Colotlan: La Ciudad del Dios Viejo
Cuando nació en 1591 como villa española “La Nueva Tlaxcala de Quiahuistlan” hacía ya más de una década que los españoles habían sentado sus reales en este lugar. Don Lucas Téllez le había dado forma a la hacienda de Tochopa y los franciscanos habían comenzado la construcción del monasterio más importante de nuestra región, desde donde se evangelizarían a todos los indios levantiscos de la zona. Al norte la minera y prospera ciudad de Zacatecas, había forzado a la corona española a formar un espectacular escudo humano de protección, que garantizase la continuidad en la explotación de las ricas vetas argentíferas, sin el incomodo sobresalto de los indígenas chichimecas, entre ellos: guachichiles, caxcanes y nayaritas. La belicosidad de estas tribus había puesto en vilo el naciente imperio español, durante la famosa guerra del Mixton. Cuando el virrey don Antonio de Mendoza debió atender en persona el levantamiento indígena más importante de toda su gestión.
Para formar esta frontera defensiva, debieron venir los fieles aliados españoles de la conquista, los tlaxcaltecas, cuya misión sería defender la ruta de la plata, al mismo tiempo que inducir a los indígenas chichimecos a una vida sedentaria y pacifica. Para ello contaron con la ayuda de la corona y con una serie de privilegios que durarían hasta el final del virreinato. Los grandes artífices de esta política llamada la paz por adquisición fueron los religiosos; los virreyes: Manríquez, y don Luis de Velasco hijo. Sin embargo el gran operador y consolidador de esta campaña fue sin duda el noble hidalgo don Miguel Caldera. Nacido en la ciudad de Zacatecas de padre español y madre indígena. Don Miguel Caldera deposito sus grandes afectos en la villa de Colotlán, su mujer, su hija, su hermana y cuñado con toda seguridad vivieron aquí.
Apenas habían transcurrido veinte años de ser fundada la villa, cuando comenzaron los problemas y los abusos de los jefes políticos, tal como lo hicieron constar en una visita que una autoridad real realizara en aquellas lejanas épocas. Sin embargo los colotlecos se mantuvieron como un firme bastión del sistema de defensa español, bajo un sistema de excepción único en todo el virreinato. Los colotlecos no dependían de la audiencia de la Nueva Galicia sino directamente del propio virrey. Sus privilegios de hidalgos, de vestir como tales y montar a caballo; estar exentos del pago de impuestos y poder producir su propio licor, dieron como resultado una especie de aristocracia indígena, en un mundo en el que la mayoría de sus iguales eran cruelmente sometidos al vasallaje español. Los pocos españoles que se aventuraron a vivir cerca de ellos, se quejaban constantemente de su altanería, y con todo y las reiterada quejas de la población blanca, los diferentes virreyes que se sucedieron a través del tiempo ratificaron una y otra vez sus privilegios. Los colotlenses estaban tan ensoberbecidos de su poder, que sin ningún temor o remordimiento le dieron palo, al Capitán Silva y dejaron muy en claro que los capitanes protectores designados para dirigirlos deberían de andarse muy derechitos. Año con año organizaban un festejo con danzas y licor, en el paraje que le habían dado muerte al citado capitán y quizás de allí le quedo el nombre de “Mesa de Silva” al dicho predio. El Márques de Vivanco, batalló también mucho con los indios colotlecos, cuando quiso ponerlos a trabajar en sus minas y se le insubordinaron llevándolo a juicio ante el mismo virrey. La llegada de los Borbones al trono español y sus transformaciones en el gobierno y la administración de las ahora intendencias, les dejaron un sabor poco grato a los colotlecos, pues supieron que el final de sus privilegios estaba a la vuelta de la esquina. Desde entonces comenzaron a rumiar una mejor forma de perpetuar su diferencia. A finales del siglo XVIII, cuando el ilustre obispo Cabañas visitó nuestro poblado se encontró con un nutrido grupo de capitalistas locales, que habían medrado gracias al dinero de las cofradías de la comunidad. Ganaderos, agricultores y comerciantes utilizaban en su provecho el dinero principalmente de la cofradía de Nuestra señora de los Dolores, que dicho sea de paso era la cofradía de los ricos y la más cuantiosa, en capital y semovientes.
El inicio del siglo XIX, trajo también la noticia de un nuevo levantamiento indígena en la temida región de los chichimecas. El imperio español dio grandes voces de alarma y puso en movimiento sus poderosos ejércitos, para encontrar solo pequeños grupos de indígenas en franca huida, en tanto que del cabecilla, el indio Mariano, aquel que se decía heredero de los tlaxcaltecas colotlecos, no encontraron ni el polvo. Se desvaneció sin dejar huella y en su lugar debieron conformarse con Hilario Rubio, el aparente orquestador de la sublevación. A pesar que los colotlecos negaron todo, nadie puede desmentirnos que detrás de todo ello estaba ya el incipiente descontento con las medidas implementadas por la corona española. Los fieles aliados de los españoles habían dejado de serlo y con gran ímpetu abrazaron las armas al lado de Hidalgo, insuflados por las palabras del Cura Calvillo y el valor sereno de don Marcos Escobedo, el gran colotlense del periodo insurgente. Durante años ambos jefes de la independencia debieron de andar a salto de mata, y ocultándose en los pozos y en el monte, hasta que la reacción mexicana consumo la independencia, ante la inminencia de la puesta en vigor de la constitución liberal impuesta a Fernando VII, por los celosos españoles defensores de su libertad.
Para los colotlecos, la tan buscada independencia de México, no trajo consigo la permanencia de su hidalguía, sino que por el contrario se enterró con ella todos sus privilegios de indios fronterizos. No se llegó al extremo de pagar impuestos, porque la región nunca dio para tanto, pero se vieron medidos con la misma vara que todos los demás indígenas de la nación. Las primeras medidas de reparto de las comunidades agrarias, les otorgaron el pleno derecho de enajenarlas a su completo gusto, afortunadamente sin grandes pleitos y desavenencias, y como buenos mexicanos, muchos de ellos las cambiaron por botellas de bingarrote, entre los aún escasos pobladores blancos. Cuando en 1833, el gobierno liberal de Gómez Farias intento poner en circulación las grandes propiedades amortizadas de la iglesia, no falto quien le pusiera los ojos encima a las propiedades del antiguo monasterio franciscano y entablara una querella judicial en la capital de la Nueva Galicia. Sin embargo el regreso intempestivo de Santa Anna y su cambio de partido, acabó con este proceso y no sería sino hasta el periodo jacobino de Juárez, que la misma iglesia pondría en venta dichas propiedades y otras más. Un señor Felguerez procedente de la Fresnillo o Valparaíso, quien había muy probablemente finiquitado su participación en alguna de las ricas minas de aquellas región, sentó sus reales en Colotlán y de paso se hizo de algunas de esas importantes propiedades. El dinero obtenido por la venta de dichas posesiones paso directamente a la construcción de la Iglesia de San Luis Obispo y aceleró su terminación.
Los cambios políticos y económicos resultado de las reformas Juaristas abrieron un panorama inmejorable para la pequeña burguesía local, que había consolidado su riqueza con el comercio, la ganadería, el comercio de los minerales de Bolaños, la compra de los bienes de la iglesia, y las tierras malbaratadas de las comunidades indígenas. Este pequeño y selecto grupo gozo de las mieles de la época de oro del porfirismo y se dio el lujo de codearse con lo mejor de lo mejor de la región, e incluso de las ciudades cercanas de Zacatecas y Guadalajara. Entre ellos se desarrollo el arte y el buen gusto por la comida, la ropa y la lectura. La revolución maderista tomó de sorpresa a este privilegiado grupo, que había votado unánimemente por la reelección de don Porfirio. El sueño de integrar la región con el resto del país a través de las vías férreas, se acabo para siempre y probablemente también con la prosperidad de Colotlán, que rivalizaba con muchas ciudades pequeñas del país, y sin lugar a dudas era la perla más reluciente en esta apartada región del país.
Para la elite privilegiada fue un gusto la caída de Madero y sobre todo la ascensión de Victoriano Huerta, coterráneo nuestro que se vistió de ignominia con el asesinato de Madero y que de pasada echo al traste con nuestro glorioso futuro. La hermana de don Victoriano una humilde y sencilla maestra de escuela primaria, al triunfo de éste salió a unírsele en su momento de gloria, una carroza tirada por briosos caballos y custodiada por piquete militar la llevo a Zacatecas, de donde fue despedida con salvas de cañón, al salir el tren hacia México. Un nutrido grupo de los colotlenses más selectos se dio prisa para ir a felicitar al tirano, quien les recibió obsequiosamente, acepto sus parabienes y les pregunto que novedades había en su terruño. Durante su gestión como presidente, Colotlán se beneficio con un cargamento de rifles, que sirvieron para mantener al pueblo en constante insurrección durante los siguientes veinticinco años.
A Villa y su lugarteniente Natera, se les metió entre ceja y ceja que los colotlenses deberíamos de pagar los platos rotos de don Victoriano y le metieron fuego al pueblo un par de veces, amén de centenares de otras, en que asaltaron, vejaron y mataron a nuestros pobres conciudadanos. Debemos aceptar que los carrancistas, obregonistas y orozquistas también hicieron de las suyas, en compañía de muchos malos hijos que se unieron a los extraños para atosigar con mayor fuerza a sus hermanos. Atendiendo a aquel dicho de “Para que la cuña apriete tiene que ser del mismo palo” La verdad es que los colotlenses ya no hallaban ni pa donde hacerse y como buenos cristianos ya no encontraban ni cual mejilla poner.
Entre los que vinieron a poner en paz a los villistas estaba un general de nombre Justo Lacarra Rico, quien en la bola se llevó a una de las muchachas de este pueblo y quien más tarde a instancias de la gente decente del poblado formalizó relaciones con ella. Este general andando el tiempo se convertiría en uno de los hombres cercanos al presidente Ávila Camacho, y su hermosa hija la nena Lacarra de casaría con el hijo político del general.
La revolución villista prendió duro sobre todo entre los descamisados de las haciendas de la Encarnación y se propago rápidamente entre sus vecinos. De los ranchos del Carrizal, el Sauz de los Márquez y poblaciones vecinas surgieron los primeros reivindicadores del reparto agrario y con ellos se levanto una lucha que dividiría a los pobladores de esta región. Fueron principalmente los campesinos sometidos al injusto trato de los patrones en los ranchos y haciendas aledañas a Colotlán, los que integraron el movimiento agrarista en este municipio aliados con los de otros municipios cercanos, en tanto que aquellas gentes que vivían directamente en la comunidad, se abstuvieron mayormente de buscar un pedazo de tierra, al considerar dicha actitud inmoral o inadecuada.
La necedad callista puso en movimiento a los contingentes religiosos de nuestra región, ni tardo ni perezoso, el preclaro cristero colotlense, don Herminio Sánchez organizó las fuerzas de defensa de la fe y como buen líder cayó en la lucha. El gobierno mexicano inteligentemente aceleró el reparto de tierra en nuestra región y se aseguro de un importante contingente de agraristas para meter en orden a los insurrectos. Los pertrecho convenientemente, en tanto que desarmaba a los agraristas vecinos de Zacatecas y Aguascalientes. La lucha se dio sin dar, ni pedir cuartel y como siempre los que quedaron en medio fueron los que sufrieron más. Entre los agraristas destacaron hombres como Agustín Rivera y Primitivo Huízar, a quien se acusó de ser el que les dio el tiro de gracia a los mártires Caloca y Magallanes. La lucha política en el municipio de Colotlán se dio entre los grupos agraristas y los progresistas o del capital de Colotlán, es decir los ricos quienes habían detentado el poder en épocas pasadas. La lucha entre estas dos facciones subió de tono hasta el punto de terminar en enfrentamientos directos y muertes. Agustín Rivera, el gran líder agrario y político propulsor del PNR en la región perdió la vida en manos de uno de sus custodios, después de haber sido encarcelado, acusado de robo de ganado. El partido agrarista se vengo de dicho agravio con la vida del supuesto líder de la reacción: Paco Huízar y de don Segundo Ortega, el presidente municipal en esos días. Curiosamente Paco Huízar, hermano de otro gran colotlense: Diego Huízar, había sido uno de los grandes apoyos intelectuales durante la gestión como presidente municipal de Agustín Rivera, al igual que Primitivo Huízar, que murió misteriosamente confundido por sus compañeros durante un enfrentamiento con los cristeros en el mismo Colotlán. Se sospecho que en este hecho había metido su mano Agustín Rivera, con quien se habían malquistado desde tiempo atrás.
Para formar esta frontera defensiva, debieron venir los fieles aliados españoles de la conquista, los tlaxcaltecas, cuya misión sería defender la ruta de la plata, al mismo tiempo que inducir a los indígenas chichimecos a una vida sedentaria y pacifica. Para ello contaron con la ayuda de la corona y con una serie de privilegios que durarían hasta el final del virreinato. Los grandes artífices de esta política llamada la paz por adquisición fueron los religiosos; los virreyes: Manríquez, y don Luis de Velasco hijo. Sin embargo el gran operador y consolidador de esta campaña fue sin duda el noble hidalgo don Miguel Caldera. Nacido en la ciudad de Zacatecas de padre español y madre indígena. Don Miguel Caldera deposito sus grandes afectos en la villa de Colotlán, su mujer, su hija, su hermana y cuñado con toda seguridad vivieron aquí.
Apenas habían transcurrido veinte años de ser fundada la villa, cuando comenzaron los problemas y los abusos de los jefes políticos, tal como lo hicieron constar en una visita que una autoridad real realizara en aquellas lejanas épocas. Sin embargo los colotlecos se mantuvieron como un firme bastión del sistema de defensa español, bajo un sistema de excepción único en todo el virreinato. Los colotlecos no dependían de la audiencia de la Nueva Galicia sino directamente del propio virrey. Sus privilegios de hidalgos, de vestir como tales y montar a caballo; estar exentos del pago de impuestos y poder producir su propio licor, dieron como resultado una especie de aristocracia indígena, en un mundo en el que la mayoría de sus iguales eran cruelmente sometidos al vasallaje español. Los pocos españoles que se aventuraron a vivir cerca de ellos, se quejaban constantemente de su altanería, y con todo y las reiterada quejas de la población blanca, los diferentes virreyes que se sucedieron a través del tiempo ratificaron una y otra vez sus privilegios. Los colotlenses estaban tan ensoberbecidos de su poder, que sin ningún temor o remordimiento le dieron palo, al Capitán Silva y dejaron muy en claro que los capitanes protectores designados para dirigirlos deberían de andarse muy derechitos. Año con año organizaban un festejo con danzas y licor, en el paraje que le habían dado muerte al citado capitán y quizás de allí le quedo el nombre de “Mesa de Silva” al dicho predio. El Márques de Vivanco, batalló también mucho con los indios colotlecos, cuando quiso ponerlos a trabajar en sus minas y se le insubordinaron llevándolo a juicio ante el mismo virrey. La llegada de los Borbones al trono español y sus transformaciones en el gobierno y la administración de las ahora intendencias, les dejaron un sabor poco grato a los colotlecos, pues supieron que el final de sus privilegios estaba a la vuelta de la esquina. Desde entonces comenzaron a rumiar una mejor forma de perpetuar su diferencia. A finales del siglo XVIII, cuando el ilustre obispo Cabañas visitó nuestro poblado se encontró con un nutrido grupo de capitalistas locales, que habían medrado gracias al dinero de las cofradías de la comunidad. Ganaderos, agricultores y comerciantes utilizaban en su provecho el dinero principalmente de la cofradía de Nuestra señora de los Dolores, que dicho sea de paso era la cofradía de los ricos y la más cuantiosa, en capital y semovientes.
El inicio del siglo XIX, trajo también la noticia de un nuevo levantamiento indígena en la temida región de los chichimecas. El imperio español dio grandes voces de alarma y puso en movimiento sus poderosos ejércitos, para encontrar solo pequeños grupos de indígenas en franca huida, en tanto que del cabecilla, el indio Mariano, aquel que se decía heredero de los tlaxcaltecas colotlecos, no encontraron ni el polvo. Se desvaneció sin dejar huella y en su lugar debieron conformarse con Hilario Rubio, el aparente orquestador de la sublevación. A pesar que los colotlecos negaron todo, nadie puede desmentirnos que detrás de todo ello estaba ya el incipiente descontento con las medidas implementadas por la corona española. Los fieles aliados de los españoles habían dejado de serlo y con gran ímpetu abrazaron las armas al lado de Hidalgo, insuflados por las palabras del Cura Calvillo y el valor sereno de don Marcos Escobedo, el gran colotlense del periodo insurgente. Durante años ambos jefes de la independencia debieron de andar a salto de mata, y ocultándose en los pozos y en el monte, hasta que la reacción mexicana consumo la independencia, ante la inminencia de la puesta en vigor de la constitución liberal impuesta a Fernando VII, por los celosos españoles defensores de su libertad.
Para los colotlecos, la tan buscada independencia de México, no trajo consigo la permanencia de su hidalguía, sino que por el contrario se enterró con ella todos sus privilegios de indios fronterizos. No se llegó al extremo de pagar impuestos, porque la región nunca dio para tanto, pero se vieron medidos con la misma vara que todos los demás indígenas de la nación. Las primeras medidas de reparto de las comunidades agrarias, les otorgaron el pleno derecho de enajenarlas a su completo gusto, afortunadamente sin grandes pleitos y desavenencias, y como buenos mexicanos, muchos de ellos las cambiaron por botellas de bingarrote, entre los aún escasos pobladores blancos. Cuando en 1833, el gobierno liberal de Gómez Farias intento poner en circulación las grandes propiedades amortizadas de la iglesia, no falto quien le pusiera los ojos encima a las propiedades del antiguo monasterio franciscano y entablara una querella judicial en la capital de la Nueva Galicia. Sin embargo el regreso intempestivo de Santa Anna y su cambio de partido, acabó con este proceso y no sería sino hasta el periodo jacobino de Juárez, que la misma iglesia pondría en venta dichas propiedades y otras más. Un señor Felguerez procedente de la Fresnillo o Valparaíso, quien había muy probablemente finiquitado su participación en alguna de las ricas minas de aquellas región, sentó sus reales en Colotlán y de paso se hizo de algunas de esas importantes propiedades. El dinero obtenido por la venta de dichas posesiones paso directamente a la construcción de la Iglesia de San Luis Obispo y aceleró su terminación.
Los cambios políticos y económicos resultado de las reformas Juaristas abrieron un panorama inmejorable para la pequeña burguesía local, que había consolidado su riqueza con el comercio, la ganadería, el comercio de los minerales de Bolaños, la compra de los bienes de la iglesia, y las tierras malbaratadas de las comunidades indígenas. Este pequeño y selecto grupo gozo de las mieles de la época de oro del porfirismo y se dio el lujo de codearse con lo mejor de lo mejor de la región, e incluso de las ciudades cercanas de Zacatecas y Guadalajara. Entre ellos se desarrollo el arte y el buen gusto por la comida, la ropa y la lectura. La revolución maderista tomó de sorpresa a este privilegiado grupo, que había votado unánimemente por la reelección de don Porfirio. El sueño de integrar la región con el resto del país a través de las vías férreas, se acabo para siempre y probablemente también con la prosperidad de Colotlán, que rivalizaba con muchas ciudades pequeñas del país, y sin lugar a dudas era la perla más reluciente en esta apartada región del país.
Para la elite privilegiada fue un gusto la caída de Madero y sobre todo la ascensión de Victoriano Huerta, coterráneo nuestro que se vistió de ignominia con el asesinato de Madero y que de pasada echo al traste con nuestro glorioso futuro. La hermana de don Victoriano una humilde y sencilla maestra de escuela primaria, al triunfo de éste salió a unírsele en su momento de gloria, una carroza tirada por briosos caballos y custodiada por piquete militar la llevo a Zacatecas, de donde fue despedida con salvas de cañón, al salir el tren hacia México. Un nutrido grupo de los colotlenses más selectos se dio prisa para ir a felicitar al tirano, quien les recibió obsequiosamente, acepto sus parabienes y les pregunto que novedades había en su terruño. Durante su gestión como presidente, Colotlán se beneficio con un cargamento de rifles, que sirvieron para mantener al pueblo en constante insurrección durante los siguientes veinticinco años.
A Villa y su lugarteniente Natera, se les metió entre ceja y ceja que los colotlenses deberíamos de pagar los platos rotos de don Victoriano y le metieron fuego al pueblo un par de veces, amén de centenares de otras, en que asaltaron, vejaron y mataron a nuestros pobres conciudadanos. Debemos aceptar que los carrancistas, obregonistas y orozquistas también hicieron de las suyas, en compañía de muchos malos hijos que se unieron a los extraños para atosigar con mayor fuerza a sus hermanos. Atendiendo a aquel dicho de “Para que la cuña apriete tiene que ser del mismo palo” La verdad es que los colotlenses ya no hallaban ni pa donde hacerse y como buenos cristianos ya no encontraban ni cual mejilla poner.
Entre los que vinieron a poner en paz a los villistas estaba un general de nombre Justo Lacarra Rico, quien en la bola se llevó a una de las muchachas de este pueblo y quien más tarde a instancias de la gente decente del poblado formalizó relaciones con ella. Este general andando el tiempo se convertiría en uno de los hombres cercanos al presidente Ávila Camacho, y su hermosa hija la nena Lacarra de casaría con el hijo político del general.
La revolución villista prendió duro sobre todo entre los descamisados de las haciendas de la Encarnación y se propago rápidamente entre sus vecinos. De los ranchos del Carrizal, el Sauz de los Márquez y poblaciones vecinas surgieron los primeros reivindicadores del reparto agrario y con ellos se levanto una lucha que dividiría a los pobladores de esta región. Fueron principalmente los campesinos sometidos al injusto trato de los patrones en los ranchos y haciendas aledañas a Colotlán, los que integraron el movimiento agrarista en este municipio aliados con los de otros municipios cercanos, en tanto que aquellas gentes que vivían directamente en la comunidad, se abstuvieron mayormente de buscar un pedazo de tierra, al considerar dicha actitud inmoral o inadecuada.
La necedad callista puso en movimiento a los contingentes religiosos de nuestra región, ni tardo ni perezoso, el preclaro cristero colotlense, don Herminio Sánchez organizó las fuerzas de defensa de la fe y como buen líder cayó en la lucha. El gobierno mexicano inteligentemente aceleró el reparto de tierra en nuestra región y se aseguro de un importante contingente de agraristas para meter en orden a los insurrectos. Los pertrecho convenientemente, en tanto que desarmaba a los agraristas vecinos de Zacatecas y Aguascalientes. La lucha se dio sin dar, ni pedir cuartel y como siempre los que quedaron en medio fueron los que sufrieron más. Entre los agraristas destacaron hombres como Agustín Rivera y Primitivo Huízar, a quien se acusó de ser el que les dio el tiro de gracia a los mártires Caloca y Magallanes. La lucha política en el municipio de Colotlán se dio entre los grupos agraristas y los progresistas o del capital de Colotlán, es decir los ricos quienes habían detentado el poder en épocas pasadas. La lucha entre estas dos facciones subió de tono hasta el punto de terminar en enfrentamientos directos y muertes. Agustín Rivera, el gran líder agrario y político propulsor del PNR en la región perdió la vida en manos de uno de sus custodios, después de haber sido encarcelado, acusado de robo de ganado. El partido agrarista se vengo de dicho agravio con la vida del supuesto líder de la reacción: Paco Huízar y de don Segundo Ortega, el presidente municipal en esos días. Curiosamente Paco Huízar, hermano de otro gran colotlense: Diego Huízar, había sido uno de los grandes apoyos intelectuales durante la gestión como presidente municipal de Agustín Rivera, al igual que Primitivo Huízar, que murió misteriosamente confundido por sus compañeros durante un enfrentamiento con los cristeros en el mismo Colotlán. Se sospecho que en este hecho había metido su mano Agustín Rivera, con quien se habían malquistado desde tiempo atrás.
3 Comments:
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Thanks in advance and good luck! :)
Hola, me gustaría saber de donde sacó la información que presenta en su articulo y si podría compartirla para poder extenderme mas en mi investigación. Gracias
Las fuentes son varias, pero tendria que ir parrafo por parrafo para enumerarlas, porque toda la informacion proviene de mi memoria. y creo ya es un poco tarde para poder ayudarte.
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