Wednesday, December 16, 2009

Cristero




Juan Ignacio González se llamaba mi padre, el era cristero. Nosotros vivíamos con mis abuelitos aquí en Colotlán y mi papá andaba en la bola. Después dio por traernos dondequiera, nos llevaba a Bolaños unos días, otros días a Chimaltitan, y así por otros ranchos. Andábamos mi mamá, mi hermana y yo. Yo no se para que hacia eso, si aquí teníamos a nuestros abuelitos que nos podían cuidar. Mi abuelito materno se llamaba Santiago Macias, el curtía vaquetas y mi abuelita, Margarita Collazo. Mi abuelo paterno, se llamaba Juan Ignacio González y era peón en los ranchos, mi abuelita Félix Bugarín.

En una ocasión mi papá nos llevo a un rancho, La Estancia de García, allí estuvimos unos días, y de allí nos llevaron a otro sitio, mi papá andaba con dos compañeros, don Felipe y don Herminio Sánchez. Yo tenía unos siete años de edad. Mi mamá llevaba una niña de quince días de nacida, Conchita. En ese rancho, abrió mi papá una troje grande donde había mucho tazole, entre ellos hicieron a un lado el tazole para abrir campo para dormir. Tendieron cobijas y nos acostamos a dormir, mi papá y los otros dos señores se fueron en la mañana quien sabe para donde. Ese mismo día se murió Conchita, y mi papá se tardo tres días en volver. Esos días comíamos galletas con sardinas. Mi mama lloraba y la niña se puso negra, negra. Cuando llego mi papa, le dije:

-Ándele papá que se murió la niña. Mi papa enredo a la niña en una cobija y la saco para afuera y la sepulto. –Nosotros no supimos donde. A mi hermana y a mi nos llevaron a la única casa que había mas cerca y allí nos encargaron. A media noche regresaron por nosotras. Ya nos venimos unos días con mis abuelitos y luego nos llevaron de nuevo.

Estuvimos unos días en Bolaños y otros en Chimaltitan. Después nos llevaron a Totatiche, vivíamos en la orilla del pueblo, allí rentaba mi papá. En una ocasión llegaron los soldados preguntando por los cristeros, ¿Quién les daba razón? Pues juntaron a muchas mujeres, entre ellas mi mamá y las encerraron en la cárcel. Yo como estaba chiquilla, me subía a unas ventanas y por allí me asomaba. A ellas les preguntaban que donde estaban sus maridos y ellas decían que estaban en Estados Unidos, o que no sabían. El jefe decía que todas las mujeres eran un atajo de mulas, que casualidad que no sabían donde estaban sus maridos.

La señora que nos cuidaba era una señora de nombre Maria, esposa de un cristero muy relacionada con mi papá. Un día la señora me dijo:

-Ándale hija llévale a tu mama estas gorditas. Me subí a los barandales y le gritaba a mi mama: –Mama, mama, venga. Si no aparecía, le hablaban las otras mujeres y yo le decía: -Mama que aquí le manda doña Maria.

Tres días estuvieron las mujeres allí, al segundo día que fui a llevarle las gorditas a mi mama, mando ella un recado en el que nos decía:

-voy a ver si me conceden un permiso, voy a echar la mentira de que una de mis niñas esta muy mala, a ver si me dejan salir. Pues si, así fue. El jefe de los soldados no quería dejarla salir. Y mi mamá de tanto rogarle, pues le decía, que una de nosotros estaba muy grave y luego sola, hasta que el finalmente acepto y le dijo
-Pues que la acompañe un soldado. Y mi mamá le dijo: -No, no necesito que me acompañe, aquí vivo. Usted sabe donde vivo. Entonces mi mamá se fue, recuerdo que era una tarde, y sin más ni más que agarraron los cartones con la poca ropa que seguro teníamos, y nos llevaron brincando bardas hasta la mera orilla. Mi mamá se deserto, como luego dicen. Y con ella, doña Ana María, mi hermana Ángela, y yo.

Nos fuimos caminando, mi mamá sabía donde estaba mi papá. Caminamos toda la noche, con hambre, sueño y sed. Mi mamá a veces cargaba a mi hermana, descansábamos un rato a media noche sin luz ni nada. Sabrá Dios a donde nos llevaría. Estaba empezando querer amanecer, cuando dice mi mamá:

- Hay doña Ana María, vamos descansando un rato, las niñas vienen dormidas y hambrientas. Llegamos a un rancho donde vivían unos señores ya grandes, que no tenía ni que comer. Nosotras queríamos caldo, acá en casa de mi abuelito no nos faltaba nada. En compañía de mi papá sufrimos mucho, y mi mamá sufrió también, mucho. Que queríamos caldo y que queríamos caldo. De donde nos daban caldo, más que puras galletas ya nos tenían aburridas. Mi mamá ya por asilenciarnos puso una olla de agua con sol y a mediodía, nos dio unas sopitas de tortilla mojadas en agua con sal. Porque hasta eso, los señores si tenían maíz, para poner nixtamal. De allí nos regresamos a Totatiche, otra vez. Pero en veces entraban los cristeros, se iban los cristeros y entraban los soldados. Mi papá siempre andaba con sus carrilleras y todo. Un día por hay como a las ocho de la mañana, salí yo a la calle, y estaban dos señoras platicando una de ellas llevaba su ollita de nixtamal e iba al molino. Y le dice la otra:

-¿A donde vas?

–Voy al molino.

Y le dice:- No vayas, regrésese, porque hay vienen los soldados, están allí en el cerro del Calvario. Me regrese a la casa y le dije a mi papá que estaba desayunando y le digo.

–Papá, dicen unas señores que vienen los soldados entrando en el cerro del Calvario. Mi papá agarro su carabina y se subió a una barda a asomarse a ver si veía la polvadera de los caballos.

Entonces le dice mi papá a mi mamá:

-Antonia ya nos fregaron, vienen entrando.

-No voy a dejar al Sr. Cura Magallanes. (el Sr. Cura Magallanes andaba con mi papá, nos conocía muy bien, porque iba a la casa.) -Yo no se que va a pasar, pero yo no voy a dejar al señor Cura.

Le decía mi mamá: -Pero, mira a tus hijas, están chiquitas. Y solo dijo mi papá antes de irse:
-A ver que Dios dice. Llegó mi papá al iglesia saco al Sr. Cura y se fueron por el camino rumbo al panteón. No caminaron mucho cuando, los vieron los soldados y comenzaron hacerles fuego. Mi papá llevaba mucho parque. Ya después que estuvo preso el Sr.Cura, le contaba a mi mamá que le había dicho:

-Vete, Juan huye ahora que puedes, ahora es tiempo, vete escóndete donde puedas..Mira que tu familia que esta muy chiquita. Mi papá le dijo:

-No Sr. Cura no lo dejo, nos vamos a morir los dos, pero yo no dejo. Mi papá no quiso dejar al Sr.Cura, y a mi papá lo mataron en un arroyo que se llama de las Sanguijuelas. Al Sr. Cura lo agarraron preso, y ya tenían preso al otro señor Cura, Caloca o Correa. A ese señor Cura casi no lo conocí. Pero los dos estaban presos. A mi mamá le daban permiso de platicar con los padres, y yo siempre estaba pegada con mi mamá. Ella le decía al Sr. Cura que por que no le había dicho a su marido que huyera. Y el padre Magallanes le dijo:

-Mira Antonia yo le decía a Juan vete huye, tu tienes tu familia chiquita, vete. El no quiso, no quiso y no quiso. El dijo que íbamos a morir los dos. Y así fue.

Cuando estábamos allí llego una muchacha muy jovencita, grande ella muy bonita, con su pelo largo, muy bonito y hablo con el jefe de allí:

-Sr. Que les hacen los padres déjenlos libres y se arrodillo ella, y le dijo el –de una forma los dejo libres, que me entregues a tu padre. La muchacha como iba a entregarles a su padre. Ella le dijo que no sabía donde estaba su padre, que hacia tiempo que las había abandonado. La muchacha le rogaba de rodillas, ellos no han hecho nada y el otro sabe que tanto le decía. Antes de que lo trasladaran para acá, pidieron permiso de que oficiara una misa en el kiosco, y si lo concedieron. En aquel entonces el jardín de Totatiche era todavía milpa, me acuerdo que nos sentábamos en los cañejotes, un montón de gente que fue a la misa. Al día siguiente se los trajeron a Colotlán y aquí en el auditorio los fusilaron. Al padre Caloca se lo llevaron al Teúl y el padre Magallanes aquí lo dejaron. Mi abuelito hizo una lapida donde mataron a mi papá, pero ya lo quitaron. El cuerpo de mi papá quedo en el Panteón de Totatiche.

Mi papá cuando nos traía de un lado para otro, sufriendo con hambre, sin comer más que galletas y sardinas, me acuerdo que una vez escuche a mi mamá llorando en un cuarto oscuro que se quejaba y decía.

–Dios, mejor quítame la vida que ya me canse de andar sufriendo con este hombre. A mi papá que en paz descanse, no le importamos para nada, el se fue y nos recogieron nuestros abuelitos por parte de mi mamá.

Me acuerdo que mi papá andaba con los señores Sánchez y a donde llegaban, les ponían mesa y allí se sentaban ellos, me platicaron que a ellos los atendían muy bien, y los demás allá lejos. Todos andaban en bola, y también esos señores dejaron a sus familias.

Después de que falleció mi papá, se aplaco un poco, duro como unos quince días que no llegaban nadie, ni los cristeros, ni los soldados, ni nadie venía. Y una vez que vinieron los cristeros, y hacían misa en el quiosco. Entonces entraron también los soldados y los cristeros y los agarraron aquí, algunos cristeros se afortinaron en la casa de mi tío Manuel, y mi tío Juan Macías(hijo de mi tío Manuel). Se metieron en San Nicolás, y allí andaba mi tío Juan que era del gobierno. Querían matar los cristeros a mi tío Manuel por causa de su hijo y mi mamá se metió y lo abrazo y le dijo:

-Sr. usted no lo va a matar, porque el no tiene culpa.

El Sr. levantó la pistola y lanzo un tiro al aire. Entonces mi mamá le dijo:

-Yo soy la viuda de Juan Ignacio que anduvo con ustedes, entonces el señor le empezó a preguntar cosas a mi mamá y finalmente aventó a mi tío y le dijo:
-llévate a este hombre antes de que me arrepienta. Por ese motivo no mataron a mi tío. Mi mamá se llevó a mi tío por delante a nuestra casa donde lo escondió junto con nosotras y mis tíos Luis y Manuel que también tenía escondidos allí y nos encerró con llave.

Mi tío Luis en esos días andaba haciendo un pozo para el excusado de los que se usaban antes, y aun señor que se llamaba el Tepame, andaba arriba en la azotea combatiendo contra los de san Nicolás, y lo hirieron, el señor como pudo se bajo y murió en la casa. Lo pusieron en un colchón y en las esquinas sus cuatro velitas, de las que vendía mi tío en su tienda. A ese Sr. Tepame lo metieron en el hoyo del baño, le pusieron poquita tierra y allí quedo. En el patio de donde vive doña Vicenta, mataron a un huicholito, chaparrito que le decían “El Molonco”. Que dizque era muy atrevido y se subía a la azotea a dispararles a los que estaban afortinados en San Nicolás, hasta que en una de esas le atinaron. Cuando los cristeros se fueron entraron los soldados, fue cuando dieron con el muerto y se lo llevaron arrastrando al panteón. En San Nicolás mataron a un vecino de nosotros, un señor Mauricio Rosales. Mi tío Manuel tenía una tienda, en un cuarto de la misma casa donde vendía: manteca, abarrote, fríjol, maíz, ciruela pasa.

Yo tenía quince años cuando me case con don Bartolo Ramos Arechiga, a él lo conocí en la serenata en la plaza. Cuando lo conocí era el secretario de la presidencia, allí duro muchos años. Ellos apellidaban Arechiga, aunque ninguno de ellos eran Arechiga, sino Acevedo, Ramos Acevedo, pero así se pusieron siempre porque el Arechiga era de alcurnia, en aquellos años el gobernador de Zacatecas, un Arechiga era pariente de mi suegro. Hasta mis hijos alcanzaron el Arechiga, hasta el más grande Bartolo, alcanzó el Ramos Arechiga. Ninguno otro. Mi esposo trabajaba siempre en la presidencia, y así le puso. Mi marido tenía un hermano que se llamaba Antonio Ramos Arechiga y era juez de letras, de aquí se fue para Tuxpan, allá se enfermó y cuando lo traían para acá murió en el camino. Era esposo de María Pacheco. Mi suegro también fue juez de letras. Yo tuve siete hijos, Gabriel era el mas grande, fue el quien escribió un historia de Colotlán, el era maestro de escuela, y falleció en Saint, allá falleció, tuvo un accidente.
TGM

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Este blog es lo mejor que he leido sobre nuestro Colo la verdad que es una inmensa riquesa los testimonios sobre nuestra historia; relatada en voz de nuestra toda nuestra gente sin distingos...Ojala que que mucha mas personas se involucraran o que almenos se den cuenta de lo que fue nuestro colo...

18 December, 2009 11:55  

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