DON PAULIN
Le recuerdo perfectamente bien, moreno en serio, pelo entrecano, robusto con modestia; bien trincado en su pantalón de perchera presuntuosamente nuevo y con su sombrero de palma, tipo antena parabólica, siempre a la mano; los bigotes muy negros, y gruesos, como de tejaban. Sentado imperturbable en su equipal frente a su carretilla de cacahuates, siempre frescos y perfectamente tostados. Encima de la carretilla una canasta repleta de pepitas de calabaza, doradas, limpias y resplandecientes. La mercadería de don Paulin siempre de primera; excelencia en sus productos, capaz de satisfacer al cliente más remilgoso.
A las siete de la tarde era seguro encontrarle en la esquina de Morelos e Hidalgo, frente a la Terminal de Autobuses, mientras alguna que otra beata retrasada, apresuraba sus pasos hacia el rosario de las siete y en su camino recogía casi como por descuido un solo cacahuate de la carretilla.
-Adiós don Paulin, saludaba obsequiosa.
-Adiós cacahuate, lacónica respuesta de don Paulin.
Apenas habían pasado las ferias de Mayo, llevándose con ellas la algarabía, regocijo y dineros de los colotlenses y heredándonos un pueblo semidesierto y empobrecido. El azar o alguna circunstancia ya olvidada nos llevó en pos de piromaniaca diversión infantil, hasta ese rincón de la plaza. Comenzaba a caer la noche cuando el aun inocente chaparro Gomina, de pelo rizado y ojos soñadores, llegó con una bolsa de estraza colmada de palomitas y brujas, contagiándonos de contento con su risa fresca, que brotaba a borbotones de su boca abundante y cuajada de dientes monumentales y dispersos. En un santiamén le pusimos la alegría que le faltaba a la noche y don Paulin mudo e inexpresivo testigo de nuestra francachela infantil, pretendía no estar allí. Las palomitas explotaban sordas en derredor del cacahuatero en tanto que las brujas evolucionaban incansables por cada rincón de esa esquina de la plaza. En algún imprudente momento, don Paulin se levantó de su equipal con toda la dignidad de su abundante continente para sonarse las narices en el raído pañuelo que guardaba en uno de los bolsillos traseros de su ropa. De espaldas a la iglesia jamás pudo ver como la bruja que el Chaparro lanzó, picando tres veces sobre el suelo, vino a estrellarse en su pierna y de allí a alojarse sobre el asiento del equipal. Parsimonioso, don Paulin se sentó sobre el proyectil chisporroteante, que inquieto buscaba escapar de tan sorpresiva prisión, pero don Paulin imperturbable y pese a los evidentes movimientos y humos que salían de su trasero se mantenía incólume, hasta que traspasando el travieso fuego la mezclilla del pantalón y el cuero de su cartera, vino a morderle con singular ardor los glúteos, en ese momento don Paulin se levantó de un saltó y con una imprecación, apagándose el incendio con las manos, mientras que el Chaparro se retorcía en el suelo, con esa risa estentórea y contagiosa tan suya.
-Vas a ver condenado Chaparro, le voy a decir a tu Papá, fue lo primero que pudo decir después que recupero la compostura don Paulìn, y efectivamente, no solo le dio la queja, sino que también de pasada le cobró un buen pantalón de perchera y una cartera.
No sabría decir si a don Paulìn le gano la vanidad o el prurito por la salud, pero un buen día se puso a dieta, y no falto quien le diera una receta milagrosa con la que perdería todos esos kilitos de más. Ni tardo ni perezoso la puso de inmediato en practica, se fue al rastro y siguiendo al pie de la letra las indicaciones, apuro de un solo trago un vaso de hiel, de un toro recién sacrificado, por lo menos esa era la explicación que daba a todo aquel que le preguntaba como había hecho para adelgazar tan rápidamente. En efecto en cuestión de días comenzó a perder kilos como por ensalmo, y a nadar en sus pantalones de perchera, sin embargo el truco mágico no se detuvo ni aun cuando ya se había llevado toda su carne y con ello la vida. Fue tan rápido su paso de la vida plena y rozagante a la muerte, flaca y esmirriada, que nadie lo creía.
Pese a los cambios y mejoras, todavía sigo encontrando a don Paulìn en ese rincón de la plaza, frente a los taxis, sobre todo en la noches posteriores a la partida de la feria y extrañando la excepcional calidad de sus cacahuates y semillas.
1 Comments:
Don Paulin, uno de los relatos que más me han gustado. Trato de imaginar a ese personaje; tan serio y propio y tan guardado de sus pensamientos que tal vez lo asocio con algun otro ser querido. Pero los compañeros que le tocaron al pobre de Don Paulin de plano para ponerles otro cuete a ellos. A mi muy pobre opinion me gustaria que hablara de otro señor que a mi humilde juicio se merece un espacio en estas lineas de Colotlán, Don Rito Carrera un gran comerciante en la venta de gorditas de chilaquiles en nuestro pueblo. El tan esperado por las mañanas en las escuelas y tan buscado por sus corifeos de sus exquisitas joyas guardadas en tan apreciado canasto, felizmente trasportadas por una carretilla.
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