Saturday, October 27, 2012

Aquel famoso Herminio...

Yo creo que nuestra región amaneció ya al siglo veinte con la novedad de “irse pal norte”, aun no había llegado la revolufia cuando unos tíos abuelos míos ya habían cruzado la frontera buscando las minas de carbón de Arizona. Dicen que el juego a la larga es malo y debe serlo porque de ser dueños de tierras y haciendas en el Sauz de los Márquez, se quedaron hasta sin camisa y no les quedo de otra que tratar de comenzar en cualquier otro lado; buscar fortuna donde desde luego no los conocieran y tampoco les diera vergüenza comenzar vida de peones, después de haber sido señores. Encontraron destino, acabándose los pulmones a fuerza extraer el carbón, en los socavones de Morency. Y pos bueno con la revolufia de Madero pos allá los alcanzaron otros conmatriotas más. Y cuando de una causa se paso a otra, y aparecieron, huertistas, carrancistas obregonistas, agraristas y cristeros, el número de paisanos ya alcanzaba multitud. Por allí cuando la gran depresión mando mexicanos al por mayor de regreso a México, a contracorriente se fue casi completita la rama Villareal de la familia, a probar suerte en las huertas de California, terminaron avecindados en Ridley, alli cerquita de Fresno. Pero fue para la segunda guerra mundial, que las contrataciones de braceros para los campos norteamericanos le abrieron tremendo boqueta a nuestra pirámide de población, pero sobre todo los ojos a decenas de miles de campesinos de nuestros terruños que se dieron el gusto de ampliar perspectivas, pasear por tierras gringas, juntar muchos cueros de rana y vivir la buena vida del americano. Una buena parte de esos braceros les gusto el modito y mantuvieron vínculo con los Estados Unidos, estableciendo las redes que en los años ochenta hicieron estallar nuestras comunidades, al expulsar segmentos completos de la población masculina en edad productiva hacia el norte. Las décadas de los ochenta y los noventa, fueron aquellas en que nuestra gente sintió mas la urgencia de irse al norte para mejorar sus condiciones de vida, dejando atrás poblados y comunidades semidesiertas. Ancianos, mujeres y niños se quedaron al frente de los animales y las parcelas, y tarde que temprano la mayoría inicio un éxodo hacia los pueblos y ciudades cercanos, en donde las posibilidades de educación, servicios y salud eran menos precarios que en sus comunidades, allá en los ranchos no fue quedando mas que ruinas de fincas, animales desperdigados y parcelas sin cultivar. La derrama creciente de dólares que entraban a nuestras poblaciones hacía posible que los familiares de los que habían partido, disfrutaran un poco también del éxito económico de sus parientes en los Estates Unites, y que avecindados en los pueblos se dedicaran a estudiar o a oficios menos demandantes que el campo, o simplemente a arreglárselas de envío a envío.

Por aquellos años siendo todavía adolescente, estudiante y sin aspiración alguna de convertirme en bracero fue que tuve oportunidad de conocer a Herminio “El coyote” y sus parvadas de pollos. Debo confesar que a treinta años de aquello todavía recuerdo con claridad la imagen y actitud del primer coyote de carne y hueso que me toco conocer en vida. Ya para entonces Herminio era una leyenda en la región, centenares de señores y jóvenes habían degustado las delicias de viajar en su compañía y su aspecto físico e indumentaria había encontrado eco entre los jóvenes sobre todo de las rancherías. En el Epazote era amo y señor y el terror de los pollitas, y a decir verdad uno no sabia a que atenerse con esa clase de individuos, pues las películas los personificaban como problemáticos, buscabullas, ventajosos, desleales y sobre todo peligrosos. Pero con todo y todo Herminio “el Coyote” era todo un personaje, ni un ápice menos que el mejor de los Almada en película de acción. Alto, delgado y atlético, ropa entallada, jeans, botas y camisa vaquera, arremangada y abierta hasta el tercer botón, dejando entrever rubio pelambre y robusta cruz de madera, metal y cuero. Sombrero de fieltro encima de los rizos castaños claros, ojos verdes enmarcados por profunda ojeras y un aire místico emparentado con el Jesús martirizado.

Herminio “El coyote” era todo imagen, como sacado directamente de una película y su voz suave, bajita, sugería mas que ordenaba a su parvada de jóvenes, que apenas en el jardín de Colotlán, ya habían depositado su soberanía en él. Herminio condescendiente y obsequioso les regalaba con prolijidad de su vocabulario de frases y giros de las gentes de la frontera, aderezada con los usos y la jerga de cholos, guías y demás especimenes que habitan en tan abigarrada zona de nuestro mundo de inmigrantes, nomás como para que se fueran curtiendo y se avivaran un poquito. Su destino era la frontera de Laredo y para ello el autobús que salía a las siete de la noche, cada tercer día de la Terminal de Colotlán. Si alguien quería arrepentirse esa era el momento, parecía sugerir la mirada inquisitiva del coyote, que iba de uno a otro, mientras se comía unos tacos de carne de con Martín el taquero, cuyo signo distintivo de calidad, era el innegable llamado que sus mercadería ejercía sobre los canes callejeros; perros que pese a las constantes patadas y amenazas, se mostraban reacios a dejar el sitio y que los hambrientos viajeros, veían con suspicacia, mientras devoraban los deliciosos y humeantes tacos, procurando evitar la molesta posibilidad de estarse comiendo uno de aquellos.

En un cierto momento de la noche, el autobús finalmente arribaba y el chofer con una cartera en mano bajaba a la oficina a recibir instrucciones, boletaje y entregar y recibir equipaje. Después entraba al restaurante, se tomaba su café, iba al baño y con la exactitud de un reloj suizo, indicaba la salida, justo cuando se le antojaba, ni antes ni después. Era entonces que Herminio les daba la orden de abordar y atropellándose unos a otros los aspirantes a braceros subían al autobús, ya con la garganta echa nudo y ganas de chillar. El autobús retrocedía con lentitud, para después avanzar por toda la calle Hidalgo y con un paulatino incremento de velocidad perderse en la noche, dejando una pesada cortina de humo negro, que espantaba a los perros y aderezaba la carne de los tacos.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

ALGUNOS AYERES DE MI COLOTLAN, RECORDE ESTOS MOMENTOS COMO SI HUBIBIERE SIDO AYER. GRACIAS POR RESUSITAR ESTOS MOMENTOS TAN AGRADABLES.

28 October, 2012 16:09  

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