El Imperio del Pri
La posteridad casi siempre rescata lo halagüeño, lo festivo, el momento de gloria que nos llena de imágenes de desbordante dicha y optimismo; es imposible no mirar las fotografías que el acontecer nos va dejando y no exhalar un suspiro impregnado de la certidumbre de que todo tiempo pasado fue mejor.
¿Cómo no creer que la fotografía es cómplice de momentos de intenso frenesí y armonía? ¿Como sustraerse a la sensación de que la dicha más acabada se quedó atrapada en el obturador de la camara?, ¿Como renunciar a esa convicción que emana de las imágenes y que nos afirma que la felicidad mas acabada era para ese momento la única y última realidad posible?, ¿Cómo comprender un mundo que día con día desaparece y se mantiene apenas aferrado con unos cuantos clavos a la traicionera memoria?
Ante nosotros se despliegan los entretelones de una realidad en retirada, ¿Como no darnos cuenta que los oropeles y los listones coloridos de las recepciones y las francachelas se han vuelto grises y rasgados? ¿Como no darnos cuenta que los recuerdos se acumulan en el baúl y la imposibilidad de comprender el entonces nos condena a no comprender el ahora? Donde está ese Colotlán gestado en los movimientos revolucionarios de 1910 con las luchas fraticidas entre cristeros y agraristas que apenas si se vislumbra ya en la década de los setentas, época en la que todos están convidados a la gran mesa de la familia revolucionaria que tiene la capacidad de convocar a todos los colores de piel y todas las singularidades sociales en un todo que solo atina a regodearse en el momento de triunfo en el que se festeja y aplaude, en el que se renuevan convicciones y se lanzan nuevas conjuras para ceñirlo todo en un abrazo que parece no hacer distinciones? sin embargo, las diferencias existen, siguen ahi en tanto existan los elementos que permiten mantener este mundo en pie, amos y vasallos, peones y patrones en un universo que progresivamente va incorporando la libertad al liberarnos de la esclavitud de los lazos forjados alrededor de las luchas por la tierra, entonces se arriba al momento en que ya no existen rencillas, porque la sociedad está estática y gravitando en la orbita de una realidad situada a miles de kilómetros de donde enterramos el ombligo; por ello, solo la lente tuvo la agudeza de preservar momentos en que la sociedad se movía, se desplazaba, en busca del mejor acomodo dentro de los limites de su universo; por ello los enconos se encontraban y producían la dinámica que nos permitía saber que nuestros afanes estaban en este mundo mágico y cercano al dominio del corazón.
Todos encuentran cobijo y un lugar en la lente del fotógrafo, todos se sienten partícipes de la algarabía que provoca ser parte de los instrumentos del poder, desde el burócrata, tradicional achichincle ávido escrutador de los secretos y las confidencias de los poderosos, hasta los señores herederos de la tradición de resistencia y lucha por la tierra venidos a más con el devenir de los tiempos y vueltos algo distinto a aquello que los engendró, sin embargo patentizando con su presencia ese vínculo con el pasado turbulento que les aseguró un lugar en el banquete de la modernidad. Los hacedores del cambio muestran el poder de su sonrisa y apuestan con todo a un futuro promisorio que será mejor gracias a su inquebrantable voluntad para construir y ser parte del mañana, un mañana que se barrunta sombrío no obstante los innumerables signos del progreso. La luz eléctrica, el agua potable, las avenidas rescatadas al transitar accidentado y pedregoso, ¿para quien serán los kilowatts de claridad?, ¿que sombras serán capaces de conjurar los postes llevados hasta casas deshabitadas y fraccionamientos de veraneo?, a que sed habrá de calmar el agua corriente que se derrama inútilmente en espera de un molino que hace décadas que dejó de triturar el grano?
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