Ante nosotros se despliegan los entretelones de una realidad en retirada, ¿Como no darnos cuenta que los oropeles y los listones coloridos de las recepciones y las francachelas se han vuelto grises y rasgados? ¿Como no darnos cuenta que los recuerdos se acumulan en el baúl y la imposibilidad de comprender el entonces nos condena a no comprender el ahora? Donde está ese Colotlán gestado en los movimientos revolucionarios de 1910 con las luchas fraticidas entre cristeros y agraristas que apenas si se vislumbra ya en la década de los setentas, época en la que todos están convidados a la gran mesa de la familia revolucionaria que tiene la capacidad de convocar a todos los colores de piel y todas las singularidades sociales en un todo que solo atina a regodearse en el momento de triunfo en el que se festeja y aplaude, en el que se renuevan convicciones y se lanzan nuevas conjuras para ceñirlo todo en un abrazo que parece no hacer distinciones sin embargo, las diferencias existen en tanto existan los elementos que permiten mantener este mundo en pie, amos y vasallos, peones y patrones en un universo que progresivamente va incorporando la libertad al liberarnos de la esclavitud de los lazos forjados alrededor de las luchas por la tierra, es cierto en estos momento ya no existen rencillas, porque la sociedad está estática y gravitando en la orbita de una realidad situada a miles de kilómetros de donde enterramos el ombligo, por ello, solo la lente tuvo la agudeza de preservar momentos en que la sociedad se movía, se desplazaba, en busca del acomodo dentro de los limites de su universo, por ello los enconos se encontraban y producían la dinámica que nos permitía saber que nuestros afanes estaban en este mundo mágico y cercano al dominio del corazón.
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