Sunday, October 28, 2007

Un presidente frente a la Silla



¿Tristeza, melancolía, aburrimiento, añoranza de la silla, que es lo que empaña la alegría de nuestro querido expresidente?

Muchas veces me he preguntado que pasa por la mente de aquellos que han gozado del poder y han dejado de tenerlo. Porque sus mentes se extravían y pareciera que pierden el deseo de vivir. Pareciera que la falta de poder los avejenta siglos y los encontramos profundamente sumidos en sus pensamientos. ¿Sueños, logros, recuerdos, triunfos, deseos insatisfechos, acciones y promesas incumplidas o la forma de regresar al candelero?

¿El gallo del gallo, será este gallo? Este pensamiento pareciera turbar la tranquilidad de nuestro hombre y disciplinado le sigue por todo el municipio, contribuyendo a la gloria y esplendor de aquel que lo reemplazo en la silla.

No existe nada más adictivo que el poder, todo aquel que ha sufrido sus terribles embates jamás vuelve a ser el mismo. Aun cuando juran que jamás perderán piso, un nuevo disfrute del poder y el vano recuento de sus logros, se convierten en las búsquedas y temas recurrentes de sus vidas. Probablemente no exista tampoco nada mas desolador y solitario que dejar el más alto hueso en cada respectivo nivel, excepción echa de que vaya a ocupar otro hueso más jugoso, ¿verdad? Ni siquiera, Satanás, Lucifer y su cuadrilla de diablos debieron de haber sufrido tanto, cuando fueron arrojados del paraíso, como sufre un gobernante que tiene que ceder el poder. Y es que el poder es un platillo que se degluta solo, pueden acompañarte muchos en la empresa de conquistarlo, pero el poder es único e indivisible, creado para un solo titular y en tales condiciones, uno solo corre con los riesgos, responsabilidades y placeres de ejercerlo. Además el poder tiene la esquiva virtud de convertir a quien lo ejerce, en perfecto, simpático, honorable, distinguido y de disimular todas las imperfecciones o bajezas que pudiera haber tenido en su vida mortal. Desafortunadamente, cuando el goce de este termina, se acaba también la perfección y lo que fueron adulaciones, respeto, muestras de admiración y cariño, se convierten en insolencias o en el mejor de los casos glaciares disimulos. Dejar de ser el preciso, es aún peor que caer del cielo a la tierra, es el infortunio de caer del mejor concepto que tiene uno de si mismo, a la triste realidad, de nuestra condición humana, en un mundo donde todos aquellos que nos adularon, resultaron estar perversamente por debajo de ese nivel. Debe ser triste, no tener a su disposición, esas multitudes que antes bebieron de la sabiduría de sus labios, y que felices lo saludaban e incluso se apretujaban a su lado, en la búsqueda de esa seguridad que solo el poder confiere. Debe ser humillante saberse un individuo más en su comunidad, sin distinciones, ni aplausos. Escuchando de trasmano, comentarios poco benévolo e incluso aderezados de mala leche: -Era un creído. Nunca nos ayudo, aunque pudo. etc.etc.etc….



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