Monday, February 8, 2010

Sra. de Torres.

Yo soy de 1911, nací en Santa Maria y me vine para Colotlán de 18 años. Cuando nosotros llegamos aquí fue cuando hubo aquí una revolución, teníamos poquitos meses aquí en esta casa, y le dijeron a mi mama que otro día iba a ser cinco de mayo, que arregláramos las casas, que barriéramos y tuviéramos limpias la casa. Todavía no nos levantábamos, cuando oímos carreras en la calle, verdad. Recuerdo que me dijo mi mama:

-Ándale, mira ya andan allí con la fiesta y tu todavía no te levantas. Nos arreglamos para salir, una muchacha y yo, íbamos a abrir la puerta del zaguán, cuando oímos balazos, entonces ya nos salimos. Después supimos que mucha gente andaba ya en los mandados y que se refugiaron en las tiendas. Porque se soltó la balacera, pero duro muy poco, no duro todo el día.

Cuando la guerra de los cristeros si duraron mucho, casi todo el día, y toda la noche, fue cuando cerraron los templos. A mí si me toco en esa vez. Don Pancho Maldonado, era un señor alto, ya grande de edad. A mi mama le rento un cuarto que daba a la calle centenario y allí puso un molino de nixtamal, y por la puerta a la calle se comunicaba la gente. Cuando llegaron los cristeros, desde muy temprano se oía el tropel de caballos. Don Pancho ya tenía abierto el molino, y cuando vio eso cerró y se llevo las llaves. Tenía al interior unos barriles donde ponía el agua para moler. Los cristeros no pudieron abrir la puerta del molino, pero sacaron las puertas de abajo y abrieron, allí en la calle sacaron los barriles para darles de beber a los animales y el maíz para darles de comer.

Cuando arrecio la balacera, la gente se encerró en sus casas a piedra y lodo. Todo el día fue de combate y a mediodía empezaron a abrir las puertas de las casas, el corral de nuestra casa lo abrieron también y por allí se metieron y empezaron a hacer un agujero para comunicarse a la siguiente casa. Ellos no querían caminar por las calles por no presentarles blanco a los soldados que estaban arriba de la parroquia. Para esa hora ya había unos soldados que se habían cambiado de bando y para distinguirse llevaban una corona de hierba verde en el sombrero. En la puerta de Nicolás mataron un cristero y allí quedo. También en esta calle Morelos estaba el cuerpo de otro. En la calle Zaragoza tenían un fortín, y allí estaban los cristeros. Todo este lado era de cristeros, los soldados estaban en la plaza. Todo el día se había oído una voz que gritaba:

-Viva la Virgen de Guadalupe

Cuando se fueron los cristeros, los del gobierno vinieron por un señor mayor que vivía en la casa de enfrente y se lo llevaron y lo fusilaron en el río, según eso lo habían criminado de que el presto palas y picos a los cristeros. Pocos días después mandaron que se cortaran todos los mezquites, porque les servían de parapeto a los cristeros.

Enfrente de mi casa vivía una hermana de Primitivo Huízar, de nombre Raquel, estaba casada con Salvador Navarro, padres de Antonio Navarro. Primitivo era un hombre alto, moreno, muy bien parecido. Todo el tiempo se veía muy pulcro en su cuerpo y ropa. Le gustaba andar a caballo y vestía de catrín. Este señor Primitivo y las gentes que andaban con el eran gente muy dura, mataron a muchas gentes, por allí por los ranchos, a los que criminaban de ladrones. Según eso que por que los hallaban robando ganado.

Después de que mataron a los padres los soldados por su cuenta, anduvieron registrando las casas, buscando imágenes religiosas y lo que encontraban de su gusto se lo llevaban también. Pero los cristeros ya no volvieron.

Personas grandes y jóvenes hacían peregrinaciones a Santiago para pedir por la paz. A mi me toco ir a una de esas, estábamos reuniéndonos en el camposanto viejo para salir de allí a Santiago, cuando nos detuvieron. El Sr. Primitivo, el dueño del teatro, era muy amigo de don Agustín Rivera, y fueron ellos dos y dos soldados y nos detuvieron, ya no nos dejaron ir ni a Santiago ni a nuestra casa. Entre mujeres grandes y muchachas éramos veintitrés. Nos llevaron a la presidencia por la calle Cuauhtémoc, nosotros en las banquetas y ellos y los soldados por media calle. Según ellos vigilándonos. Llegamos a la plaza, la presidencia, entonces era nada mas un salón grande y para adentro piezas, pero toda destruidas. Nos tuvieron mucho rato en la calle que porque iban arreglar una pieza del rincón para llevarnos para allá. Ya entramos y las esposas de los soldados nos esculcaban todo, No llevábamos mucho, los rosarios los agarraban y los aventaban. Estuvimos allí toda una noche y todo el día, en una sala que era cuarto muy grande, muy allá en el rincón. Cada quien tenia que pagar una multa, porque a menos no nos dejaban salir. Algunas les cobraban cincuenta pesos y a otras cien. Entre las personas estaba una señora rica, fue su esposo a traer la multa, a ella le cobraron trescientos pesos, y el señor lo llevaba en un morralito lleno de dinero y se lo puso a los que estaban cobrando y les dijo que agarraran lo que era la multa de su señora. Ya lo sacaron y le sobro el dinero, el señor agarro el morralito y se los aventó y les dijo:

-Hay esta todo para que ajusten.

Así fuimos saliendo conforme iban pagando la multa. Lo que mas nos gusto y se nos hizo una cosa bonita, sentimos mucho gusto de que muchas personas hasta dos tres canastas de comida nos mandaban para todas. Por hambre no quedo. Había muchos soldados en el segundo piso de la presidencia. Los soldados toda la noche cantando y tocando la guitarra haciendo puro relajo. Nadie protestaba, ni reclamaba nada, que esperanzas, toda la gente tenía miedo.

Don Agustín Rivera era el presidente en ese tiempo, el era un señor de muy buen carácter, no era agresivo, ni grosero, muy atento. Era alto, fornido y muy atento con las personas. A los poquitos meses estábamos muchas muchachas en la Alameda y oímos unos balazos y dijeron que habían matado a don Agustín disparándole por la espalda, cuando iba subiendo los escalones al segundo piso de la presidencia. Don Guadalupe Rivera, su hermano también fue presidente, ellos eran del Carrizal.




Nosotros todo el tiempo vivimos en el barrio alto, nosotros no tuvimos comunicación con los muchachos de otros barrios. Porque a los muchachos de allá los corrían los de aquí luego luego. Iba uno al templo a las serenatas los domingos. Los rodeos eran aquí por mi calle. Se ponían maderas para reguardar las casas, el templete lo armaban enfrente de la casa de don Nicolás. De allá de San Lorenzo se ponían los toros y llegaba hasta la Morelos.

Antes de casarnos mi marido estuvo en Estados Unidos, lo conocí después de la guerra cristera, en la calle. Estábamos unas muchachas y paso un grupo de muchachos, el entre ellos y allí fue el flechazo.

Mi esposo se dedico a soldar con cautines y soldadura de plomo. El aprendió con don Pablo Iturriaga a trabajar la plata, hacia anillos, argollas, pulseras, aretes de pensamiento y los milagros para. El tenía su propio instrumental, un pequeño soplete, moldes, crisoles especiales y una tierra especial. Aprendió a instalar estufas y se compro su maquina de soldadura eléctrica.

Diego Huizar fue condiscípulo de mi esposo, siempre que venia a Colotlán, lo visitaba. Lo mismo que Faustino Hernández que fue presidente y diputado. Se quisieron y respetaron mucho como amigos, sin nada que ver con la política. Cuando terminaron la escuela, le toco que le dieran diploma para que trabajara como maestro, pero que su mamá no quiso que saliera a otro lugar a trabajar.

Fue buen amigo también de los dos señores Santiago Alejo, el instalo las tuberías de los baños junto con el canano. Por eso esta su nombre allí en los baños de la primavera. Nosotros teníamos mucha fruta que nos regalaba don Santiago.

Él se metió en nada de política, realizaba su trabajo y no ocupaba de su apoyo. Cuando mi hermano Gerardo salió de la secundaria y se fue a estudiar la normal, había un impedimento de edad, que mi hermano lo sobrepasaba. En esa ocasión, mi esposo si le pidió a Diego, que en ese entonces era Jefe de Educación, que le ayudara a entrar a la escuela. Diego le mando un telegrama que se presentara en la escuela que estaba arreglada su admisión.

Durante un tiempo, cuando don Rafael Haro exportaba carne y manteca en grandes cantidades, mi esposo tuvo trabajo exclusivo soldando las latas de manteca en el rastro. Muchísimas latas de manteca enviaban por semana. Él fue el primero que tuvo en Colotlán un equipo de soldadura autóctona. De los pioneros de la herrería en la región. Rento un cuarto en una casa por la independencia de don Pancho Ortega y allí puso su primer taller, y allí empezó a soldar las primeras puertas, ventanas y barandales soldados con autógena.

Cuando Cuco Raygoza era presidente entre mi esposo y Pablo Iturriaga hicieron las lámparas de metal y herrería que iluminaban las calles. Él le pido a Cuco que le pusieran una de esas lámparas enfrente de la casa. Por eso cuando las comenzaron a quitar, yo le pedí a Ramón Mayorga que no a quitaran. La dejaron pero me quitaron la corriente eléctrica y durante varios años yo estuve pagando la electricidad de la lámpara. Cuando estuvo Javier Ávila de presidente, el me dio un recibo por escrito para que me la respetaran y no la quitaran. En el periodo de Jesús Alejo, la volvieron a instalar como parte de la iluminación del municipio.

De nuestros hijos, solo Emilio siguió el oficio de el, hasta la fecha sigue en eso. Ellos se enseñaron en la vida y en el trabajo, no fueron de escuela.

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