Monday, October 26, 2009

Don Simon Navarro: recuerdos


Yo nací el 28 de octubre del año 1916, mis padres fueron Encarnación Navarro y Petra Alejo. Mi padre trabajaba de vaquero con don Ángel Campos, un señor soltero, que era tío de los Ruizes: de don Ramón y don Rafael, que era el mayor. La mamá de ellos se llamaba Catalina y era hermana de don Ángel. Ellos eran los dueños de San Pedro, la Aguazarca, la Purísima, el Romerillo y también tenían un potrero en Tortugas. Mi papá trabajó con ese señor veinte años, y a la muerte de don Ángel, que fue a la edad de 80 años, les heredó un potrero a mi papa y otro a mi hermano Avelino. Mi papa murió muy joven, a resultas de una ulcera mal cuidada. Nosotros fuimos siete de familia, cuatro hombres y tres mujeres. Ya no quedamos más que Carmen, que vive en los Ángeles y un servidor. Mis otros hermanos: Avelino, Benjamín, José de Jesús, Aurelia y Herminia, la mamá de los Pinedo, son todos finados.

Yo estudie en Colotlán, pero me toco mala época, fue cuando la guerra de los cristeros. Lo que peleaba los de ese partido era que no hubiera escuelas y que no repartieran tierras. Era el partido del capital y el clero. Peleaban que no se repartieran tierras y que no hubiera educación. Muy poca escuela tuvimos nosotros. Mi papá pagaba una señorita que nos daba clases en una escuela privada, las maestras eran Lala de la Isla, Cuca Cortés y había otra Cuca del Real. Ellas formaron su escuela en donde hoy es la casa de don Salvador Mayorga. A esa escuela asistíamos mi hermano el güero y yo, además los Huerta; Luis Humberto, Isauro y Miguel. En esa escuela nos enseñaron las primeras letras, y a escondidas porque perseguían a los maestros. Allí se estudiaba primero, segundo y tercero de primaria, pero luego que se anivelaron las cosas y ya hubo escuela de gobierno, pos nos fuimos para allá. Las maestras se cambiaron también ellas. La primera escuela en la que estuvimos, fue en las tapias de Barragán, en donde es ahorita la terminal. Era una casona grande, vieja, allí las piezas que había buenas, la tomaron como salones y allí nos daban clases. Allí era de gobierno. De ahí nos cambiamos a donde es ahora el mercado, que era en ese entonces el curato. Vinieron de Guadalajara unos maestros y con las de aquí se formo la escuela. Las maestras de aquí, no estaban muy preparadas, pero si servían para los primeros grados. Ellas habían salido su primaria y eran muy listas. Yo no estudie sino hasta el segundo año de primaria, ya estaba yo grande y me dio vergüenza seguir en la escuela, así que mejor me puse a trabajar.

En esa época pasábamos una temporada en el rancho y otra en el pueblo, Sembrábamos, levantábamos la cosecha y nos veníamos al pueblo.

Y una vez me dijo don Mauro Huerta:-¿Qué vas a entrar a la escuela?

Ya le dije yo: -No, ya estoy grande, y no me gusta estar entre los que están ahorita en la escuela, en segundo, pues, están muy chiquillos todavía. Yo entrar a segundo, no ya no.

Me dice-¿Oye porque no me ayudas? -Yo tengo mucho trabajo: traer vacas, asistir los caballos, salir conmigo cuando salga yo a los ranchos.

Ya le dije yo que si -Si, si le ayudo, le dije.

¡Y oye¡, me dedique a eso y aprendí. Así comencé a trabajar con don Mauro Huerta, comprando ganado por los ranchos, era un señor muy listo, le faltaba una mano. El me contaba que el había perdido el brazo derecho de muy chico, en un ingenio de caña. Pero eso no le limitaba para nada. Yo le ensillaba el caballo y le ayudaba a subirse, el con todo y todo lazaba, Para tumbar un animal, ya agarrándolo de la cabeza otro, el lo tumbaba. La rienda la agarraba con la boca y sentaba en los dobleces de la soga y dejaba solo su lazada. El manejaba, en ese tiempo no había automáticos, así que metía la mano a las velocidades y con el antebrazo controlaba el volante. Tenía mucha fuerza en la mano, sacaba agua de los pozos, un bote de cuatro hojas. Le daba el tirón y con el pie agarraba la soga, hasta que sacaba el bote y lo vaciaba en la tina. Platicaba don Isauro Huerta que eran de la misma rama de don Victoriano Huerta.

Yo había tenido toda mi práctica en el rancho trabajando con animales. Cuando no salía al rancho, me decía vete allí al despacho con los muchachos a ayudarles, allí aprendí a despachar, cortar la carne. La venta de carne en aquel entonces no era mucha, Colotlán era un pueblo pequeño, el Centro, Acaponeta y las Canoas. En aquel entonces había tres o cuatro carnicerías: la de don Mauro Huerta, Auxilio Pérez, Antonio Flores y Tomás Veliz. Venía la gente de los ranchos a comprar carne. Dure dos años con el trabajando y ya decidí independizarme, ya conocía todo el negocio.

Ese año tiraron el mercado en la Plaza Corona, allí donde están los arcos, cerca de la Iglesia. Había puestecitos a los lados del mercado y medio callejón y había comercios a los dos lados. Entro David Leaños de presidente, y el dijo:

-El que quiera un puesto tiene que hacerlo de material porque ya de madera no.

Había un cucarachero que vieras nomás que cochino. David Leaños dio la orden que el que quisiera un puesto lo pidiera, para hacerlo de material de cuñon, de adobón, con su mostradorcito. -Ya luego, luego me apunte yo. Sacrifique unos animalitos que me había dejado mi papá e hice el puesto, que estaba pegada al lado norte, enfrente de con Luis Humberto. Los arcos de las entradas los habían puesto desde el año de 1916, que estuvo un coronel destacado en Colotlán y fue el quien hizo los arcos. Comencé a trabajar por mi cuenta, no pos bien, no daba tanto pero me sostenía. Creció mi hermano el güero que era el más chico, y me lo llevé al negocio. El aprendió el oficio y siguió el mismo matrimonio de la carnicería.

En el año cuarenta me fui contratado al norte, cuando las braceriadas y dure dos años allá, en San Francisco, un año en la vía del tren y el otro en Okland, en la reparación de carros en el pueblo. Yo iba con el fin de hacer unos centavitos, el güero se quedo la frente del despacho, y cuando regrese le dije:

-Mira ya ahora ya tenemos más modo de trabajar, ya traigo estos centavitos, para comprar ganado. Nos agarramos trabajando de socios. El en el puesto y yo afuera. Yo compraba los animales para matar, mataba y echaba la carne. El me pagaba la carne y a mi quedaba el cuero. Matábamos en el rastro viejo, que esta entre Zaragoza y Paseo. Comenzamos a trabajar duro, duro y ya con centavitos nos movíamos más. Todo ganadito que me sobraba, lo reparaba alquilaba un camión y lo llevaba a Aguascalientes. En ese tiempo estuvo muy buena la plaza de Torreón y llevaba ganado en camión. Catorce o quince reses. Por tierra llegue a ir a Guadalajara llevando cien reses. Hacíamos ocho días entre cuatro vaqueros. De aquí a Sánchez y de allí a Atolinga, agarraba todo el cordón de la sierra y bajaba la río de San Cristóbal. De allí todavía hacíamos dos días. A Aguascalientes lleve también una partida de cien reses. Ya para entonces traía movimiento, y mi hermano allí en la carnicería, le gusto mucho y era muy apegado a su trabajo. No salía a ninguna parte, no salía a fiestas. Yo fui de lo contrario, no me gusto el encierro allí, salía a comprar ganado, juntaba mi ganado y lo llevaba a vender. Cuando había fiestas también iba.

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