Don Zenaido.
El mes de diciembre esta apenas tiernito, pero las heladas ya lo dejan a uno tiritando de frío; por las noche no hace uno más que buscarle el lado más amable a las cobijas, una tras otras hasta parece pila de tortillas. Por la mañana no quiere salir uno de la cama y prolonga hasta el último momento la cruel despedida, pero ni modo hay que trabajar y al mal tiempo buena cara. Por las banquetas nomás le anda buscando uno la cara al solecito, sean las ocho de la mañana o las doce del mediodía. Fue en un día de esos, gélidos, pero luminosos, que me encontré con don Zenaido Álvarez, estaba fuera de su casa, agarrándole gusto al solecito. Yo no lo conocía, ni el tampoco a mí, así que estábamos parejos. Y disimuladamente me quede como por descuido en el quicio de su casa, nomás haciéndole plática. Desconfiado por costumbre, me contestaba con puros Sis y Nos, pero eso no me arrendaba en lo más mínimo. Yo parloteaba y le preguntaba de cosas que ni por ensalmo me había tocado vivir y poco a poco fue cediendo su resistencia y adentrándose en la plática, hasta que de plano me invitó a pasar a sentarme en el zaguán. No pude dejar de admirar su casa, bonita finca, muy sobria, muy colotlense, de adobe con su zaguán esmirriado, pintura de cal, arquería con cornisas de cantera, patio de tierra con árboles frutales y habitaciones con piso de ladrillo rojo y muy pobres de luz, por no decir que sin ventanas.
Entre su universo de personajes y vivencias recordó con notable brillantes a la familia de los Alejo, don Santiago padre, elegante y siempre impecablemente vestido, el inteligente empresario que le dio forma al lucrativo negocio de las huertas y los mesones colotlenses; Santiago Chico, quién por oscuras razones renegó de sus orígenes y posición social y se transformó en uno más de sus horticultores, guaraches, overol de mezclilla y costumbres muy sencillas. Willibaldo Alejo, quien muy joven siguió a su madre, viéndose parcialmente excluido de la herencia paterna y que se convirtió en la oveja negra de la familia. Y finalmente Flavio, que escandalizo al vecindario con sus excesos y francachelas y que en un dos por tres dio al traste con el esfuerzo de las varias generaciones previas, de incansables y productivos Alejos. Entre chascarrillos y comentarios agudos describió la vida del pueblo y sus gentes desde su infancia y la gente que le toco conocer y convivir.
“A los mesones llegaba la gente de campo, y principalmente los días domingos estaban llenos. El mercado y todos los comercios se atestaban de rancheros mercando sus mandados y demás. En ese entonces había muchas curtidurías; como que el principal negocio era el campo y los animales, estaban las de don Petronilo Frausto, Martín Hernández, Pancho Pinedo, Juan Macías y Jesús Haro. Muy buenos cueros los de entonces que se usaban en las talabarterías de don Cruz Fernández, Nicolás Orozco y otros. “
“Claro que conocí a mucha gente de aquella de antes, de la que vivió y murió aquí, muchos por viejos y otros por jóvenes, en pleitos y guerras. Un tal Miguel Olvera mató a Lucia Curiel Rivera, maestra de Canoas. Los cristeros tenían a la escuela como anticatólica. Lucita y yo éramos amigos allí en las Canoas. Ella era trigueña de buen cuerpo y muy platicadora. Llegaron los fulanos al anochecer, pardeando la tarde, y preguntaron quien era la profesora de la escuela, estaban en una fiestecita de maestros, y salió ella y les dijo:
-A sus órdenes, yo soy, y la sacaron a la orilla del patio y le metieron balazos. Olvera era un viejo loco que andaba por allí por la sierra. Lo agarraron por ahí por las Canoas, lo trajeron y lo mataron también. Lucita tenía un hermano llamado Tomas Curiel, era aguador, acarreaba agua en unas burrillas.”
“A Primitivo Huízar, el que dicen que les dio el tiro de gracia a los mártires, lo conocí también, tenía la cara larga y muy flaco. Vivía en la calle Ramón Corona. También conocí a todos los muchachos hermanos de Primitivo Huízar: Francisco, Javier Eliseo, Rubén, y todos los otros. Solo Simón Navarro y yo quedamos de esa parvadita. Paco Huízar, al que culparon de la muerte de Agustín Rivera era gordo no muy alto, blanco y picado de viruela. A él lo mataron los agraristas del municipio, en la plaza principal, cerca del laurel de la india. Luis Huízar, comerciante, hijo de Don Aureliano, eran de los mismos Huízar, primos hermanos de Primitivo Huízar, lo mismo que Herminio y Aurelio que eran talabartero, hubo otro sacerdote, un Abraham y Adalberto que también era comerciante, dejo a los hijos bien puestos, le compro buenos ranchos, negocios y casas.”
“Me llamo Zenaido Álvarez y estoy casado con María Arcelia Pérez, cuando tenía 85 años todavía montaba a caballo, lo tenía aquí en mi casa. Mi papá era un hombre muy trabajador, estaba nuevo cuando murió, por allí por los cuarenta años. Me acuerdo yo que fue en mayo, él andaba componiendo la azotea, echando mezcla y tapando las goteras, y de la asoleada le pego fiebre y de eso se murió. Quede huérfano de trece años, tenía solo un hermano mayor.”
“A mí no me gustaba la escuela, cuando nos veníamos del rancho por allí por enero, y nos decía mi papá aprevénganse que la próxima semana los mando a la escuela. Yo no dormía de la preocupación a mi me gustaba más el trabajo que la escuela. Mis maestras fueron Cuca del Real y Carmen Huízar, parienta de Don Pilar Huízar y de Primitivo Huízar. Casi todos esos Huízar salieron profesores. Entonces lo tenían a uno bien apretado, que espetas que se enteraran mis papas que se andaban peleando o haciendo travesuras, porque se lo ponían pinto. La escuela estaba en la esquina de Guerrero y Ramón Corona.
Yo un puro año trabaje solo, pos ese año no levante maíz. Tenía una chiquilla recién nacida, estaba el barbecho cerquita de la casa, oía llorar la chiquilla y yo me venía a contentarla, la mujer haciendo su quehacer, y ya me llegaba el sueño y me dormía y cuando salía al barbecho, ya andaban los bueyes con el timón volteado pa todos lados. Ese año todavía me acuerdo que levante veinte carguitas de maíz. Ya vide que no era negocio, y ya pa el otro año puse dos yuntas en propiedad. Ya puse dos yuntas y yo, ya eran tres yuntas. La tierra muy buena, me salían mis yuntas a 100 anegas, y que va ya de 20 a 300 anegas que levante después.
El campo es duro, y pocos le entran. Tenía siete hectáreas de riego, mis huertas bien arregladas y mucha gente trabajando. Sembraba de todo, alfalfa, garbanzo, caña de castilla, papas, cebollas, chile, labor, camote, sorgo. Desde luego que también maíz, fríjol y cacahuate. Este último lo tostaba en un horno que tenía aquí en la casa, y venían del rancho a comprármelo. Hasta 50 anegas de cacahuate llegué a levantar en una época de cosecha. Hasta 15 o 16 medieros trabajaban conmigo y yo sembraba en propiedad y a medias. Entonces tenía yo mucha caballada aquí en la casa, como era mucho el movimiento, los vaqueros, los medieros andaban, todos andaban a caballo. Yo y mis muchachos. Lleno de caballo, y mulas. Primero eran burros, después acabe con ellos, y seguí con las mulas, después de que acabe con las mulas y los bueyes, compre un tractor.”
“Hice un corral grande, con un pesebre y echaba una engorda de 20 novillos, los llevaba para Torreón, Monterrey, Guadalajara. Rentaba una troca y los echaba en ella. Antes de que hubiera trocas, no se usaba echar engorda de pila. Había compradores de ganado, que se los llevababan en pie a Aguascalientes. Entre más gente trae uno, más dinero gana, a mi nunca me gusto trabajar solo. Yo todo el tiempo traiba gente trabajando, para sembrar ponía dos o tres peones. “
“Cuando uno esta nuevo uno no hace caso de comer. Todo lo que hicimos fue a puro sacrificio, puro frío, hambre, remojadas, apunta de sacrificios. Salía a trabajar según la exigencia del trabajo, en las cosechas nos levantamos a la una de la mañana a traer el tazole. Cuando salía el sol ya habíamos traído tres viajes.
Esta vida es de ilusión. Sepa yo que trabajaba uno para otros, no me había fregado tanto. Pero yo nunca tuve necesidad de decir:
–Hoy no tengo dinero para comer, para la enfermedad, o para le educación de los muchachos. “
-Todo se acaba, nomás los recuerdos quedan.
“Ahora trabajo en el sueño, ahí siembro, y ahí cosecho y acarreo maíz en las mulas, y lo vendo, allí corto el ganado y ese no, échalo pa´ca.
Entre su universo de personajes y vivencias recordó con notable brillantes a la familia de los Alejo, don Santiago padre, elegante y siempre impecablemente vestido, el inteligente empresario que le dio forma al lucrativo negocio de las huertas y los mesones colotlenses; Santiago Chico, quién por oscuras razones renegó de sus orígenes y posición social y se transformó en uno más de sus horticultores, guaraches, overol de mezclilla y costumbres muy sencillas. Willibaldo Alejo, quien muy joven siguió a su madre, viéndose parcialmente excluido de la herencia paterna y que se convirtió en la oveja negra de la familia. Y finalmente Flavio, que escandalizo al vecindario con sus excesos y francachelas y que en un dos por tres dio al traste con el esfuerzo de las varias generaciones previas, de incansables y productivos Alejos. Entre chascarrillos y comentarios agudos describió la vida del pueblo y sus gentes desde su infancia y la gente que le toco conocer y convivir.
“A los mesones llegaba la gente de campo, y principalmente los días domingos estaban llenos. El mercado y todos los comercios se atestaban de rancheros mercando sus mandados y demás. En ese entonces había muchas curtidurías; como que el principal negocio era el campo y los animales, estaban las de don Petronilo Frausto, Martín Hernández, Pancho Pinedo, Juan Macías y Jesús Haro. Muy buenos cueros los de entonces que se usaban en las talabarterías de don Cruz Fernández, Nicolás Orozco y otros. “
“Claro que conocí a mucha gente de aquella de antes, de la que vivió y murió aquí, muchos por viejos y otros por jóvenes, en pleitos y guerras. Un tal Miguel Olvera mató a Lucia Curiel Rivera, maestra de Canoas. Los cristeros tenían a la escuela como anticatólica. Lucita y yo éramos amigos allí en las Canoas. Ella era trigueña de buen cuerpo y muy platicadora. Llegaron los fulanos al anochecer, pardeando la tarde, y preguntaron quien era la profesora de la escuela, estaban en una fiestecita de maestros, y salió ella y les dijo:
-A sus órdenes, yo soy, y la sacaron a la orilla del patio y le metieron balazos. Olvera era un viejo loco que andaba por allí por la sierra. Lo agarraron por ahí por las Canoas, lo trajeron y lo mataron también. Lucita tenía un hermano llamado Tomas Curiel, era aguador, acarreaba agua en unas burrillas.”
“A Primitivo Huízar, el que dicen que les dio el tiro de gracia a los mártires, lo conocí también, tenía la cara larga y muy flaco. Vivía en la calle Ramón Corona. También conocí a todos los muchachos hermanos de Primitivo Huízar: Francisco, Javier Eliseo, Rubén, y todos los otros. Solo Simón Navarro y yo quedamos de esa parvadita. Paco Huízar, al que culparon de la muerte de Agustín Rivera era gordo no muy alto, blanco y picado de viruela. A él lo mataron los agraristas del municipio, en la plaza principal, cerca del laurel de la india. Luis Huízar, comerciante, hijo de Don Aureliano, eran de los mismos Huízar, primos hermanos de Primitivo Huízar, lo mismo que Herminio y Aurelio que eran talabartero, hubo otro sacerdote, un Abraham y Adalberto que también era comerciante, dejo a los hijos bien puestos, le compro buenos ranchos, negocios y casas.”
“Me llamo Zenaido Álvarez y estoy casado con María Arcelia Pérez, cuando tenía 85 años todavía montaba a caballo, lo tenía aquí en mi casa. Mi papá era un hombre muy trabajador, estaba nuevo cuando murió, por allí por los cuarenta años. Me acuerdo yo que fue en mayo, él andaba componiendo la azotea, echando mezcla y tapando las goteras, y de la asoleada le pego fiebre y de eso se murió. Quede huérfano de trece años, tenía solo un hermano mayor.”
“A mí no me gustaba la escuela, cuando nos veníamos del rancho por allí por enero, y nos decía mi papá aprevénganse que la próxima semana los mando a la escuela. Yo no dormía de la preocupación a mi me gustaba más el trabajo que la escuela. Mis maestras fueron Cuca del Real y Carmen Huízar, parienta de Don Pilar Huízar y de Primitivo Huízar. Casi todos esos Huízar salieron profesores. Entonces lo tenían a uno bien apretado, que espetas que se enteraran mis papas que se andaban peleando o haciendo travesuras, porque se lo ponían pinto. La escuela estaba en la esquina de Guerrero y Ramón Corona.
Yo un puro año trabaje solo, pos ese año no levante maíz. Tenía una chiquilla recién nacida, estaba el barbecho cerquita de la casa, oía llorar la chiquilla y yo me venía a contentarla, la mujer haciendo su quehacer, y ya me llegaba el sueño y me dormía y cuando salía al barbecho, ya andaban los bueyes con el timón volteado pa todos lados. Ese año todavía me acuerdo que levante veinte carguitas de maíz. Ya vide que no era negocio, y ya pa el otro año puse dos yuntas en propiedad. Ya puse dos yuntas y yo, ya eran tres yuntas. La tierra muy buena, me salían mis yuntas a 100 anegas, y que va ya de 20 a 300 anegas que levante después.
El campo es duro, y pocos le entran. Tenía siete hectáreas de riego, mis huertas bien arregladas y mucha gente trabajando. Sembraba de todo, alfalfa, garbanzo, caña de castilla, papas, cebollas, chile, labor, camote, sorgo. Desde luego que también maíz, fríjol y cacahuate. Este último lo tostaba en un horno que tenía aquí en la casa, y venían del rancho a comprármelo. Hasta 50 anegas de cacahuate llegué a levantar en una época de cosecha. Hasta 15 o 16 medieros trabajaban conmigo y yo sembraba en propiedad y a medias. Entonces tenía yo mucha caballada aquí en la casa, como era mucho el movimiento, los vaqueros, los medieros andaban, todos andaban a caballo. Yo y mis muchachos. Lleno de caballo, y mulas. Primero eran burros, después acabe con ellos, y seguí con las mulas, después de que acabe con las mulas y los bueyes, compre un tractor.”
“Hice un corral grande, con un pesebre y echaba una engorda de 20 novillos, los llevaba para Torreón, Monterrey, Guadalajara. Rentaba una troca y los echaba en ella. Antes de que hubiera trocas, no se usaba echar engorda de pila. Había compradores de ganado, que se los llevababan en pie a Aguascalientes. Entre más gente trae uno, más dinero gana, a mi nunca me gusto trabajar solo. Yo todo el tiempo traiba gente trabajando, para sembrar ponía dos o tres peones. “
“Cuando uno esta nuevo uno no hace caso de comer. Todo lo que hicimos fue a puro sacrificio, puro frío, hambre, remojadas, apunta de sacrificios. Salía a trabajar según la exigencia del trabajo, en las cosechas nos levantamos a la una de la mañana a traer el tazole. Cuando salía el sol ya habíamos traído tres viajes.
Esta vida es de ilusión. Sepa yo que trabajaba uno para otros, no me había fregado tanto. Pero yo nunca tuve necesidad de decir:
–Hoy no tengo dinero para comer, para la enfermedad, o para le educación de los muchachos. “
-Todo se acaba, nomás los recuerdos quedan.
“Ahora trabajo en el sueño, ahí siembro, y ahí cosecho y acarreo maíz en las mulas, y lo vendo, allí corto el ganado y ese no, échalo pa´ca.
1 Comments:
Don Zenaido dedico incansable su vida al trabajo de campo, levantarse de madrugada y acostarse tarde, de domingo a domingo. El camino que lo llevo a convertirse en un hombre rico, estuvo lleno de esfuerzos, remojadas, soportar hambre, frio y trabajos. con su esfuerzo fue comprando terrenos, animales, herramientas e incrementando el numero de sus medieros. Una afectacion agraria le privo del Ochotal, quizas el mejor de sus predios comprado con el fruto de su esfuerzo. Cuando le pregunte y que hizo usted cuando le quitaron el Ochotal? Abrio tamanos ojotes don Zenaido, todavia llenos de descontento:
-Que querias que hiciera, ni modo que los matara.
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