a´pa y don Basilio Torres iniciaron el proceso para el reparto de tierras; se fueron a México y llevaron un lista y la solicitud de tierras, de allá de México mandaron a un ingeniero a dar la toma de posesión de las tierras, y en ese entonces nadie quería tierras, así que estuvieron allí muy poquitos: don Basilio, Abigail, José y Uriel todos ellos Torres, mi papá y un sobrino de don Basilio, nada más.
Dijo el ingeniero:
-Bueno, no le hace que sean poquitos, lo mejor que ya estoy aquí. Vamos a ver cual es la propiedad para deslindarla. Midió todo el predio, en dos días y levanto el reporte. Por ahí por 1941, como diez o doce años después mandaron un ingeniero a entregar los títulos de propiedad. Muchos de los que firmaron la solicitud estaban en otro lugar, mi papá estaba en EU y me mandaron hablar, y me dijo el Ingeniero:
–¿Sabes qué?, el titulo de propiedad viene a nombre de tu papá pero en vista de que no esta, cuando venga tu papá, él va ser tu mediero, el dueño de la propiedad vas a ser tú. ¿Cómo te llamas? Me tomo mi apelativo. Metió el titulo de propiedad en una máquina y lo lleno con todos mis datos. Cuando mi papá vino, le platicaron lo que había pasado y de todas maneras él estuvo poseando las tierras. Son doce hectáreas, un puro barbecho, en esas tierras nosotros expusimos la vida y les dedicamos mucho esfuerzo a desmontarlas. Cuando empezamos a desmontar había leña a morir, pero en cantidad, yo dudaba que se acabara la leña, y ahora no quedo nada. Todo se acaba, todo se acaba. Había mucho pasto, mi papá en ese primer año metió cincuenta reses, que bajabamos diario al agua, primero una parte y luego otra. Ya por parte de tarde, el ganado solo subía. El ganado se conserva muy bien en el agostadero de allá abajo.
Santiago Chico y Santiago Grande, fueron unos hombres muy humanitarias. Todos nosotros los sentimos mucho cuando faltaron. Allí en el rancho los sentimos mucho. Ese hombre ayudaba a la gente de todas las comunidades, todos los que tenían una necesidad acudían con ellos. Llegaban del Sauz, de la Cofradía y de todos lados, y a todos ayudaba.
-No te preocupes ¿Que es lo que ocupas? Les decía. Pos anda con fulano y dile que vas de mi parte. La gente les tenía mucha gratitud, ni que esperanzas que a ellos les afectaran con lo de los ejidos.
De ese hombre Santiago Alejo, le puedo decir, que de todos los ricos que hubo aquí en Colotlán, él fue el único bueno, muy humanitario, los demás de los más ricos que habían aunque sí pero no, no estiraban la cobija. Yo en ese tiempo tendría como unos doce años, una vez vine a la casa de ellos, me mandó mi papá, cuando estaba allí con ellos llegó un señor cura que estaba aquí en Colotlán, se llamaba Ignacio Gallegos, iba a pedir una ayuda para pintar la iglesia, que si podía ayudarlos con algo para poder pintar la iglesia, le dijo Santiago el grande
—Mira, vaya Ud. a Monterrey, vaya a Guadalajara o a la parte que usted quiera ir, traiga el arquitecto que le haga el presupuesto y me hace la cuenta, yo sí creo... porque de los más riquillos que hay en la actualidad, no pos esa gente no estira... ese señor Santiago Alejo, año por año, llevaba al agostadero de allá del racho como unas ochocientas reses, a agostar para la temporada de agua.
Toda la madera que ocuparon para los andamios la pusieron ellos, ellos tenían mucha madera en su casa. En su casa tenían todo.
Una vez me platico mi padre, Santiago Grande y Santiago Chico, a mi padre le tenían estos señores mucha confianza, a él no le gusto nunca ser ventajoso con nadie. Esa vez me platico mi papá que una vez en la pieza donde recibían ellos a las personas que llegaban, le dijeron a mi papá, los dos:
–Mira Nacho te vamos a bajar a un sótano que tenemos, ¿Cómo ves te animas? Vendaron a mi papá bien vendado, y se fue Santiago chico por delante, con una lámpara de carburo, destapo el lugar y bajaron a mi papá al pasito por una escalera, ya cuando lo desvendaron, ya estaba la luz prendida, y decía mi papá que allí tenían dinero a morir. De cualquier clase de moneda que quisiera allí la tenían, así como montones como de fríjol, y le dijeron mira esta es esterlina, este es oro. Tenían mucho dinero allí estos hombres, mucho, mucho dinero.
-Me vendaron- me dijo mi padre- salimos pa arriba, se salió Santiago Grande por delante y detrás Santiago chico y lo llevaron de nuevo a la pieza y allí lo desvendaron. El no supo ni donde quedo, le habían platicado que allí había mucho dinero, dinero a morir.
Esa casa de los Santiago, que compro Luis Huízar, la compro en 400 dólares, que en aquel tiempo daba $5000.00 pesos mexicanos. El que vendió fue el heredero él que hizo la maldad, pues a él no le costo nada. Con ese capital que tenían estos hombres era para no trabajarle a nadie. A mi me platico Don Gustavo Ortega, que era un hombre muy tratable el viejo, y él me platicaba cada vez que nos encontrábamos la conducta de ellos.
Me decía fíjate con ese capital que tienen ellos es para no trabajarle a nadie, Pero todo se acaba señor. De todo aquello ya no hay nada. Santiago Alejo, fue de los ricos de antes el número uno. Los demás eran muy tiranos muy poquiteros. Me platicaba El charro campos, Jesús Campos, a que no crees una cosa que te voy a decir:
¿Dónde crees que tiene Don Agustín de Ávila, el dinero?
-No, no me doy color.
–Lo tiene en el corral.
¿Y tu como sabes? Le decía yo.
–Mira te has de fijar en el corral (el corral era un corral muy grande), a mitad de corral tiene un montón grande de leña de mezquite, pues allí donde tiene la madera allí tiene el dinero, escondido entre los troncos, a ras de suelo. Al charro Campos lo quería mucho el viejo.
A don Agustín de Ávila, si lo conocí de vista. Me acuerdo que cuando veníamos del rancho, llegábamos allí al mercado viejo, con don Eugenio Martínez abríamos la vitrinas y a comer pan y nos decía don Eugenio
–Da gusto verlos comer a ustedes cabrones, ustedes si comen.
Y yo le preguntaba -¿Oiga y su vecino?
-Viejo jijo... decía don Eugenio.
Don Agustín de Ávila tenía su negocio enfrente de con don Eugenio, era un viejo muy desaseado, con una corbata que había sido negra y ya no se sabía ni de que color era. Vendía en su negocio maíz viejo y caro, todo picado. Era un viejo carero y tacaño.
Me acuerdo muy bien cuando mataron a Agustinillo, fue en el año de 1950. Andábamos nosotros marchando en ese tiempo, haciendo el servicio. Los domingos nos sacaba el jefe de plaza, al campo viejo, donde esta la secundaria y el seguro. Nos daban nuestras buenas calentadas. A las cinco de la mañana teníamos que estar allí y nos soltaban hasta la una o dos de la tarde y bien arriados. Pablo Herrera marchaba allí conmigo, en aquel entonces andaba con unos zapatos amarrados con hilos.
Yo le digo. – tienes la fortuna por que tu hermano te lo dio. Su hermano se encontró el dinero. Tenían, una casa vieja, allá por la Paseo, puras tapias, y allí tenían marranos y allí los puercos empezaron a trompear y allí descubrieron el dinero.
El chamaco, don Agustín a deber tenido unos veintisiete años, era una gente muy creída, con el simple hecho de que tenían el dinero y el poder. Ellos veían a la gente pobre como nada, como una basura. Fue para el día quince de septiembre. Nos veníamos del rancho y aquí nos quedábamos, salíamos en la noche al grito. Èl que lo vino matando fue el secretario de la presidencia y todo por un mal entendido. Anduvo en ese tiempo de moda la canción del chapulín pollero, y al viejo así le decían, y este se enojo, y le dijo el secretario -No tienes por que enojarte. Y el otro dijo no que si, que hora veras, que horita vengo, y fue a su casa a traer un revolver. El secretario ni se movió, allí lo espero en la mera esquina. Cuando llego Agustinillo, ya venía listo, le dijo vente vamos pa´ca tantito. El secretario lo envió tantito por delante y le dejo ir los tiros. Nosotros oímos los disparos, ya era parte de noche, antes del grito. Estábamos por allí por el Laurel de la India, allí era donde pasábamos la noche, y allí estábamos cuando se escucharon los tiros. Don Agustín de Ávila era entonces el presidente, y al día siguiente renunció y se quedo de presidente interino Andrés Torres. Al secretario no le hicieron nada, se fue a Guadalajara, y se dio de alta en la quinceava zona militar, se metió al ejército y no lo encontraron. don Agustín de Ávila ofrecía veinte mil pesos al que lo entregara.
Pascual Rodríguez era un viejo con mucho dinero, mi papá le compro mucho ganado, íbamos para acá con los huicholes y le comprobábamos hasta dos o trescientas reses. Era tío de don Cuco Raygoza, muy buen Cuco, de los presidentes municipales que ha habido de los mejores. Un hombre muy servicioso. En ese entonces en que el estuvo de presidente, no había escuela en el rancho, la habían cerrado por falta de alumnos. Un día que fui a su casa, platicamos un buen rato, y le comente –oye Cuco a todo esto, yo se que Ud. Tiene muy buenas palancas en Guadalajara, como no nos hace el favor de ayudarnos para que halla escuela en el rancho.
Ya me dijo- Mira en una vuelta que vaya yo a Guadalajara a ver que les consigo. Tiempo después me volvió a hablar al rancho y cuando vine, me dijo, - ya les conseguí plaza, para el plantel escolar ahora voy a pedir recurso para que les hagan un salón, y nos hicieron dos. Esa ayuda se le debemos a don Cuco Raygoza, hasta la fecha siguen yendo los maestros a la escuela.
Don Lupe Rivera fue un hombre muy preparado. Usted sabe que en las comunidades hay muchas desavenencias, ventajas y envidias, en una ocasión estando don Lupe de presidente, todavía vivía yo en el rancho. En ese entonces yo todavía no me casaba y fui al río a cortar madera, corte unas veinticinco vigas, y un señor me puso el dedo con la forestal y me mandaron llamar. Vine yo con el jefe de la forestal y ya me dijeron los cargos, y que no les había parecido a los de la comunidad. Me dijo te alcanzan dos cosas, cinco años de prisión o una multa de cinco mil pesos. Yo le dije, ni una cosa, ni otra, mándeme pedir a todos los de la comunidad para mañana y si no es como yo le digo, póngame en la cárcel y cóbreme los cinco mil pesos. Les mandaron un oficio para el día siguiente con le ministerio público. Cuando ya estuvieron todos allí, me dijo el forestal ahora si tiene usted la palabra y fíjese bien lo que va a decir. Yo luego luego me dirigí al comisariado ejidal y le pregunte: -¿Oiga usted, cuando hizo su casa de donde agarro usted la madera, la trajo de Monte Escobedo? Saque la orilla con todos y pues todos tuvieron que aceptar. Entonces me acerque al jefe de la forestal y le dije ¿Quiubo, quiere usted saber mi conducta? Y me preguntó- ¿Quién te conoce a ti aquí? Y le conteste -el que me conoce es Lupe Rivera. - ¿Quiere saber mi conducta? pregúntele a Lupe Rivera. No con tu palabra basta, puedes retirarte. Un ejido, una comunidad, tiene que ser común ¿No lo cree Usted así?
A don Agustín Rivera, lo mataron los ricos por que le tenía miedo, cuando mataron a ese señor la cosa se puso peor, el gobierno comenzó apretar macizo. Los ricos querían que no les quitaran nada. Esa gente era gente muy creída, el clero y el capital es la misma familia. En el tiempo de los hacendados iba el padre a confesar a la gente, y la gente pobre se arrimaba a confesar sus pecados, y le preguntaba el padre, si no se había robado nada, y los que se habían robado ya después le pasaba la lista al hacendado y les ponían unas tranquizas.
...Mi papá casi todo el tiempo le sirvió al gobierno, a èl le tocó andar con don Agustín Rivera, por allì el año de 1927 ò del 28, fue cuando fue el año de la persecución; mi padre se llamaba Ignacio Gutiérrez Carrillo, en lo que va de la religión era católico, anduvo un tiempo como voluntario en el gobierno, él anduvo con el general López de acá de la “Haciendo de Víboras”, él iba con él, también el mayor de mis hermanos, él anduvo con mi papá, no, pos hubo mucha gente defendiendo un derecho porque como le acabo de decir, nadie quería tierras porque tenían miedo que los ricos los mataran, entonces eso era peligroso, había mucho, mucho cristero, toda esa gente... Mi papá nunca tuvo un conflicto en cuestiones religiosas, él les daba su lugar a todo mundo, ya le digo... no creo que mi padre halla sido... pero allá en el rancho, cuando se presentaba algún inconveniente todos iban con él a preguntarle cosas, y él les decía
—No les conviene que hagan eso—si en alguna cosa tienen alguna duda pregúntenmelo a mí.
Entonces le platicaba que mi papá estuvo participando con el general López, en las cosas importantes, cuando se inició el reparto de las tierras, él en lo personal era como representante del presidente de la republica, en ese tiempo estaba de presidente de la República don Lázaro Cárdenas, y él mismo mandó un ingeniero para darles la repartición, en donde dieron por primera vez el reparto fue en Casallanta por el año de 1935, como le acabo de decir nadie quería tierras, porque estaba duro, peligroso porque había el capital y luego se reveló también el clero y todo se juntó ahí, y precisamente fue cuando fue la persecución que fue el 27 y el 28, y el 29 el presidente de la república mandó pedir el obispo de México y ya lo mandó llamar, y le dijo, usted abra sus iglesias nomás no se meta a los engaños, es todo, abra sus iglesias, eso fue ya hacia el año de 1929.
La relación que había entre los cristeros y la gente del capital, los de la capital les pagaban la guerra, había dos partidos, el gobierno con los agrarios y el capital y el clero con los criteros, y estos ultimos eran los que estaban haciendo el empuje de matar gente injustamente, entonces el gobierno no tuvo más que fajarse bien... en esos momentos yo estaba chico, hubo un agarre que se dieron ahí en las Tarjeas, ahí fue donde mataron a don Herminio Sánchez, él era el que peleaba en la cristeada, y como cosa curiosa un hijo de ese hombre fue capitán del ejército, un hijo de don Herminio Sánchez que se me hace que se llamaba don Loreto Sánchez, fue Capitán del ejército. Él tenía muy buenos antecedentes, tenía muy buenas palancas en Guadalajara.
Mi papa tuvo mucho empuje, cuando mataron a don Agustín Rivera, él lo sintió mucho, ellos anduvieron en los chingazos buenos, yo sé por unas pláticas que me contaba él, decía:
—Mis amistades de el Carrizal son: Agustín Rivera, Lupe Rivera y Secundino Márquez, nada más, los otros no supe por qué no, pero creo que porque no eran del sistema de ellos, el sistema de ellos era socialista, mi padre esa socialista, Agustín Rivera era mi camarada, el señor Secundino Márquez también era una persona, era un hombre de mucho talento, muy respetuoso, agrarista de hueso colorado, a mi papá lo querían mucho.
Cuando fue presidente municipal don Lupe Rivera, los ideales de mi papá fueron que él era una persona comunitaria, había personas que no tenían recursos y él les ayudaba en lo que él podía y si él no podía venía aquí con Santiago Alejo y conseguían lo que ustedes no se imaginan, les conseguía muchas cosas, cuando se formó ahí ese ejido, los Alejo llegaron a agostar algunos animales, eran como unas cien reses, como esos animales él los crió, una chulada y media, bien criados.
Él ayudó mucho al ejido, Santiago Alejo, ese señor fue una de las bases principales para nosotros, ya nos decía:
-No se preocupen póngase a trabajar, y si hay problemas y les falta algo, háblenme yo estoy a la mayor disposición...
Yo creo que Santiago grande murió como entre 1940 y1946 más o menos... quedó Santiago chico, también era una buena persona también muy humanitario, me gustaba la forma de ser de ese hombre porque nunca se juntaba con los ricos, o sea Santiago Chico, en los días de la semana andaba por las huertas. Todo lo que ve aquí de terrenos era de ellos, todo lleno de hortalizas era de ellos, él les decía:
-Yo no quiero ver gente de oquis, si ustedes no tienen el modo... ahí había barilleros, había personas que hacían lozas, y le decían:
—Pos no tengo dinero para esto y para esto.
—Andale póngase a trabajar—y de esa gente ya no hay y ya no las vamos a ver, a los que son gente muy humanitaria.
Cuando estaba yo chico le preguntaba a Santiago el chico:
— ¿Oiga de dónde viene su riqueza?
Me decía:
—Mira muchacho—la riqueza de nosotros nos viene del trabajo. Ellos no eran nativos de aquí, esa gente era de Chihuahua, de allá eran, se vinieron para acá, esa casa donde vive la mamá de los Huízar, esa casa era de los Santiagos. Cuando sepultaron a Santiago grande, ahí no vi que fuera don Agustín de Ávila, que fueran los Aldana. Ninguno rico, iba la calle llena de gente pobre, cuando murió Santiago chico se le veló en su casa tres días, él falleció en Guadalajara y de allá lo trajeron aquí a Colotlán, otro hermano de él fue la causa de su ruina. Porque Santiago y Gustavo Huerta compraron una propiedad, un rancho allá en la costa, como Gustavo no podía estar mucho tiempo allá, porque no le gustaba el clima, ya le dijo a Santiago:
— ¿Cómo la ves?
—No de eso no te apures, yo te doy tu dinero de la parte de lo que compramos allá y no hay problemas, bueno, Santiago chico se quedó con el rancho... entonces su hermano Willibaldo, que no era su hermano, bueno creo que era su medio hermano, y este se puso y vendió el rancha allá y le falsificó la firma de Santiago el chico y esa fue su muerte; “el coraje”. Cuando murió Santiago chico, nosotros lo sentimos mucho, porque nos tuvo en los brazos, luego siguió Flavio que no era como Santiago el chico, no porque yo se lo diga pero a veces, cuando uno es chico no tiene uno vergüenza, y decía, qué no te da vergüenza a ir a dar guerra ahí con este... como era tiempo de frutas había mucha lima, mucha naranja, aquí en la Alameda, que había antes ahí corría agua limpia, yo ahí cuidaba a las vacas, primero cuidaba la casa de Santiago, y ya me decía, quieres naranjas:
—Nomás que no tenemos aquí—ve a la huerta a recoger unas.
Agarraba yo un morralito de esos que habían antes, cortaba como unas dos docenas de naranjas y ya me iba yo para la casa de mi mamá, nosotros vivíamos allá arriba a un lado de San Lorenzo, yo les serví a Santiago chico y a Santiago grande, no eran escrúpulosos, iban allá al rancho, a ver a sus animales, me decía mi mamá:
—Diles a estos hombres cuando suban que vengan a comer; ellos llegaban, se lavaban las manos y ya se arrimaban ahí a comer, ya cuando comían decía Santiago chico:
—Ay señora, de estas tortillas hechas a mano vieras que sí nos acordamos a cada rato, y una vez, vine con ellos y le dije yo Santiago chico:
¿Cómo no nos hace Usted un favor?
— ¿Qué quieres tú muchacho?
—Queremos que nos preste un par de vacas, de lo mejor que tengas
—Sí cómo no—luego, luego agarró una libretita y me hizo como un recibo—ve allá con el vaquero y le dices que te entregue esos animales—llegué al rancho y llegué con un par de vacas paridas, nosotros teníamos poquitas, ya dijo mi papá:
—Pa’ qué trajiste esos animales.
—Nomás porque se me ocurrió y fui con Santiago chico, bueno, esos animales estuvieron con nosotros más de diez años, a puro siembra, ya dieron como mata a unos quince recesitas, o como que eran más, ya cuando pasaba Santiago para la barranca, le dice mi papá:
—Oiga cuando venga otra vez es mejor que traiga su fierro de herrar porque ya están los becerros grandes
—Sí está bueno—y una vez que pasó, Santiago grande y el chico, llevaban su fierro de herrar, marcaron sus animales y entre esos animales dejaron dos o tres becerros sin marcar, ya le dijo mi papá:
—¿Y esos por qué no?
—No esos los voy a dejar, ese chamaco tuyo es muy empeñosos y le echa ganas en cuidar las vacas. Las llevaba al agua, las llevaba al agostadero, eso en la mañana y en la tarde, ellos pasaban a caballo y me veían.
Ellos tenían propiedades para allá, todo lo que es el rancho de Vallecitos, para la Purísima, acá tenían otras propiedades, por Cabreras era de ellos, tenía terrenos porque tenían mucho ganado, aquí el rancho las Tortugas también era de ellos, tenían mucho movimiento de ganado, mucho. Creo que tal vez pasaban más de unas dos mil reses, decía mi papá:
—Qué curioso de estos hombres, mi padre dios les da mucho a manos llenas, fíjense lo que están haciendo ellos, mucha gente pobre llegaba allí y le platicaban cosas como:
—Fíjese que se murió mi papá y mi señora y yo no tenemos nada,
Ellos decían: -no te preocupes, ahorita nos vamos para que lleven una cajita, al sepelio de tu padre... por eso yo le apuesto que de las personas que vi de los más viejos, si usted les preguntara, no me equivoco que los dos Santiagos grande y chico se portaron muy bien con todos, en tiempo de las cosechas que había naranjas y cañas, había jícamas, y otras cosas, nos hablaban y nos decían: -oigan vénganse por fruta... a la esposa de Santiago grande no la conocí, a la de Santiago chico tampoco, nunca las vi... creo que no tuvieron, nunca conocí a su familia, porque ellos eran originarios de por allá de Chihuahua, ya llegaron con dinero y todo, pero como cosa curiosa ellos andaban con guarache, con una garra de gorra y se metía con la gente, él sabía trabajar, había ladrilleras y él les decía:
—Vamos a echarle ganas—además era muy listo ese tal Santiago el chico, como le digo...
Flavio Alejo, era hijo de Santiago grande, no sé decirle si está aquí o está en México, yo creo que era como hijo fuera del matrimonio, Santiago chico murió más o menos en el 58—no miento—como en el 51 o en el 52 más o menos murió Santiago el chico, a nosotros nos tocó, vinimos yo y mi papá aquí a Colotlán, cuando vimos que pasó una avioneta muy bajita, y dijeron:
-No, por allí traen a Santiago chico, para no mentirle, yo creo que sería en términos de una hora, no cabía la gente allí en la casa, la avioneta aterrizaba en esos tiempos en Santiago, la calle estaba toda bloqueada, la casa llena toda de gente, no me acuerdo qué cura estaba en ese tiempo, y él vino, y le ofreció una misa ahí en su casa a Santiago chico, esos hombres dejaron una semilla muy buena, aunque toda la gente en general hablaba de muy buenos antecedentes de ellos.
Como le digo, esas gentes nunca andaban con los vicios, yo me acuerdo cuándo mi padre se entregó tanto y les pedía dinero, porque mi padre en los últimos tiempos ya agarraba la tomada y eso era lo que no me gustaba a mí, yo estaba chico en ese tiempo, y, una vez vinimos ahí con don Santiago grande y le dijo:
—Oiga, vengo a proponerle dos cosas—pues qué será—vengo a proponerle que le voy a traer todos mis animales para abonarle—porque le debía cinco mil pesos, y en aquellos años era mucho dinero, ya le dijo Santiago grande a Santiago Chico:
-Mira hijo, busca el documento de éste hombre, lo sacó y ya se lo dio, le dijo
—Sabes qué es lo que vamos a hacer—no me vendas tus animales—de la deuda olvídate y ponte a trabajar y deja el vicio del alcohol, deja la pisteada y ponte a trabajar, eso es todo, agarró el documento, lo rompió y lo echó al bote de la basura.
-Olvídate de todo y ponte a trabajar eso es todo lo que tienes qué hacer, no hagas otra cosa más... no pos cuando murió Santiago grande mi papá lo sintió mucho, cuando murió Santiago chico la gente lloraba como niños, eso me tocó ver a mí, la gente grande lloraba como niños.
Hay una fotografía que existe en donde aparecen tres carros y muchas muchachos muy arreglados, entre ellas se dice que está Santiago Alejo, están en alguna parte del río se ven, son unos muchachos muy bien arreglados, cada uno con su bastoncito, pero yo digo que que va ser Santiago el chico, pero lo buen se va pronto; yo nunca los vi en carros, porque todo el tiempo ellos andaban en sus animales, tenían mucho ganado, tenían muchas corrientes; los domingos los veía ahí en la calle, llegaba Santiago y se sentaba ahí con los trabajadores a comer naranjas.
-Mira, agarra el terreno que quieras, nadie quiere tierras.
Pero el problema de ahora; es que ahora sí queremos tierras, pero ahora ya no hay porque las tierras ya están apartadas. En un principio éramos muy pocos en el ejido, pero poco empezaron a llegar más gente, al siguiente año entro mi compadre Cruz Medina, un hermano de él y muchos más. Se pobló y ahora esta tupido, pero ya no hay tierra. A mi me siembra un hermano mío, que es mi mediero, el hace y deshace con la parcela.
Las propiedades del ejido de Casallanta, eran de un señor llamado Ignacio Tejeda, ese señor tenía propiedades en el Zapote, la Hacienda y Casallanta. Ese hombre tuvo mal fin. Hay dos lienzos que separan al Zapote de Casallanta, ese viejo venía entre los lienzos con dirección al Zapote. Estaba una serrana entre las piedras, y el Sr. Ignacio saco la navaja y quiso ensartarla, la víbora le pico en el brazo, y se vino para Colotlán y ya para las once de la noche estaba tendido con sus cuatro cirios. Esos terrenos quedaron como intestados cuando Ignacio Tejeda faltó mi a´pa y don Basilio Torres iniciaron el proceso para el reparto de tierras; se fueron a México y llevaron un lista y la solicitud de tierras, de allá de México mandaron a un ingeniero a dar la toma de posesión de las tierras, y en ese entonces nadie quería tierras, así que estuvieron allí muy poquitos: don Basilio, Abigail, José y Uriel todos ellos Torres, mi papá y un sobrino de don Basilio, nada más.
Dijo el ingeniero:
-Bueno, no le hace que sean poquitos, lo mejor que ya estoy aquí. Vamos a ver cual es la propiedad para deslindarla. Midió todo el predio, en dos días y levanto el reporte. Por ahí por 1941, como diez o doce años después mandaron un ingeniero a entregar los títulos de propiedad. Muchos de los que firmaron la solicitud estaban en otro lugar, mi papá estaba en EU y me mandaron hablar, y me dijo el Ingeniero:
–¿Sabes qué?, el titulo de propiedad viene a nombre de tu papá pero en vista de que no esta, cuando venga tu papá, él va ser tu mediero, el dueño de la propiedad vas a ser tú. ¿Cómo te llamas? Me tomo mi apelativo. Metió el titulo de propiedad en una máquina y lo lleno con todos mis datos. Cuando mi papá vino, le platicaron lo que había pasado y de todas maneras él estuvo poseando las tierras. Son doce hectáreas, un puro barbecho, en esas tierras nosotros expusimos la vida y les dedicamos mucho esfuerzo a desmontarlas. Cuando empezamos a desmontar había leña a morir, pero en cantidad, yo dudaba que se acabara la leña, y ahora no quedo nada. Todo se acaba, todo se acaba. Había mucho pasto, mi papá en ese primer año metió cincuenta reses, que bajabamos diario al agua, primero una parte y luego otra. Ya por parte de tarde, el ganado solo subía. El ganado se conserva muy bien en el agostadero de allá abajo.
Santiago Chico y Santiago Grande, fueron unos hombres muy humanitarias. Todos nosotros los sentimos mucho cuando faltaron. Allí en el rancho los sentimos mucho. Ese hombre ayudaba a la gente de todas las comunidades, todos los que tenían una necesidad acudían con ellos. Llegaban del Sauz, de la Cofradía y de todos lados, y a todos ayudaba.
-No te preocupes ¿Que es lo que ocupas? Les decía. Pos anda con fulano y dile que vas de mi parte. La gente les tenía mucha gratitud, ni que esperanzas que a ellos les afectaran con lo de los ejidos.
De ese hombre Santiago Alejo, le puedo decir, que de todos los ricos que hubo aquí en Colotlán, él fue el único bueno, muy humanitario, los demás de los más ricos que habían aunque sí pero no, no estiraban la cobija. Yo en ese tiempo tendría como unos doce años, una vez vine a la casa de ellos, me mandó mi papá, cuando estaba allí con ellos llegó un señor cura que estaba aquí en Colotlán, se llamaba Ignacio Gallegos, iba a pedir una ayuda para pintar la iglesia, que si podía ayudarlos con algo para poder pintar la iglesia, le dijo Santiago el grande
—Mira, vaya Ud. a Monterrey, vaya a Guadalajara o a la parte que usted quiera ir, traiga el arquitecto que le haga el presupuesto y me hace la cuenta, yo sí creo... porque de los más riquillos que hay en la actualidad, no pos esa gente no estira... ese señor Santiago Alejo, año por año, llevaba al agostadero de allá del racho como unas ochocientas reses, a agostar para la temporada de agua.
Toda la madera que ocuparon para los andamios la pusieron ellos, ellos tenían mucha madera en su casa. En su casa tenían todo.
Una vez me platico mi padre, Santiago Grande y Santiago Chico, a mi padre le tenían estos señores mucha confianza, a él no le gusto nunca ser ventajoso con nadie. Esa vez me platico mi papá que una vez en la pieza donde recibían ellos a las personas que llegaban, le dijeron a mi papá, los dos:
–Mira Nacho te vamos a bajar a un sótano que tenemos, ¿Cómo ves te animas? Vendaron a mi papá bien vendado, y se fue Santiago chico por delante, con una lámpara de carburo, destapo el lugar y bajaron a mi papá al pasito por una escalera, ya cuando lo desvendaron, ya estaba la luz prendida, y decía mi papá que allí tenían dinero a morir. De cualquier clase de moneda que quisiera allí la tenían, así como montones como de fríjol, y le dijeron mira esta es esterlina, este es oro. Tenían mucho dinero allí estos hombres, mucho, mucho dinero.
-Me vendaron- me dijo mi padre- salimos pa arriba, se salió Santiago Grande por delante y detrás Santiago chico y lo llevaron de nuevo a la pieza y allí lo desvendaron. El no supo ni donde quedo, le habían platicado que allí había mucho dinero, dinero a morir.
Esa casa de los Santiago, que compro Luis Huízar, la compro en 400 dólares, que en aquel tiempo daba $5000.00 pesos mexicanos. El que vendió fue el heredero él que hizo la maldad, pues a él no le costo nada. Con ese capital que tenían estos hombres era para no trabajarle a nadie. A mi me platico Don Gustavo Ortega, que era un hombre muy tratable el viejo, y él me platicaba cada vez que nos encontrábamos la conducta de ellos.
Me decía fíjate con ese capital que tienen ellos es para no trabajarle a nadie, Pero todo se acaba señor. De todo aquello ya no hay nada. Santiago Alejo, fue de los ricos de antes el número uno. Los demás eran muy tiranos muy poquiteros. Me platicaba El charro campos, Jesús Campos, a que no crees una cosa que te voy a decir:
¿Dónde crees que tiene Don Agustín de Ávila, el dinero?
-No, no me doy color.
–Lo tiene en el corral.
¿Y tu como sabes? Le decía yo.
–Mira te has de fijar en el corral (el corral era un corral muy grande), a mitad de corral tiene un montón grande de leña de mezquite, pues allí donde tiene la madera allí tiene el dinero, escondido entre los troncos, a ras de suelo. Al charro Campos lo quería mucho el viejo.
A don Agustín de Ávila, si lo conocí de vista. Me acuerdo que cuando veníamos del rancho, llegábamos allí al mercado viejo, con don Eugenio Martínez abríamos la vitrinas y a comer pan y nos decía don Eugenio
–Da gusto verlos comer a ustedes cabrones, ustedes si comen.
Y yo le preguntaba -¿Oiga y su vecino?
-Viejo jijo... decía don Eugenio.
Don Agustín de Ávila tenía su negocio enfrente de con don Eugenio, era un viejo muy desaseado, con una corbata que había sido negra y ya no se sabía ni de que color era. Vendía en su negocio maíz viejo y caro, todo picado. Era un viejo carero y tacaño.
Me acuerdo muy bien cuando mataron a Agustinillo, fue en el año de 1950. Andábamos nosotros marchando en ese tiempo, haciendo el servicio. Los domingos nos sacaba el jefe de plaza, al campo viejo, donde esta la secundaria y el seguro. Nos daban nuestras buenas calentadas. A las cinco de la mañana teníamos que estar allí y nos soltaban hasta la una o dos de la tarde y bien arriados. Pablo Herrera marchaba allí conmigo, en aquel entonces andaba con unos zapatos amarrados con hilos.
Yo le digo. – tienes la fortuna por que tu hermano te lo dio. Su hermano se encontró el dinero. Tenían, una casa vieja, allá por la Paseo, puras tapias, y allí tenían marranos y allí los puercos empezaron a trompear y allí descubrieron el dinero.
El chamaco, don Agustín a deber tenido unos veintisiete años, era una gente muy creída, con el simple hecho de que tenían el dinero y el poder. Ellos veían a la gente pobre como nada, como una basura. Fue para el día quince de septiembre. Nos veníamos del rancho y aquí nos quedábamos, salíamos en la noche al grito. Èl que lo vino matando fue el secretario de la presidencia y todo por un mal entendido. Anduvo en ese tiempo de moda la canción del chapulín pollero, y al viejo así le decían, y este se enojo, y le dijo el secretario -No tienes por que enojarte. Y el otro dijo no que si, que hora veras, que horita vengo, y fue a su casa a traer un revolver. El secretario ni se movió, allí lo espero en la mera esquina. Cuando llego Agustinillo, ya venía listo, le dijo vente vamos pa´ca tantito. El secretario lo envió tantito por delante y le dejo ir los tiros. Nosotros oímos los disparos, ya era parte de noche, antes del grito. Estábamos por allí por el Laurel de la India, allí era donde pasábamos la noche, y allí estábamos cuando se escucharon los tiros. Don Agustín de Ávila era entonces el presidente, y al día siguiente renunció y se quedo de presidente interino Andrés Torres. Al secretario no le hicieron nada, se fue a Guadalajara, y se dio de alta en la quinceava zona militar, se metió al ejército y no lo encontraron. don Agustín de Ávila ofrecía veinte mil pesos al que lo entregara.
Pascual Rodríguez era un viejo con mucho dinero, mi papá le compro mucho ganado, íbamos para acá con los huicholes y le comprobábamos hasta dos o trescientas reses. Era tío de don Cuco Raygoza, muy buen Cuco, de los presidentes municipales que ha habido de los mejores. Un hombre muy servicioso. En ese entonces en que el estuvo de presidente, no había escuela en el rancho, la habían cerrado por falta de alumnos. Un día que fui a su casa, platicamos un buen rato, y le comente –oye Cuco a todo esto, yo se que Ud. Tiene muy buenas palancas en Guadalajara, como no nos hace el favor de ayudarnos para que halla escuela en el rancho.
Ya me dijo- Mira en una vuelta que vaya yo a Guadalajara a ver que les consigo. Tiempo después me volvió a hablar al rancho y cuando vine, me dijo, - ya les conseguí plaza, para el plantel escolar ahora voy a pedir recurso para que les hagan un salón, y nos hicieron dos. Esa ayuda se le debemos a don Cuco Raygoza, hasta la fecha siguen yendo los maestros a la escuela.
Don Lupe Rivera fue un hombre muy preparado. Usted sabe que en las comunidades hay muchas desavenencias, ventajas y envidias, en una ocasión estando don Lupe de presidente, todavía vivía yo en el rancho. En ese entonces yo todavía no me casaba y fui al río a cortar madera, corte unas veinticinco vigas, y un señor me puso el dedo con la forestal y me mandaron llamar. Vine yo con el jefe de la forestal y ya me dijeron los cargos, y que no les había parecido a los de la comunidad. Me dijo te alcanzan dos cosas, cinco años de prisión o una multa de cinco mil pesos. Yo le dije, ni una cosa, ni otra, mándeme pedir a todos los de la comunidad para mañana y si no es como yo le digo, póngame en la cárcel y cóbreme los cinco mil pesos. Les mandaron un oficio para el día siguiente con le ministerio público. Cuando ya estuvieron todos allí, me dijo el forestal ahora si tiene usted la palabra y fíjese bien lo que va a decir. Yo luego luego me dirigí al comisariado ejidal y le pregunte: -¿Oiga usted, cuando hizo su casa de donde agarro usted la madera, la trajo de Monte Escobedo? Saque la orilla con todos y pues todos tuvieron que aceptar. Entonces me acerque al jefe de la forestal y le dije ¿Quiubo, quiere usted saber mi conducta? Y me preguntó- ¿Quién te conoce a ti aquí? Y le conteste -el que me conoce es Lupe Rivera. - ¿Quiere saber mi conducta? pregúntele a Lupe Rivera. No con tu palabra basta, puedes retirarte. Un ejido, una comunidad, tiene que ser común ¿No lo cree Usted así?
A don Agustín Rivera, lo mataron los ricos por que le tenía miedo, cuando mataron a ese señor la cosa se puso peor, el gobierno comenzó apretar macizo. Los ricos querían que no les quitaran nada. Esa gente era gente muy creída, el clero y el capital es la misma familia. En el tiempo de los hacendados iba el padre a confesar a la gente, y la gente pobre se arrimaba a confesar sus pecados, y le preguntaba el padre, si no se había robado nada, y los que se habían robado ya después le pasaba la lista al hacendado y les ponían unas tranquizas.
...Mi papá casi todo el tiempo le sirvió al gobierno, a èl le tocó andar con don Agustín Rivera, por allì el año de 1927 ò del 28, fue cuando fue el año de la persecución; mi padre se llamaba Ignacio Gutiérrez Carrillo, en lo que va de la religión era católico, anduvo un tiempo como voluntario en el gobierno, él anduvo con el general López de acá de la “Haciendo de Víboras”, él iba con él, también el mayor de mis hermanos, él anduvo con mi papá, no, pos hubo mucha gente defendiendo un derecho porque como le acabo de decir, nadie quería tierras porque tenían miedo que los ricos los mataran, entonces eso era peligroso, había mucho, mucho cristero, toda esa gente... Mi papá nunca tuvo un conflicto en cuestiones religiosas, él les daba su lugar a todo mundo, ya le digo... no creo que mi padre halla sido... pero allá en el rancho, cuando se presentaba algún inconveniente todos iban con él a preguntarle cosas, y él les decía
—No les conviene que hagan eso—si en alguna cosa tienen alguna duda pregúntenmelo a mí.
Entonces le platicaba que mi papá estuvo participando con el general López, en las cosas importantes, cuando se inició el reparto de las tierras, él en lo personal era como representante del presidente de la republica, en ese tiempo estaba de presidente de la República don Lázaro Cárdenas, y él mismo mandó un ingeniero para darles la repartición, en donde dieron por primera vez el reparto fue en Casallanta por el año de 1935, como le acabo de decir nadie quería tierras, porque estaba duro, peligroso porque había el capital y luego se reveló también el clero y todo se juntó ahí, y precisamente fue cuando fue la persecución que fue el 27 y el 28, y el 29 el presidente de la república mandó pedir el obispo de México y ya lo mandó llamar, y le dijo, usted abra sus iglesias nomás no se meta a los engaños, es todo, abra sus iglesias, eso fue ya hacia el año de 1929.
La relación que había entre los cristeros y la gente del capital, los de la capital les pagaban la guerra, había dos partidos, el gobierno con los agrarios y el capital y el clero con los criteros, y estos ultimos eran los que estaban haciendo el empuje de matar gente injustamente, entonces el gobierno no tuvo más que fajarse bien... en esos momentos yo estaba chico, hubo un agarre que se dieron ahí en las Tarjeas, ahí fue donde mataron a don Herminio Sánchez, él era el que peleaba en la cristeada, y como cosa curiosa un hijo de ese hombre fue capitán del ejército, un hijo de don Herminio Sánchez que se me hace que se llamaba don Loreto Sánchez, fue Capitán del ejército. Él tenía muy buenos antecedentes, tenía muy buenas palancas en Guadalajara.
Mi papa tuvo mucho empuje, cuando mataron a don Agustín Rivera, él lo sintió mucho, ellos anduvieron en los chingazos buenos, yo sé por unas pláticas que me contaba él, decía:
—Mis amistades de el Carrizal son: Agustín Rivera, Lupe Rivera y Secundino Márquez, nada más, los otros no supe por qué no, pero creo que porque no eran del sistema de ellos, el sistema de ellos era socialista, mi padre esa socialista, Agustín Rivera era mi camarada, el señor Secundino Márquez también era una persona, era un hombre de mucho talento, muy respetuoso, agrarista de hueso colorado, a mi papá lo querían mucho.
Cuando fue presidente municipal don Lupe Rivera, los ideales de mi papá fueron que él era una persona comunitaria, había personas que no tenían recursos y él les ayudaba en lo que él podía y si él no podía venía aquí con Santiago Alejo y conseguían lo que ustedes no se imaginan, les conseguía muchas cosas, cuando se formó ahí ese ejido, los Alejo llegaron a agostar algunos animales, eran como unas cien reses, como esos animales él los crió, una chulada y media, bien criados.
Él ayudó mucho al ejido, Santiago Alejo, ese señor fue una de las bases principales para nosotros, ya nos decía:
-No se preocupen póngase a trabajar, y si hay problemas y les falta algo, háblenme yo estoy a la mayor disposición...
Yo creo que Santiago grande murió como entre 1940 y1946 más o menos... quedó Santiago chico, también era una buena persona también muy humanitario, me gustaba la forma de ser de ese hombre porque nunca se juntaba con los ricos, o sea Santiago Chico, en los días de la semana andaba por las huertas. Todo lo que ve aquí de terrenos era de ellos, todo lleno de hortalizas era de ellos, él les decía:
-Yo no quiero ver gente de oquis, si ustedes no tienen el modo... ahí había barilleros, había personas que hacían lozas, y le decían:
—Pos no tengo dinero para esto y para esto.
—Andale póngase a trabajar—y de esa gente ya no hay y ya no las vamos a ver, a los que son gente muy humanitaria.
Cuando estaba yo chico le preguntaba a Santiago el chico:
— ¿Oiga de dónde viene su riqueza?
Me decía:
—Mira muchacho—la riqueza de nosotros nos viene del trabajo. Ellos no eran nativos de aquí, esa gente era de Chihuahua, de allá eran, se vinieron para acá, esa casa donde vive la mamá de los Huízar, esa casa era de los Santiagos. Cuando sepultaron a Santiago grande, ahí no vi que fuera don Agustín de Ávila, que fueran los Aldana. Ninguno rico, iba la calle llena de gente pobre, cuando murió Santiago chico se le veló en su casa tres días, él falleció en Guadalajara y de allá lo trajeron aquí a Colotlán, otro hermano de él fue la causa de su ruina. Porque Santiago y Gustavo Huerta compraron una propiedad, un rancho allá en la costa, como Gustavo no podía estar mucho tiempo allá, porque no le gustaba el clima, ya le dijo a Santiago:
— ¿Cómo la ves?
—No de eso no te apures, yo te doy tu dinero de la parte de lo que compramos allá y no hay problemas, bueno, Santiago chico se quedó con el rancho... entonces su hermano Willibaldo, que no era su hermano, bueno creo que era su medio hermano, y este se puso y vendió el rancha allá y le falsificó la firma de Santiago el chico y esa fue su muerte; “el coraje”. Cuando murió Santiago chico, nosotros lo sentimos mucho, porque nos tuvo en los brazos, luego siguió Flavio que no era como Santiago el chico, no porque yo se lo diga pero a veces, cuando uno es chico no tiene uno vergüenza, y decía, qué no te da vergüenza a ir a dar guerra ahí con este... como era tiempo de frutas había mucha lima, mucha naranja, aquí en la Alameda, que había antes ahí corría agua limpia, yo ahí cuidaba a las vacas, primero cuidaba la casa de Santiago, y ya me decía, quieres naranjas:
—Nomás que no tenemos aquí—ve a la huerta a recoger unas.
Agarraba yo un morralito de esos que habían antes, cortaba como unas dos docenas de naranjas y ya me iba yo para la casa de mi mamá, nosotros vivíamos allá arriba a un lado de San Lorenzo, yo les serví a Santiago chico y a Santiago grande, no eran escrúpulosos, iban allá al rancho, a ver a sus animales, me decía mi mamá:
—Diles a estos hombres cuando suban que vengan a comer; ellos llegaban, se lavaban las manos y ya se arrimaban ahí a comer, ya cuando comían decía Santiago chico:
—Ay señora, de estas tortillas hechas a mano vieras que sí nos acordamos a cada rato, y una vez, vine con ellos y le dije yo Santiago chico:
¿Cómo no nos hace Usted un favor?
— ¿Qué quieres tú muchacho?
—Queremos que nos preste un par de vacas, de lo mejor que tengas
—Sí cómo no—luego, luego agarró una libretita y me hizo como un recibo—ve allá con el vaquero y le dices que te entregue esos animales—llegué al rancho y llegué con un par de vacas paridas, nosotros teníamos poquitas, ya dijo mi papá:
—Pa’ qué trajiste esos animales.
—Nomás porque se me ocurrió y fui con Santiago chico, bueno, esos animales estuvieron con nosotros más de diez años, a puro siembra, ya dieron como mata a unos quince recesitas, o como que eran más, ya cuando pasaba Santiago para la barranca, le dice mi papá:
—Oiga cuando venga otra vez es mejor que traiga su fierro de herrar porque ya están los becerros grandes
—Sí está bueno—y una vez que pasó, Santiago grande y el chico, llevaban su fierro de herrar, marcaron sus animales y entre esos animales dejaron dos o tres becerros sin marcar, ya le dijo mi papá:
—¿Y esos por qué no?
—No esos los voy a dejar, ese chamaco tuyo es muy empeñosos y le echa ganas en cuidar las vacas. Las llevaba al agua, las llevaba al agostadero, eso en la mañana y en la tarde, ellos pasaban a caballo y me veían.
Ellos tenían propiedades para allá, todo lo que es el rancho de Vallecitos, para la Purísima, acá tenían otras propiedades, por Cabreras era de ellos, tenía terrenos porque tenían mucho ganado, aquí el rancho las Tortugas también era de ellos, tenían mucho movimiento de ganado, mucho. Creo que tal vez pasaban más de unas dos mil reses, decía mi papá:
—Qué curioso de estos hombres, mi padre dios les da mucho a manos llenas, fíjense lo que están haciendo ellos, mucha gente pobre llegaba allí y le platicaban cosas como:
—Fíjese que se murió mi papá y mi señora y yo no tenemos nada,
Ellos decían: -no te preocupes, ahorita nos vamos para que lleven una cajita, al sepelio de tu padre... por eso yo le apuesto que de las personas que vi de los más viejos, si usted les preguntara, no me equivoco que los dos Santiagos grande y chico se portaron muy bien con todos, en tiempo de las cosechas que había naranjas y cañas, había jícamas, y otras cosas, nos hablaban y nos decían: -oigan vénganse por fruta... a la esposa de Santiago grande no la conocí, a la de Santiago chico tampoco, nunca las vi... creo que no tuvieron, nunca conocí a su familia, porque ellos eran originarios de por allá de Chihuahua, ya llegaron con dinero y todo, pero como cosa curiosa ellos andaban con guarache, con una garra de gorra y se metía con la gente, él sabía trabajar, había ladrilleras y él les decía:
—Vamos a echarle ganas—además era muy listo ese tal Santiago el chico, como le digo...
Flavio Alejo, era hijo de Santiago grande, no sé decirle si está aquí o está en México, yo creo que era como hijo fuera del matrimonio, Santiago chico murió más o menos en el 58—no miento—como en el 51 o en el 52 más o menos murió Santiago el chico, a nosotros nos tocó, vinimos yo y mi papá aquí a Colotlán, cuando vimos que pasó una avioneta muy bajita, y dijeron:
-No, por allí traen a Santiago chico, para no mentirle, yo creo que sería en términos de una hora, no cabía la gente allí en la casa, la avioneta aterrizaba en esos tiempos en Santiago, la calle estaba toda bloqueada, la casa llena toda de gente, no me acuerdo qué cura estaba en ese tiempo, y él vino, y le ofreció una misa ahí en su casa a Santiago chico, esos hombres dejaron una semilla muy buena, aunque toda la gente en general hablaba de muy buenos antecedentes de ellos.
Como le digo, esas gentes nunca andaban con los vicios, yo me acuerdo cuándo mi padre se entregó tanto y les pedía dinero, porque mi padre en los últimos tiempos ya agarraba la tomada y eso era lo que no me gustaba a mí, yo estaba chico en ese tiempo, y, una vez vinimos ahí con don Santiago grande y le dijo:
—Oiga, vengo a proponerle dos cosas—pues qué será—vengo a proponerle que le voy a traer todos mis animales para abonarle—porque le debía cinco mil pesos, y en aquellos años era mucho dinero, ya le dijo Santiago grande a Santiago Chico:
-Mira hijo, busca el documento de éste hombre, lo sacó y ya se lo dio, le dijo
—Sabes qué es lo que vamos a hacer—no me vendas tus animales—de la deuda olvídate y ponte a trabajar y deja el vicio del alcohol, deja la pisteada y ponte a trabajar, eso es todo, agarró el documento, lo rompió y lo echó al bote de la basura.
-Olvídate de todo y ponte a trabajar eso es todo lo que tienes qué hacer, no hagas otra cosa más... no pos cuando murió Santiago grande mi papá lo sintió mucho, cuando murió Santiago chico la gente lloraba como niños, eso me tocó ver a mí, la gente grande lloraba como niños.
Hay una fotografía que existe en donde aparecen tres carros y muchas muchachos muy arreglados, entre ellas se dice que está Santiago Alejo, están en alguna parte del río se ven, son unos muchachos muy bien arreglados, cada uno con su bastoncito, pero yo digo que que va ser Santiago el chico, pero lo buen se va pronto; yo nunca los vi en carros, porque todo el tiempo ellos andaban en sus animales, tenían mucho ganado, tenían muchas corrientes; los domingos los veía ahí en la calle, llegaba Santiago y se sentaba ahí con los trabajadores a comer naranjas.
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