Thursday, July 1, 2010

EL TRECEAVO APOSTOL

Entre Huizar todo parece siempre discurrir en eterna lucha de contrarios, sin que podamos jamás arribar a la síntesis dialéctica. Los hay españolados, completamente rubios, con ojos de color, tanto como morenos aindiados; gordos y flacos tal como chaparros y altos; trabajadores ejemplares y flojos sin remedio; aventureros y timoratos; santos y demonios; tan piadosos unos, como mezquinos y mustios, otros. Católicos fervientes y protestantes de hueso colorado; agraristas rojizos lo mismo que capitalistas despiadados.

Entre todos ellos y tantas historias, se encuentra también la del treceavo apóstol, mi bisabuelo don Aureliano Huizar, hombre de buen corazón y encendida devoción. Hijo de don Serafín Huizar, señor que a decir del vulgo, se veía muy bien plantado a caballo, jinete excepcional y dueño de una buena parte de las tierras que se extienden de los linderos del pueblo de Colotlán hasta San Nicolás y un poco más allá.

Se dice que algunos de los mayores de estas gentes fueron marineros que vinieron del norte de España, de las provincias vascas, apenas entrado el siglo XIX y que en sus ojos trajeron, el azul profundo del mar Cantábrico, los cabellos rubios y un poco del tintineo de la lengua de Moliere. Sin prejuicios ni manías se ayuntaron con tanta prolijidad con indias y mestizas, que legaron a esta tierra, generosa descendencia de todos gustos y sabores. Entre sus muchas aficiones, jamás se olvidaron, de los toros, la religión y la política.

Don Aureliano Huizar fue hombre apacible y sincero, amigo de los amigos y católico a carta cabal. Le toco vivir en una época difícil de guerras y enfrentamientos, un momento histórico en que los Huizar se desgarraron por conflictos ideológicos, religiosos y políticos. Luchas enconadas entre hermanos y familiares por defender la idea de un mejor Colotlán futuro. En esas aguas navegó don Aureliano intentando no naufragar y no cometer injusticias. Actor y testigo ponderado, fue incapaz de amainar el vendaval, que segó la vida de sus primos, Primitivo y Paco, actores políticos que en la lucha por el poder, perdieron la existencia, en compañía del no menos entrañable amigo-enemigo, Agustín Rivera, jefe agrarista de los cuatro cañones. Diego y Hermelinda, fueron los primos de las grandes diferencias ideológicas, discusiones inagotables, que minaron la paciencia pero jamás el amor y el respeto de primos, de familia.

En María de la Torre, encontró la fiel compañera de toda la vida, con ella procreo generosa prole. Quienes les recuerdan, fijan su residencia en la finca ubicada entre Zaragoza y Guerrero, a un costado del cine Colonial, y no se olvidan de los hijos, especialmente el padre Abraham, que dejo ejemplo de dulzura y bondad, en este mundo.

A mi me gusta recordarle siempre sonriente, con su barba y pelo blancos y los ojos profundamente azules. Alto vestido con chamarra y pantalones de gabardina, sombrero de palma y zapatos negros, de doble suela. Sin faltar los tirantes que ayudaban a sostener, la suave curva de su abdomen. Contento de poder imbuir en los nietos su pasión centenaria por la fiesta brava, mientras les conducía firmemente de la mano hasta su asiento en “La Plaza de Toros el Progreso”, en una época en que todavía quedaba una generación de aficionados a los toros en Colotlán.

Era un hombre de historias y palabras suaves, un narrador obsequioso capaz de embelesar y divertir el exigente gusto de una parvada de risueños niños, mientras mondaba una caja completa de naranjas agridulces, untadas de chile y sal. Justo bajo la sombra del naranjo a mitad del patio. Era un hombre tan prodigo con sus bienes, como con sus dones. No escatimaba con sus sonrisas, sus historias, las mesadas y mucho menos con los alimentos de su mesa. Llegada la hora de comer, simplemente decía:

-Se quedan a comer, María pon más platos en la mesa.

Y la abuela con todo su desacuerdo, obedecía puntual la orden.

Un buen día hace cuarenta años, se acostó a dormir la siesta y se quedo tranquilamente a vivir sus sueños por siempre. Nosotros aún le extrañamos.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

La jefa agradece profundamente haber recordado al abuelo de ojos chiquitos azules como el mar.

01 July, 2010 11:06  
Anonymous Anonymous said...

Es un honor tener entre nosotros un testigo silencioso de nuestras vidas y ojala que algun dia nos describa con el mismo carino y benebolencia como solo un hermano lo puede hacer, una ves mas muchas gracias por estos relatos que solo usted los puede hacer.

02 July, 2010 13:39  

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