Friday, July 16, 2010

Otras cenas...

Todos los domingos y a veces entre semana, apenas comenzaba a obscurecer, la abuela enviaba al primero de nosotros que se aparecía en escena a traer el pollo frito del abuelo, empresa que unánimemente repudiábamos. Mi hermano mayor incluso llegaba al extremo de esconderse debajo de la cama, de donde no fue posible sacarlo ni una sola vez, sino hasta que el emisario del pollo había partido. La abuela comenzaba a llamar por nuestros nombres y era una vergüenza y una carga de conciencia no acudir, lo más que a veces lograba uno era lograr un acompañante, que le hiciera menos penosa la espera. En si, la tarea no debió de haber sido tan horrenda, a no haber sido porque la dueña de la cenaduría era tortuosamente execrable. Doña Chilo Ramos, descendiente indudable de antiguos huachichiles, por lo menos así la denunciaba, su corta estatura, el pelo escaso, intensamente oscuro y dolorosamente agarrado en una cola que le hacía los ojos chinos. Una nariz como cortada a hachazos. La piel muy oscura y amarillenta, brazos y piernas nervudos, de gran fuerza física y determinación inquebrantable, sin lugar a dudas un hermoso y claro ejemplar de las razas autóctonas locales. Pero también una mentalidad terriblemente retorcido y llena de vericuetos. Su mundo se dividía esquemáticamente entre ricos y pobres, y se relamía los dientes atendiendo a la aristocracia local, que la hacia explícitamente parte de su mundo, con saludos, bromas y arrumacos. En ese momento en que los Ruizes, los Leones, Los Vázquez habitaban su mundo, todo era felicidad y dulzura. Los mejores guisos y los platillos especiales adornaban la mesas de sus regios comensales y ella desde su brasero se convertía en la reina que hacia posible el real convite. Pero para los tristes pobres o medios pelos que se atrevían a aventurarse en la pocilga de cenaduría que tenía por negocio, la mas glacial e incluso desconsiderada atención les era prodigada, eso si con creces. Todos aquellos que nunca fuimos ricos, tuvimos que sufrir los desplantes aristocráticos de la bruja, y aún ser de los primeros en llegar teníamos que esperar que atendiera a sus favoritos, conforme se iban presentando, y después de dos o más horas de tediosa espera finalmente llegábamos a casa de la abuela cargados del delicioso pollo frito. Porque eso si, la condenada mujer, tenía una manera única de preparar el pollo, lo convertía en manjar de dioses. Desde luego ese platillo, solo era reservado a los afortunados ricos capaces de pagar, lo que en aquellos tiempos significaba una pequeña fortuna, en un Colotlán donde el pollo siempre ha sido caro. Don José Ortega, uno de los ricos del pueblo, hizo famoso la frase:

-Comerían pollo.

Mientras recriminaba las crecidas cuentas que sus empleados le presentaban por alimentos cuando salían a repartir el gas a otras comunidades.

Otra de las delicias que preparaba doña Chilo, lo eran sus tacos de picadillo, las enchiladas y su curtido. Quizás hasta valía la pena aguantar los desplantes y la espera infinita, con tal de comer las delicias que salían de su brasero cargado de manteca. Alguna gracia debió de haber tenido la mentada Chilo, quien gozo del favor de poderosos señores que ascendieron al poder en los años cuarenta, con los Avilas-Camacho y Migueles-Alemán.
Dios la tenga en su santa gloria.

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